Por Juan Gabriel Tokatlian (para Safe Democracy)

Juan Gabriel Tokatlian explica que existen actualmente dos modelos diferenciados para luchar contra el terrorismo: el estadounidense, que busca desterrarlo a través de la fuerza y haciendo que sea impracticable en suelo estadounidense, y el europeo, que apunta a superar la asimetría de fuerzas en un plazo más amplio, no inmediato, y por medios no exclusivamente punitivos (disuasión, desarrollo y diálogo). Tokatlian cree que la comunidad de naciones democráticas se enfrenta hoy a un dilema crucial: profundizar el modelo estadounidense o desplegar el modelo europeo. El ideal de Occidente –y su propio destino quizás– está en juego en dicha encrucijada.


Juan Gabriel Tokatlián es sociólogo y ha realizado una maestría y un doctorado en Relaciones Internacionales en la Johns Hopkins University de Washington. Dirige actualmente la carrera de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés, en Argentina.

tokatlian.jpg EL FENÓMENO TERRORISTA ES LA EXPRESIÓN DE UN CONFLICTO asimétrico en el que, en un inicio, las mayores ventajas las tiene el actor más débil que puede escoger el medio, el sitio, la circunstancia y el objetivo al desplegar su uso de la fuerza.

La comunidad de naciones democráticas en Occidente coexistió por lustros con esa situación asimétrica porque para asegurar la vigencia de la democracia resultaba indispensable no alterar drásticamente el delicado equilibrio entre seguridad y libertad.

En esencia, las democracias no podían replicar la táctica del terror para responder a los violentos: en ese momento se hubiera perdido el sustento ético de la democracia misma. No obstante, el 11 de septiembre de 2001 alteró y exacerbó de manera dramática el entorno mundial y la forma de afrontar el terrorismo transnacional de alcance global.

HACER IMPRACTICABLE EL TERRORISMO
El modelo de respuesta escogido por el gobierno del Presidente George W. Bush descansa, implícitamente, en la idea de lograr una simetría frente al adversario. El propósito central es hacer impracticable e irrealizable el terrorismo internacional, al menos en territorio estadounidense. Esto implica, conceptualmente, que el más poderoso se vuelve tan agresivo y aleve como el más débil. No se trata sólo de desplegar el poderío bélico propio, mejorar la capacidad de inteligencia, sancionar a los que amparan el terrorismo y someter al ostracismo a los que estimulan a los grupos terroristas. Se trata, además, de recortar las libertades públicas internas en aras de una mayor seguridad, de legitimar el aniquilamiento anticipado de sospechosos de terrorismo y de desconocer normas de derecho internacional en materia de derechos humanos y de conflictos armados, entre otros.

COSTOS PARA LA DEMOCRACIA
Temporalmente, como, de hecho, ha sucedido desde Septiembre de 2001, el terrorismo internacional se manifiesta fuera de las fronteras estadounidenses. En ese sentido, el mayor éxito de Washington en Afganistán e Irak es haber colocado nuevamente en su origen más reciente –Oriente Medio y Asia– las peores manifestaciones de violencia y terror. Sin embargo, es difícil suponer que Washington logre imponer esa política sin costos para su propia democracia y para la estabilidad mundial.

EL MODELO EUROPEO
Un segundo modelo –más cercano a una mirada extendida en Europa– apunta a superar la asimetría en un plazo más amplio, no inmediato, y por medios no exclusivamente punitivos. En este caso se trata de hacer improbable, innecesario e ilegítimo al terrorismo. Para ello se necesita disuasión, desarrollo y diálogo.

La disuasión militar y policial corresponde obviamente al ámbito del Estado e implica más prevención, más inteligencia y más sofisticación. El efecto de la disuasión es hacer menos probable el comportamiento terrorista. El desarrollo político, social y económico involucra al Estado y también al sector privado y al no estatal: a más desarrollo, menos necesidad de recurrir al terror.

ENCRUCIJADA PARA OCCIDENTE
El diálogo pertenece al ámbito no estatal; es decir, al contacto e interconexión entre religiones, generaciones y civilizaciones. Un diálogo entre sociedades y culturas mina la legitimidad de quienes pretenden invocarla para justificar su recurso al terror.

La comunidad de naciones democráticas se enfrenta a un dilema crucial: profundizar el modelo estadounidense o desplegar el modelo europeo. El ideal de Occidente –su propio destino quizás– está en juego en dicha encrucijada.