Por Mario Toer (para Safe Democracy)

Mario Toer escribe que la imagen del presidente Hugo Chávez es muy distinta en América Latina de la que se difunde en el primer mundo por los medios de comunicación. Se trata de alguien que ha alcanzado el gobierno con un amplísimo respaldo popular, tras la debacle de un régimen que prescindía de la inclusión de las amplias mayorías, añade. Toer cree que los demócratas del mundo tienen hoy la obligación de respaldar los esfuerzos del gobierno venezolano, para que cumpla con sus compromisos de disminuir los privilegios y mantener asimismo las libertades públicas. En este sentido, es muy importante influir sobre los opositores más razonables para que acepten su destino de minorías, ya que de no hacerlo –alerta– se estaría convocando otra vez a un nuevo Pinochet.


Mario Toer es catedrático de Sociología y de Política Latinoamericana de la Universidad de Buenos Aires.

DIAS PASADOS, EL PRESTIGIOSO SOCIÓLOGO FRANCÉS ALAIN TOURAINE, se entrevistó con el presidente argentino y en declaraciones al diario La Nación relataba: «Le dije al presidente Kirchner que es inaceptable que la Argentina tenga la imagen de estar aliada con Chávez ante el mundo» y, después, si bien decía que el presidente había defendido a su colega venezolano, generosamente concluía que, al menos para el caso argentino, «por el momento no veo ninguna razón para condenar a este gobierno de populista».

Esta categoría comodín de populismo es lo que deseo analizar. Pero lo que más sorprende es la extensión de la imagen demonizada del mandatario venezolano aparentemente instalada en el primer mundo por los medios de comunicación.

UNA IMAGEN DIFERENTE EN AMERICA LATINA
Por cierto, esa instalación sólo circula en los mentideros de la derecha política en Latinoamérica, bastante de capa caída en los últimos tiempos. Con palmaria amplitud, en América Latina la imagen del presidente Chávez es diferente. Se trata de alguien que ha alcanzado el gobierno con un amplísimo respaldo popular, tras la debacle de un régimen que prescindía de la inclusión de las amplias mayorías. Chávez es el que ha impulsado una inédita constitución que tiene, entre sus postulados, la posibilidad de plebiscitar, a mitad del mandato, la continuidad o no de cualquier funcionario electo, lo que el propio Chávez superó con holgura en una de las elecciones mejor monitoreadas del planeta. Toda una marca, si de compulsa democrática se tratase. Chávez es visto como quien, al contar con un recurso estratégico para la economía norteamericana, se da el lujo de no callarse la boca frente a los despropósitos de una administración que como nunca antes ha congregado un colosal repudio a nivel global. Recientemente, mientras se realizaba el foro de mandatarios en Mar del Plata y Bush era repudiado por decena de miles de manifestantes, Chávez se dirigía a una enorme multitud en el estadio mundialista de esa ciudad, rodeado de artistas, intelectuales, legisladores y el cariño popular.

¿ANTIDEMOCRÁTICO?
¿Qué es lo que Chávez ha cometido que pueda tildarse de antidemocrático?

¿Pretender que las tierras y la riqueza se distribuyan algo mejor en el continente más desigual del planeta? Por cierto, que las mismas voces que desfilaban desde el barrio alto en Santiago de Chile para tildar a Salvador Allende de «comunista» no cesan de repetir sus airadas protestas en Caracas. Pero los demócratas del mundo deberían recordar aquellos días para no contribuir a aislar a un dirigente que ha convocado la esperanza de su pueblo.

Ya existió un golpe fallido que, por primera vez en la región, fue revertido a la manera que lo hicieran en una primera instancia los republicanos españoles al iniciarse la asonada franquista.

LA AMENAZA DE UN NUEVO PINOCHET
Hace un par de meses, la oposición venezolana, a último momento, se sustrajo de participar en la última renovación parlamentaria, sin duda anticipándose a un nuevo fracaso, a pesar de que todos los observadores internacionales coincidían que todas las garantías habían sido concedidas. Su estrategia apunta a boicotear las próximas elecciones presidenciales para endilgar falta de pluralismo y justificar el recurso de la fuerza. Los demócratas del mundo tienen la obligación de respaldar los esfuerzos del gobierno venezolano tanto para que cumpla con sus compromisos de achicar el privilegio como el de proseguir manteniendo también las libertades públicas. Resulta a su vez imprescindible influir sobre los opositores más razonables para que acepten su destino de minorías. No hacerlo sería un tremendo error que puede abrir las puertas a un nuevo Pinochet.