Fabián Bosoer señala que siete países sudamericanos —Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y Brasil— eligen o acaban de elegir durante este año a los presidentes que gobernarán hasta 2010. Lejos de las graves crisis que les aquejaron, estos países enfrentan hoy el gran desafío de definir un nuevo modelo de gobernabilidad, innovar en sus políticas y reconstruir o transformar sus Estados. Bosoer detalla a continuación los avances formidables de América Latina y precisa cuáles son los riesgos, los desafíos y las oportunidades que atraviesa la región en esta nueva etapa histórica de transición hacia el fortalecimiento de la democracia.
Fabián Bosoer es politólogo y periodista del diario Clarín. Es profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Belgrano.
SI ALGO NO PUEDE DECIRSE DE LOS ACTUALES gobiernos sudamericanos es aquello que se decía de ellos hasta no hace mucho tiempo: que quedaban inermes y presas de la parálisis ante las tensiones, presiones y ofensivas simultáneas de los acreedores externos, los poderes económicos, las corporaciones y las protestas sociales; que cedían frente a los primeros y hacían oídos sordos a estas últimas; que carecían de decisión y voluntad política; que estaban atados de pies y manos por las monumentales deudas externas y déficit fiscales y, que, finalmente, aplicaban las recetas que les imponían los organismos financieros internacionales y los dictados de Washington.
UN AVANCE FORMIDABLE
Ahora, quienes llegan al gobierno saben que no podrán eludir la agenda de cuestiones que les aguardan, y saben también que no podrán tomar decisiones que vayan muy en contra de aquello que la sociedad votó en el momento de consagrarlos sin pagar por ello el altísimo costo de su propia permanencia en el poder. Esto supone un formidable avance para una historia latinoamericana signada por enormes frustraciones y tragedias como la que recordó Argentina el pasado 24 de marzo con la recordación de los treinta años del último golpe militar ocurrido en 1976.
Pero resulta insuficiente para construir gobernabilidad democrática y resolver los problemas principales: construir un modelo productivo sustentable, reorientar la distribución del ingreso en dirección hacia una mayor equidad, y mejorar la calidad institucional mediante reformas que renueven y fortalezcan al sistema representativo con la participación democrática.
LOS RIESGOS
También conlleva riesgos: con regímenes políticos y estructuras de poder fuertemente presidencialistas y de baja institucionalización, y una fórmula dominante de gobierno que sigue el modelo del decisionismo, la emergencia permanente y la democracia delegativa, la tentación del personalismo y el autoritarismo acompaña a cada paso a quienes llegan a la cúspide del poder político y, sobre todo, a los elencos que los acompañan.
Más aún cuando al momento de iniciar sus gestiones deben vérselas con los bloqueos propios y ajenos: desgastados y añejos aparatos administrativos, corrupción pública y privada en la gestión de los recursos, Parlamentos poblados de un espectro enmarañado de fuerzas, bloques y congresales elegidos en listas-ómnibus que pasan rápidamente del oficialismo a la oposición y viceversa según cómo soplen los climas de opinión y los favores e incentivos de sus caciques.
ESTADO, REGIMEN POLÍTICO Y GOBIERNO
Las democracias latinoamericanas están enfrentando una cuestión decisiva, que es el modo de jerarquizar y articular la relación distintiva que debe establecerse entre Estado, régimen político y gobierno. En los años 80, la prioridad era recuperar el régimen democrático mediante la elección legítima de gobiernos que condujeran al Estado. Los Estados eran grandes, los gobiernos eran débiles.
En los años noventa, hemos pasado de tener Estados sin democracia –los modelos burocrático-autoritarios precedentes– a tener democracias sin Estado, con la ola neoliberal y privatizadora que vino de la mano del endeudamiento y la expansión del capitalismo financiero. Ello terminó debilitando a los regímenes políticos, provocó una crisis fenomenal de la representación política, pulverizó a los partidos políticos tradicionales e hizo trastabillar y caer a numerosos gobiernos y presidentes democráticamente elegidos (Argentina en 2001, Ecuador en 2002 y 2005, Bolivia en 2003 y 2005).
RECUPERAR EL ESTADO
Hoy, tras un cuarto de siglo de proceso democratizador en la región, hay nuevos puentes tendidos entre las fuerzas sociales y los gobiernos que surgen de las urnas. La tarea es recuperar al Estado, un Estado «para la sociedad» y al servicio de los ciudadanos, a través de la renovación del régimen político representativo, la modernización –cuando no refundación– de los sistemas de partidos y la generación de consensos entre coaliciones reformistas gobernantes y oposiciones republicanas.
Es, en tal sentido, una segunda transición democrática la que le toca vivir a América latina. La primera fue un cambio de régimen, situado en lo político-institucional. La de ahora es un cambio en el régimen y encuentra su carácter distintivo en la necesidad de reconectar economías, sociedades y Estados.
DESAFÍO Y OPORTUNIDAD
Ya no es la salida del autoritarismo; vivimos la etapa de la auto-transformación de las democracias a partir de la revitalización de sus reglas y la recuperación de su definición originaria: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Es el imperativo de superar la desafección política y achicar la brecha entre representatividad y gobernabilidad, entre legitimidad y eficacia decisoria, entre los imperativos económicos y las realidades sociales.
Nadie debería asustarse, por eso, por los desbordes de cauces que produce este momento de torrente de aguas –rebeliones pacíficas, ruidosas manifestaciones ciudadanas y protestas sociales– siempre y cuando, claro está, estas no derriben las contenciones y diques que suponen las reglas de juego de la convivencia y el respeto de los derechos y garantías básicas. Es peor cuando ese lecho se seca y quedan los gobiernos en una orilla y las sociedades en la otra.
Malo sería que se desaprovechara esta oportunidad y no se entendiera la magnitud del desafío.
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