La huida hacia delante de Washington

Por Luis Méndez Asensio (para Safe Democracy)

La decisión de Washington de enviar 21.500 soldados más es la consecuencia de una estrategia de huida hacia delante. Las trágicas circunstancias del conflicto admiten muy pocas variables: la elegida por el presidente George W. Bush o el retiro progresivo de las tropas. Ambas son inviables, a menos de que se apunte a una tercera vía negociada y se reúna a los actores afectados por el conflicto, incluyendo a Irán y Siria.


Luis Méndez Asensio es periodista y escritor. Es profesor de postgrado en la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid y forma parte de la junta directiva del Instituto de Periodismo Preventivo y Análisis Internacional (IPPAI). Es comentarista de política internacional en Radio Exterior de España y otros medios escritos. Ha publicado «La guerra contra el tiempo», «Panamá: memorias de un intruso» y «Contadora, la diplomacia imposible» (entre otros libros). Es corresponsal del Grupo mexicano Reforma en España. Reside en Madrid.

EL PRESIDENTE GEORGE W. BUSH PARECE EMPEÑADO en seguir manejando con guante de hierro los asuntos iraquíes a pesar del desembarco de los demócratas en las cámaras legislativas de Estados Unidos y del previsible recorte de las prerrogativas que el Ejecutivo republicano detentaba hasta ahora por su mayoría absoluta. La decisión de George W. Bush de incrementar en 21.500 efectivos la ya de por sí desmedida presencia de soldados estadounidenses en el país no deja de ser la consecuencia lógica de una estrategia que desde el mismo instante en que se ideó perseguía la colonización política y militar de Irak.

Sin embargo, la domesticación no está resultando una tarea fácil. Más bien todo lo contrario: la resistencia a la ocupación que practican los grupos desbancados del antiguo régimen, los atentados terroristas de autoría enmascarada, el empeoramiento de una existencia cotidiana que los ciudadanos de ese país soportan –sin que las formalidades democráticas les sirvan de consuelo–, y la impresión de que el Gobierno de Bagdad se debe más a los dictados de Washington que a las necesidades de sus compatriotas, conforman un escenario francamente desolador.

VACÍO DE PODER
Tras el atropello del Derecho Internacional que supuso una acción militar realizada a despecho de Naciones Unidas y a remolque de la doctrina de la guerra preventiva –concebida paradójicamente para evitar males mayores–, la situación en Irak admite muy pocas variables.

Una de ellas es la que ha elegido el presidente George W. Bush al ordenar el envío de nuevos contingentes militares al país para intentar reencauzar la seguridad pública y conseguir una nueva prórroga en un combate de resultados más que inciertos habida cuenta de que en la esquina opuesta del cuadrilátero no hay luchadores cuantificables, ni siquiera identificables.

La otra alternativa pasa por el retiro progresivo de las tropas estadounidenses que los demócratas defienden, sin que hasta ahora hayan explicado cómo harán para evitar que el vacío de poder sea ocupado por los grupos iraquíes más sectarios y revanchistas, con el riesgo de que estalle una guerra civil abierta, sin concesiones.

CON MIRAS A LAS PRESIDENCIALES
La tercera vía –que a tenor del comportamiento de unos y de otros tiene pocos visos de prosperar– apunta a una salida negociada, que siente alrededor de una mesa a todos los actores afectados por el conflicto, con la participación activa de Irán y Siria sin cuyo concurso es imposible visualizar una paz duradera, ni en Irak ni en Oriente Medio.

Sin embargo, todo indica que la administración de George W. Bush ya ha elegido la huida hacia delante, reforzando un estado de sitio permanente en ese país, mientras sus adversarios claman por un repliegue militar imposible en el corto plazo y que se alimenta sobre todo de sus expectativas electorales, porque sólo así se justifica ese reclamo sin propuesta que defienden los demócratas.

IRAK NO ES VIETNAM
El presidente Bush sabe muy bien, a pesar de la insistencia de algunos columnistas, que Irak no es Vietnam, entre otras razones porque el drama de la nación árabe no ha despertado todavía en Estados Unidos ni una sola movilización popular digna de engrosar las hemerotecas. Ciertamente, el conflicto puede desgastarle. Pero la erosión nunca llegará a pulverizarle mientras los demócratas no presenten una hoja de ruta viable y pormenorizada, que permita que Estados Unidos salga de Irak sin la sensación de haber claudicado tras dejar a sus espaldas un barullo descomunal.

En cualquier caso, y si la negociación incluyente no lo remedia, Irak seguirá perdiendo. Y con él, todos los que apostamos por el regreso a la normalidad en ese país mediante el apagón gradual y razonado de la beligerancia.

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