Piero Ignazi analiza la política exterior italiana y dice que desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Italia ha estado orientada a dos ejes: la lealtad a la OTAN y a Estados Unidos, por una parte; y a una activa y servicial participación en el proceso de integración europea, por el otro. Ignazi cree que la elite política italiana siguió estos dos caminos sin ninguna preferencia o primacía de una fuerza sobre la otra; pero que con el gobierno de centro-derecha, liderado desde 2001 por Silvio Berlusconi, se ha roto esta dicotomía instaurando una nueva dirección en política exterior. La gran pregunta ahora es: ¿qué sucederá después de las elecciones?
Piero Ignazi es profesor de Política Comparada en la Universidad de Bologna. Ha estudiado en esta universidad, en la European University Institute (Florencia) y en el MIT. Dirige el Master de Relaciones Internacionales de la Universidad de Bologna. Su principal área de investigación es el sistema de partidos en toda Europa, con particular énfasis en los partidos de extrema derecha.
LAS DIRECTRICES DE LA POLÍTICA EXTERIOR ITALIANA DESDE el final de la Segunda Guerra Mundial han estado sujetas a una doble corriente: por una parte, lealtad a la membresía en la OTAN y, en especial, a Estados Unidos; y por otra, la participación activa y voluntaria en el proceso de la integración europea.
La elite política italiana siguió este doble camino sin preferencia o primacía por ninguna de sus direcciones. Por el contrario, ambas directrices se vislumbraron como mutuamente reforzadas: mientras más firmemente se afianzaba el vínculo atlántico, más progresaba la integración europea, y viceversa.
Hasta hace poco tiempo, ninguno de los (frecuentes) cambios en el gobierno de coalición –comenzando con el más importante, la entrada del Partido Socialista en el gobierno a comienzos de los sesenta– modificó dicho patrón. Ni siquiera el colapso del sistema partidario, en 1994; ni el surgimiento de nuevos partidos y nuevas coaliciones alteraron aquel marco.
IL CAVALIERI BERLUSCONI
El actual gobierno de centro-derecha, liderado desde 2001 por Silvio Berlusconi, ha estado bajo escrutinio por su supuesta nueva dirección en política exterior. En realidad, el Ministro de Asuntos Exteriores cambió cuatro veces en los primeros cuatro años de gobierno, un movimiento bastante inusual para dicho Ministerio. Sin embargo, con excepción del fugaz primer Ministro de Asuntos Exteriores, Renato Ruggiero (junio de 2001 a enero de 2002), los tres siguientes, Silvio Berlusconi, Franco Frattini y Gianfranco Fini, se encaminaron hacia la misma «nueva» política.
Mientras Ruggiero, ex-presidente de la OMC, fue un conocido «eurófilo», los siguientes Ministros de Asuntos Exteriores, a diferencia, depreciaron dicho sentimiento. No por casualidad, Ruggiero dimitió por la fría acogida del Euro por parte del Gobierno y del propio primer ministro.
¿CAMBIO DE POLITICA?
La asunción del cargo de Ministro de Asuntos Exteriores por parte del mismo Berlusconi, no fue presentada como una modificación de política: por el contrario, Berlusconi enfatizó la continuidad en la política europea y atlántica en su primer discurso al Parlamento, remarcando el reforzamiento de la relaciones con ambos posiciones.
El único cambio pronosticado implicó una presencia internacional más «confiada», flanqueada por un «nuevo modus operandi» basado en contactos personales y directos. En realidad, el extenso interinato de Berlusconi a la cabeza de la diplomacia italiana apuntó precisamente a desarrollar una enorme red de relaciones en el escenario internacional, a los fines de afirmar el status internacional del propio primer ministro, y conseguir aquella legitimación o reconocimiento por parte de la comunidad internacional que se consideraba de alguna manera incompleta: la famosa portada de «The Economist» en la víspera de las elecciones generales de 2001, cuyo titular definía a Berlusconi como «Incapaz de gobernar», ofrecía el más crudo ejemplo de los sentimientos imperantes en las áreas del «establishment» internacional en aquel momento.
ELIGIENDO EL FRENTE
Sin embargo, más allá de las declaraciones oficiales de continuidad, Berlusconi dio un paso determinante: bajo su mandato, las relaciones transatlánticas adquirieron primacía en la política exterior italiana. Las numerosas y repetidas afirmaciones en respaldo de la política exterior norteamericana procuraron delinear una relación especial con Estados Unidos.
De hecho, cuando se desencadenó la Guerra de Irak y se creó una división entre Estados Unidos, y Francia y Alemania, el gobierno italiano eligió el antiguo frente. Si bien el gobierno no formó parte de la «coalición de voluntades» –debido a la hostilidad hacia la guerra de una enorme porción de la opinión pública y de influyentes grupos de presión tales como la Iglesia católica–, tan pronto como la guerra se declaró formalmente, el gobierno envió tropas militares, aún cuando ellas estaban encubiertas bajo forma humanitaria.
ENFOCANDO EN LA RELACION TRANSATLANTICA
El interés nacional fue entonces identificado con la estricta fidelidad hacia el superpoder atlántico; antes que hacia el mantenimiento de un «canal preferencial» con los países árabes, o hacia el énfasis de un enfoque multilateral.
En conclusión, la política exterior italiana fue moldeada por una intervención directa de Berlusconi, tanto como Ministro de Asuntos Exteriores (2002-2003) cuanto como cabeza del gobierno. En aquellos años, y hasta comienzos de 2005, el foco de Italia se desvió de aquel tradicional camino bifurcado entre la lealtad atlántica y la europea, hacia un mayor énfasis en la relación transatlántica.
Esta elección, mientras era negada en declaraciones oficiales, se construyó no sólo a través de la participación del ejército italiano en el escenario iraquí, sino también a través de las continuas y repetidas críticas y distanciamientos frente a la Unión Europea, y el rechazo del multilateralismo.
La entrada del líder Gianfranco Fini al Ministerio de Asuntos Exteriores desde diciembre de 2004, de alguna manera, redirigió la acción del gobierno hacia un más tradicional equilibrio; pero el activismo de Berlusconi en la arena internacional tendió a entorpecer los esfuerzos de Fini y a insistir en la línea pro-americana.
¿Qué opina usted de este análisis? Le invitamos a publicar su comentario