Por Ricardo Angoso (para Safe Democracy)

Ricardo Angoso cuestiona el modelo político y económico impulsado por el máximo líder colombiano Álvaro Uribe y dice que el presidente vive en su laberinto, preso de una inercia del pasado que no le permite abrazar fórmulas renovadoras e innovadoras. Angoso cree que Uribe tendrá que decidir si pasa a la historia como un reformista, en un país tan necesitado de cambios y grandes transformaciones a todos los niveles, o como un presidente más en la larga lista de mandatarios fracasados en la historia de Colombia. Posee la mayoría que el pueblo le otorgó, y tiene y puede actuar en la dirección positiva.


Ricardo Angoso es periodista especializado en cuestiones internacionales y coordinador general de la ONG Diálogo Europeo, con sede en Madrid.

CUANDO ACABA DE COMENZAR EL SEGUNDO MANDATO DEL PRESIDENTE DE COLOMBIA, ÁLVARO URIBE, son numerosos los analistas y periodistas independientes que están cuestionando el modelo político y económico impulsado por el máximo líder colombiano.

Las críticas, por lo general, vienen de la izquierda, y también desde algunas publicaciones europeas, como Le Monde Diplomatique, que han lamentado el actual estado de cosas en este país.

UNA CARRETERA DE DOBLE VÍA
Colombia es, según argumentan algunos, tan sólo una democracia nominal, de papel, pero no es, desde luego, una democracia social, donde los beneficios de la economía de mercado sean percibidos por todos los ciudadanos y donde la limpieza en el juego político esté garantizada.

La democracia es como una carretera de doble vía por donde por un lado avanzan los deberes y las políticas fiscales y, por otro, van los derechos y el bienestar de los ciudadanos. Sin ese equilibrio entre ambas cosas, no habrá nunca una democracia real.

SIN JUSTICIA NO HAY DEMOCRACIA
Hechas estas dos consideraciones, son también muchos los que se preocupan por la actual política de seguridad democrática impulsada por el escasamente neutral Estado colombiano; las violaciones de los Derechos Humanos han estado al orden del día durante los últimos años y la actual reintegración de los paramilitares se ha realizado de una forma poco transparente, mostrando las cloacas por donde discurre la vida institucional en este país y santificando, por no decir sacralizando, una abierta impunidad.

Sin justicia y sin que se conozca toda la verdad no habrá una auténtica democracia. Además, la violencia paramilitar sigue presente, y los ajustes de cuentas y los asesinatos sin esclarecer están al orden del día.

PAUPERIZACIÓN GENERALIZADA
Para ilustrar lo injusto del actual modelo económico colombiano, tan sólo reseñar unos datos: el 10 por ciento de la población del país posee cerca del 46,5 por ciento de los ingresos del país; el 49,2 por ciento de los colombianos son pobres y el 30 por ciento de este colectivo roza la indigencia; y, en el campo, el 0,2 por ciento de los grandes terratenientes posee el 50 por ciento de las tierras productivas, mientras que el 75 por ciento de la población agrícola vive en la más absoluta pobreza. Los datos han sido extraídos de los informes que anualmente realiza el Banco Mundial y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), e ilustran, de una forma demoledora, la pauperización generalizada que se abate sobre Colombia.

Luego está el enturbiado juego político, donde una oligarquía política y económica juega con cartas marcadas, maneja casi todos los medios de comunicación y ha exterminado —matado, quiero decir– a la izquierda política de este país. Decenas de militantes, alcaldes y concejales de la Unión Patriótica, que cayeron en la ingenuidad de abandonar las armas para pasar por las urnas, fueron asesinados en la década de los noventa y todavía sus familiares no han sido resarcidos. Y quizá no lo serán nunca.

SIN VOLUNTAD DE CAMBIO
La democracia colombiana está herida de muerte porque se ha convertido en un mero juego mecánico electoral cuatrienal y no en un sistema de valores, derechos y deberes que sea percibido por los ciudadanos. Y Uribe — subordinado a las políticas económicas más regresivas y neoliberales que emanan del Banco Mundial y el FMI y a las instrucciones políticas que le dan desde Washington– es tan sólo un rehén en manos de una minoría social que se perpetúa desde hace ya más de un siglo y medio sin ninguna voluntad de cambio. La ausencia de una clase media permitió a esta oligarquía controlar el sistema y ponerlo a su servicio.

Los últimos años del uribismo han revelado que el presidente, como el general de García Marquez, vive en su laberinto, presa de una inercia del pasado que no le permite abrazar fórmulas renovadoras e innovadoras y rehén de una oligarquía que no percibe al país como un proyecto nacional e integrador, sino como una gran finca de la cual pueden extraer sus pingues beneficios sin contar con la mayoría social excluida.

ESPERANZAS PARA UN GRAN PAÍS
Uribe tendrá que decidir si pasa a la historia como un reformista, en un país tan necesitado de cambios y grandes transformaciones a todos los niveles, o como un presidente más en la larga lista de mandatarios fracasados en la historia de Colombia. Tiene la mayoría que el pueblo le otorgó y tiene y puede actuar en la dirección positiva.

La pobreza debe ser el principal problema que debe ser afrontado, pues los mejores hombres y mujeres de Colombia tienen que emigrar para alimentar a la familia y la miseria se extiende como la cólera por las ciudades colombianas.

El tiempo nos dará la respuesta a este período que se abre bajo la incertidumbre y que muchos vemos, incluso desde fuera, como una gran esperanza para este gran país llamado Colombia.

Les deseamos, sinceramente, lo mejor a todos los colombianos.

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