Carlos Jorquera A. crítica el enfrentamiento que se viene produciendo en Chile entre la derechista Alianza y la centroizquierdista Concertación y señala que esta pugna por el poder –guiada por el principio de la realidad política— evita dar una solución real al mantenimiento de las desigualdades y la cristalización de los privilegios. Jorquera A. cree que se está evitando así actuar en pos de una mayor justicia social, moral y económica en el país.
Carlos Jorquera A. es profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad Finis Terrae (Santiago de Chile) y en la Universidad del Desarrollo.
EN CHILE, UNA DE LAS DISCUSIONES QUE POR ESTOS DÍAS levantan algo de polvo (no tanto como uno quisiera) es la que se refiere a la función de los partidos políticos. La cuestión que se pone sobre la mesa es para qué sirven estas instituciones que encauzan las inquietudes de los individuos con el objeto de expresarlas en el ámbito público.
PUGNAS DE PODER
Precisamente el tema emerge desde la constatación de que las colectividades que forman la derechista Alianza y la centroizquierdista Concertación han estado sumidas en notorias pugnas de poder. Sus métodos para elegir a sus líderes se cuestionan como poco democráticos y se los acusa de buscar fórmulas de acomodos personales, más que trabajar en la exploración de ideas necesarias para alcanzar grados mayores de equidad.
Los partidos chilenos, como los de la mayoría de los países que priorizan la estabilidad interna y la gobernabilidad, intentan administrar un cierto sentido de lo que Freud llamó el principio de realidad, es decir, ese barómetro psico-social que mide la pertinencia de aquello que resulta razonable admitir en un estado de cosas, o, dicho de otra forma, lo que es sostenible defender frente a locuras, utopías o sandeces impracticables.
JUSTICIA, PERSEGUIRAS
Pero es precisamente el apego a este principio lo que juega en contra de aquella inquietud esencial que pide concentrarse en modificar estructuras que legitiman exclusiones y actuar en pos de una mayor justicia social, moral y económica.
Y así, en vez de aproximarse a escuchar nuevas respuestas a las viejas preguntas, se prefiere la inercia del camino indudablemente más rentable de la lucha por el poder. Poder para qué. Para seguir administrando el principio de realidad.
PANORAMA LATINOAMERICANO
En el panorama latinoamericano se presenta exactamente el momento en que este paradigma es puesto a prueba. El sistema de partidos chileno, en este sentido, se observa ajeno a la evolución de sus símiles de la región. Las apuestas de Bolivia, Venezuela, Argentina, Perú (con la posibilidad de la elección de Humala) se inclinan a poner en tela de juicio los principios de la globalización y a intentar ganar algunos espacios en el profano mundo interno. Los partidos chilenos, en cambio, adhieren, sin excepciones, a la inserción de Chile en el mundo a través de los convenios de libre comercio, de las relaciones internacionales abiertas y de la economía de libre mercado.
CHILE COMO EJEMPLO
Es esta unanimidad la que ha permitido a Chile destacarse en la región como un país que presenta equilibrios globales que estimulan la inversión y el movimiento de personas desde países vecinos (peruanos, argentinos, ecuatorianos). Y esto es así porque el principio de realidad que manejan los líderes chilenos del espectro político representado en el Congreso se mueve en un rango compartido, en una cierta afinidad fundamental que morigera el debate y que impide los bandazos bruscos que se pueden apreciar en el viaje de los vecinos.
La consecuencia indeseada, eso sí, es el mantenimiento de las desigualdades, la cristalización de los privilegios y la innegable distracción de energías hacia las luchas intestinas por estar al frente de proyectos que, al final, son simplemente variaciones de un mismo tema.
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