Por Carlos Escudé (para Safe Democracy)

Carlos Escudé detalla cómo la ofensiva nuclear de los ayatolás ha sido muy bien meditada y comenzó en 2003, inmediatamente después del desembarco norteamericano en Irak. En este sentido, Irán ha ido posicionándose cada vez mejor con el correr del tiempo y el reciente éxito de Hezbolá aumentó aún más el poder del régimen. Escudé cree que la perspectiva de llevar a cabo conversaciones informales con Estados Unidos es atractiva y abre una oportunidad, pero no compromete: negociar significa para Teherán ganar tiempo y continuar con un programa que le llevará –inevitablemente– a poseer la bomba nuclear.


Carlos Escudé es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Yale y profesor de Relaciones Internacionales. Dirige el Centro de Estudios Internacionales y de Educación para la Globalización en la Universidad del CEMA (en Buenos Aires). Ha sido asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores de su país.

CUANDO LA MARINA IRANÍ ASALTÓ el 22 de agosto la plataforma petrolera de una empresa rumana que mantiene una situación litigiosa con Teherán, nadie pensó que fuera una casualidad. El incidente tuvo lugar horas antes de la anunciada entrega de una contraoferta persa al plan de incentivos con que los cinco grandes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, más Alemania, pretendieron congelar su plan nuclear.

Apelar a un ataque militar para resolver un problema judicial, atentando contra la propiedad de un país sin capacidad de retaliación, es una manera de enviar un mensaje. El escenario recordaba los aciagos tiempos de la llamada guerra de los buques-tanque, una dimensión del conflicto de 1980-88 entre Irán e Irak, cuando se dañó a más de 500 embarcaciones civiles en el Golfo Pérsico, con una severa disrupción en los envíos de petróleo.

CÓMO DUPLICAR EL PRECIO DEL BARRIL
La maniobra disuasoria apuntaba a impedir sanciones al momento de vencer el plazo establecido por una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que Irán interrumpa su producción de uranio enriquecido. Con su gesto frente a Rumania le recordaba al mundo que, en caso de una escalada, podría minar el estrecho de Ormuz, de apenas 60 kilómetros de ancho, impidiendo la salida del 80 por ciento del petróleo de Arabia Saudita, Irak, Kuwait, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Unos pocos días de bloqueo implicarían duplicar el precio del barril.

Por cierto, la ofensiva nuclear de los ayatolás ha sido muy bien meditada. Comenzó en 2003, inmediatamente después del desembarco norteamericano en Irak, que necesariamente disminuiría la capacidad de respuesta de Estados Unidos frente a un desafío de ese tipo. Con el correr del tiempo, Irán fue ganando espacios geopolíticos, posicionándose cada vez mejor para la profundización de su proyecto.

NEGOCIAR ES GANAR TIEMPO
Primero, la aventura norteamericana en Irak dio poder a la mayoría chií de ese país (hasta entonces sumida al yugo suní), aumentando el predicamento iraní. Posteriormente, la apuesta subió con el ascenso del actual presidente Mahmoud Ahmadinejad, cuya retórica amenaza con destruir a Israel y activar el ejército de 40.000 suicidas que dice tener infiltrado en Occidente. Y más recientemente, el éxito del Hezbolá, un satélite libanés de Irán, aumentó aún más el poder del régimen teocrático de Teherán.

Aunque el 31 de agosto vence el plazo impuesto por Naciones Unidas, la respuesta por escrito del pasado 22 ya anticipó que los persas quieren negociar pero no aceptan condicionamientos. Negociar significa ganar tiempo otra vez, para continuar con un programa que casi inevitablemente los llevará a poseer la bomba nuclear.

UN CICLO QUE SE REPITE
En su pulseada con Occidente, Irán subió reiteradamente la apuesta hasta llegar al borde del quiebre, para luego prestarse a una retórica de buena voluntad que prolonga las negociaciones mientras avanzan sus objetivos geopolíticos y su programa nuclear. El ciclo se repite una y otra vez.

Por otra parte, el margen de maniobra del ambicioso régimen persa aumenta gracias al desconcierto israelí después del fiasco de Olmert, y a la parálisis de Estados Unidos, cuya presidencia está debilitada y además debe hacer frente a una guerra civil en Irak.

KHATAMI EN WASHINGTON
En este marco, la invitación realizada por Kofi Annan al ex presidente Mohammad Khatami para participar en una conferencia de las Naciones Unidas sobre el diálogo global, el 5 y 6 de septiembre, abre un nuevo canal de comunicación informal entre Estados Unidos e Irán.

Recordemos que hace más de un cuarto de siglo que Washington y Teherán no tienen relaciones diplomáticas formales. Los intercambios actuales se reducen a conversaciones oficiosas respecto de la situación iraquí, y a comunicaciones indirectas acerca de la cuestión nuclear a través de los europeos.

DIÁLOGO SÍ, PERO SIN COMPROMISOS
En este contexto, el inusual trámite de adjudicación de una visa a Khatami para que, en Estados Unidos, pueda alejarse del enclave de las Naciones Unidas e impartir conferencias en las universidades de Harvard, Virginia y Georgetown, y en la Catedral Nacional de Washington DC, fue expeditado con urgencia por el gobierno norteamericano. Khatami es un moderado muy cercano al Líder Supremo Alí Khamenei, y sigue siendo influyente a pesar del ascenso a la presidencia de su extremista sucesor, Ahmadinejad.

La perspectiva de llevar a cabo conversaciones informales es atractiva porque todo pre-acuerdo que no pueda ser consubstanciado por las partes podrá ser negado de plano: abre una oportunidad pero no compromete.

TEHERÁN SUBE LA APUESTA
Pero mientras tanto, los persas siguen subiendo la apuesta. El 25 de agosto anunciaron que se inauguraba su planta de agua pesada, profundizando su desafío frente a la ONU. Y a la vez, tantos los rusos como los franceses declaraban que por más que Irán no hiciese caso al plazo, no debía recurrirse a las sanciones.

Finalmente Israel, que en este drama es el convidado de piedra, desgaja margaritas negras.

Su supervivencia está amenazada de manera directa, pero el juego global la supera.

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