Por Carlos Taibo (para Safe Democracy)

Carlos Taibo cree que por mucho que los medios de comunicación prefieran ignorarlo, lo que sucedió en Georgia, Ucrania y Kirguizistán (en noviembre de 2003, diciembre de 2004 y marzo de 2005, respectivamente) ha sido un auténtico fiasco naranja, y no el cuento de hadas que hablaba de una estimulante democratización, del rápido asentamiento del mercado y de la pronta aproximación al mundo occidental. He aquí cinco razones que, según Taibo, invitan a cancelar cualquier suerte de optimismo sobre la región.


Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y uno de los mayores expertos en Rusia y Europa del Este. Da clases en el el Master en Relaciones Internacionales y Comunicación en la Universidad Complutense de Madrid y ha publicado decenas de libros sobre política internacional.

GEORGIA, UCRANIA Y KIRGUIZISTÁN ASUMIERON RESPECTIVAMENTE, en noviembre de 2003, diciembre de 2004 y marzo de 2005, lo que en la jerga periodística ha dado en llamarse ‘revoluciones naranja’. Al amparo de éstas cobró cuerpo lo que hoy se nos antoja un cuento de hadas que hablaba de una estimulante democratización, el rápido asentamiento del mercado y una pronta aproximación al mundo occidental.

Por mucho que nuestros medios de comunicación prefieran ignorarlo, la mayoría de los hechos invita a concluir, sin embargo, que las revoluciones naranja son un formidable fiasco.

CINCO DATOS PARA EL PESIMISMO
Enunciemos al respecto cinco datos que invitan a cancelar cualquier suerte de optimismo, por menor que ésta sea.

CRISIS ECONÓMICA
El primero no es otro que la prolongación de una situación de crisis económica acompañada, como casi siempre, de la ratificación de inquietantes desigualdades.

CAPITALISMO MAFIOSO
El segundo lo aporta, en estrecha relación con el anterior, el asentamiento de fórmulas de capitalismo mafioso, con sus secuelas esperables en materia de corrupción y de consolidación, a menudo, del poder de inmorales oligarcas.

DISCREPANCIAS ENTRE ELITES
Señalemos, en tercer término, que en los tres países objeto de nuestra atención pueden identificarse discrepancias graves entre unos y otros segmentos de las elites que protagonizaron las revoluciones naranja.

ARTICULACIÓN TERRITORIAL
Agreguemos, y va nuestra cuarta consideración, que tampoco faltan problemas severos en lo que atañe a la articulación territorial de estos países: si en Georgia apenas se ha prosperado en lo que respecta a la normalización de las situaciones en Abjazia y Osetia del Sur, en Ucrania la división entre el oriente ruso y el resto se solapa con la que protagonizan, con sus disputas, las tres principales fuerzas políticas, y en Kirguizistán, en suma, no faltan los expertos que identifican un inquietante riesgo de ruptura entre el norte industrializado y el sur agrícola.

RELACIÓN CON RUSIA
Concluyamos con el recordatorio, en fin, de que el deterioro de la relación con Rusia es un dato común a las tres repúblicas objeto de nuestra atención –recuérdese la disputa ruso-ucraniana sobre el gas, el pasado enero–, sin que se aprecien, del lado de las potencias occidentales, mayores esfuerzos encaminados a compensar a los afectados.

NADA NUEVO BAJO EL SOL

A los analistas avisados nada de lo anterior les puede resultar mayormente sorprendente. Y es que un error craso de diagnóstico que se hizo valer cuando las revoluciones naranja se produjeron era el derivado de la negativa a aceptar que los nuevos dirigentes no eran tan distintos de los viejos como se nos venía a relatar. Todos ellos habían ocupado, por cierto, puestos prominentes en los regímenes que habían contribuido a derrotar.

La huella de esta singular circunstancia quedó expuesta a nuestra consideración cuando, tras las últimas elecciones generales ucranianas, pudimos comprobar cómo el partido del naranja presidente Yúshenko coqueteaba con la perspectiva de pactar con el del derrotado en 2004, y nada naranja, Yanukóvich, con los intereses de los oligarcas, locales como rusos, en la trastienda.

QUÉ DEMOCRACIA
Malo sería que para explicar tantos desafueros nos acogiésemos en exclusiva a la cómoda conclusión de que tienen su origen, sin más, en unas u otras perversiones de las elites georgianas, ucranianas y kirguizes.

Y es que hay que preguntarse, también, por las dobleces que suelen acompañar al concepto de democracia que los países occidentales blanden, lamentablemente impregnado de mezquinos intereses económicos y sórdidas apuestas geoestratégicas.