Una combinación de pragmatismo y gestos de pasado revolucionario

Por Rafael Moreno Izquierdo (para Safe Democracy)

Rafael Moreno Izquierdo analiza la segunda oportunidad de Daniel Ortega como presidente de Nicaragua y dice que a pesar de su amistad con Raúl Castro, Hugo Chávez y Evo Morales, Ortega no es el mismo sandinista de los años setenta y ochenta, sino una combinación de pragmatismo con gestos de su pasado revolucionario. Moreno Izquierdo cree que Nicaragua no se transformará en un paraíso capitalista pero tampoco se asemejará a las economías planificadas de Cuba o China. Entienda a continuación por qué el futuro de Nicaragua depende no sólo de que Daniel Ortega demuestre que su transformación es verdadera, sino también de la voluntad de los políticos y empresarios de Estados Unidos y Europa.


Rafael Moreno Izquierdo es profesor del Departamento de Derecho Internacional Público de la Universidad Carlos III de Madrid y del Departamento de Periodismo de la Universidad Complutense. Es experto en Operaciones de Paz, Gestión de Conflictos y Comunicación en situaciones de Crisis. Ha publicado «Militares españoles en el Mundo» y numerosos artículos en revistas como Política Exterior y Foreign Policy (edición española). Reside en Madrid.

POCAS VECES SE CONCEDE UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD en la vida política. Daniel Ortega la tiene. La pregunta es ¿qué hará con ella? ¿La desperdiciará? ¿Será capaz de reinventarse como el Ave Fénix?

Es evidente que Ortega se merece el triunfo esta vez, y lo ha logrado por medios democráticos. Había perdido cuatro elecciones seguidas, sin embargo, perseveró en su sueño de volver a representar a los nicaragüenses. Esta vez sin ser un paria internacional, sino una combinación de pragmatismo con gestos de su pasado revolucionario.

UN SANDINISMO REPENSADO
¡Uno puede cambiar, pero no tanto! Por eso no debe extrañar a nadie que sus mejores amigos sean por el momento Raúl Castro, Hugo Chávez y Evo Morales, los niños díscolos de América Latina. Sin embargo, este Daniel Ortega no es el líder sandinista de los años setenta y ochenta. Parece haber aprendido de los 16 años que ha pasado en la oposición.

Por eso, se ha guardado mucho de mostrar un crispante antagonismo con los yanquis. Recibió cordialmente la llamada telefónica de felicitación de George W. Bush y ha resaltado que su decisión de adherirse al mercado común privado de Chávez –la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA)– no puede interpretarse como un deseo de enfriar las relaciones con Estados Unidos o salirse del Tratado de Libre Comercio de Centroamérica con el país norteamericano. La explicación es simplemente crematística.

AYUDA VENEZOLANA
Daniel Ortega necesita dinero para poner en práctica su segunda revolución. Sin él, Nicaragua seguirá siendo uno de los países más pobres del continente, con un escaso legado y sin trascendencia. Parece claro que la Nicaragua que busca Ortega no será un paraíso capitalista, pero tampoco se asemejará a las economías planificadas de Cuba o China. Daniel ha pasado página. Su reto es evitar, primero, caer en los errores de los liberales de su país que sólo han buscado la corrupción y su propio beneficio y segundo, encontrar un modelo de desarrollo equilibrado y sostenible sin dependencias exageradas.

Hay que entender que Daniel Ortega no puede rechazar regalos, aunque eso comprometa su imagen pública. Chávez sabe que el nuevo presidente nicaragüense es vulnerable y no puede decir no a sus ofrecimientos de ayuda económica e inversiones.

La ayuda venezolana abarca los talones de Aquiles de Managua: la electricidad (15 plantas generadoras como asistencia inmediata para solucionar los frecuentes apagones que llegan a veces a ser de 10 horas diarias), la pobreza (a través de cooperativas populares) y la desnutrición infantil, así como la condonación de la deuda bilateral que asciende a 34 millones de dólares.

UNA TRANSFORMACIÓN VERDADERA
La metamorfosis de Daniel Ortega depende ahora, más que nunca, de lo que europeos y estadounidenses estén dispuestos a hacer. La decisión acertada pasa por rascarse los bolsillos y ofrecer una mano tendida. No hay otra opción que aportar los mismos o mayores incentivos económicos que Chávez. Sin corrupción y con políticas estructurales acertadas, Nicaragua puede y debe mejorar sensiblemente su economía y los niveles de vida de sus habitantes. Eso será una buena noticia para todos.

No obstante, la estrategia no debe ser sólo pública. El Fondo Monetario Internacional, dirigido ahora por un buen conocedor de la situación centroamericana, el español Rodrigo Rato, es una pieza fundamental para legitimar cualquier estrategia de reformas estructurales. Las multinacionales –empezando por la española Unión Fenosa— también tienen mucho que decir. Si Repsol y otras empresas extranjeras han aceptado renegociar sus condiciones en Bolivia con Evo Morales para compensar el desequilibrado reparto de beneficios que existía, también pueden hacerlo con Managua sin tener que forzar a Daniel Ortega a radicalizar sus posiciones.

El futuro de Nicaragua depende tanto de los políticos y empresarios de los países capitalistas como de la capacidad de Daniel Ortega de demostrar que su transformación es verdadera y no un sueño pasajero.

Todos podemos beneficiarnos de esta segunda oportunidad.

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