Por Mario Toer (para Safe Democracy)

Mario Toer señala que está resultando frecuente que se recurra al término de populismo de una forma simplista e incluso desvalorizadora para describir la emergencia en América Latina de liderazgos que cuestionan el curso neoliberal de los años noventa. Toer cree que la mayor diferencia ostensible (en los casos de Chávez, Morales, Lula, Tabaré, Bachelet y Kirchner) es una modificación de las relaciones de fuerza política en cada uno de estos países.


Mario Toer es catedrático de Sociología y de Política Latinoamericana de la Universidad de Buenos Aires.

EN EL ÚLTIMO TIEMPO, CON LA EMERGENCIA EN AMÉRICA LATINA de liderazgos que cuestionan el curso neoliberal de los años noventa, resulta frecuente que se recurra al término de una manera un tanto simplista e incluso desvalorizadora: «Es un populista…», se dice, como para simplificar una caracterización despectiva.

Poco esfuerzo se realiza por evocar las circunstancias que, en los años cuarenta, le dieron sustento al término. Tampoco se alude a interesantes trabajos contemporáneos, como el de Ernesto Laclau, que se refieren al concepto de un modo sobre cómo identificar a los adversarios, dividir con acierto al campo político, clarificando las posiciones.

En suma, de la manera en cómo la política alcanza su máxima expresión en cuanto potencialidad transformadora, sin que esto suponga, en modo alguno, una modalidad espuria. Con frecuencia, algunos analistas suelen contraponer las experiencias «populistas» de Chávez y Morales, a las más prolijas de Lagos, Lula y Tabaré (a Kirchner se le suele otorgar el beneficio de la duda y lo dejan flotando a dos aguas).

EMERGENCIA DE NUEVOS LIDERAZGOS
En realidad, la diferencia ostensible en todos estos casos es el de la relación de fuerzas, más que los programas originales de sus protagonistas. En Venezuela y Bolivia nos encontramos con una manifiesta debacle del espectro político preexistente, por razones que son más causa que efecto para la emergencia de estos nuevos liderazgos.

Por el contrario, Lagos alcanza la presidencia en alianza con una moderada democracia cristiana, dentro de un país celosamente vigilado por las Fuerzas Armadas. Recién en el año 2005 se pudieron comenzar a modificar algunos de sus aspectos jurídicos, y no el principal del régimen electoral binominal, de la Constitución legada por Pinochet. Las razones de la prolijidad, para este caso, son notorias.

LULA HACE MALABARES
En Brasil, Lula hace malabares para gobernar con un quinto de legisladores propios y sólo tres gobernadores, siendo evidente lo menguado de su incidencia, tanto a nivel institucional como en lo que hace a su gravitación en los medios de comunicación. Tabaré Vázquez se impuso en primera vuelta, pero sin holgura y debe componer equilibrios al interior de un frente bastante heterogéneo.

En ninguno de los tres casos, que se suponen más institucionalistas, la oposición ha colapsado. Por el contrario, se mantiene alerta a la espera del momento propicio para retornar. La diferencia con la Argentina es que aquí, sin haber llegado al colapso, la confusión de la oposición es manifiesta. De allí que se recurra también a la reiterada acusación de «hegemonismo», como si contar con un amplio consenso sea algo muy negativo.

MODIFICAR LA DESIGUALDAD
Velar por la claridad de las normas institucionales es imprescindible, pero no hay que olvidar que la tarea de modificar relaciones de desigualdad, con escasos parangones en el planeta, no puede suponerse consecuencia de un pulcro duelo retórico de caballeros. Más bien la historia enseña otra cosa, y allí están las experiencias cercanas de los regímenes de la Doctrina de Seguridad Nacional para ayudar a la memoria.

Las mayorías que son rescatadas de la exclusión, no suelen expresarse en una variedad de matices por refinados parlamentarios. Cuando se viene de la nada, se marcha codo con codo, y son liderazgos fuertes los que abren un camino que está plagado de obstáculos. Es la manera de hacer pesar el número, con la unidad en la acción, al carecer de todos los demás recursos. A diferencia, incluso, de algunos de los casos primigenios de la década de los cuarenta, las actuales dirigencias, Chávez y Morales incluidos, han sabido rodearse de un buen número de intelectuales consistentes y son respetuosas del pluralismo cultural.

MANTENER LA ARTICULACIÓN POLÍTICA
Por otra parte, quienes se preocupan por el «populismo radical» o por el populismo a secas, ¿sentían una alarma similar cuando Salinas de Gortari amañaba elecciones, Menem diseñaba una Corte Suprema a medida o Fujimori disolvía el parlamento con el respaldo de los tanques? Ni de lejos nos encontramos hoy frente a abusos comparables.

Por último, pero no menos decisivo, las conducciones de todas estas variantes no se ven a sí mismas como disímiles y abundan en guiños para mantenerse articulados a pesar de las diferentes situaciones en que se asientan.

Por eso tiene sentido parafrasear al ex presidente Clinton, aunque sin duda, también aquí la economía juega su partida.