Las fronteras de la seguridad europea

Por Rafael Calduch Cervera (para Safe Democracy)

Rafael Calduch analiza la disputa suscitada en torno al ingreso de Turquía en la Unión Europea y dice que la misma encuentra su paralelismo en el debate sobre la ampliación de la OTAN: ambos remiten a la necesidad de consolidar las fronteras geopolíticas de Europa. Pero mientras en la primera tiende a imponerse un criterio restrictivo, la lógica atlantista está presidida por un criterio expansivo. Calduch Cervera reflexiona a continuación sobre cuál será el mapa de la energía, cómo serán las relaciones de Bruselas con Washington y Moscú, y cuáles deberían ser las fronteras de seguridad de la Europa comunitaria en los próximos años.


Rafael Calduch Cervera es catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y director del Master en Relaciones Internacionales y Comunicación de la misma universidad. Ha realizado un doctorado en Ciencias Políticas y Sociología y preside la consultora «Análisis Estratégico Internacional«.

EL DEBATE SUSCITADO EN TORNO al ingreso de Turquía en la Unión Europea, encuentra su paralelismo en el debate sobre la ampliación de la OTAN: ambos remiten a la necesidad de consolidar las fronteras geopolíticas de Europa. No obstante, mientras en el primero tiende a imponerse un criterio restrictivo, entre otras razones por las dificultades que ha ocasionado la última ampliación, la lógica atlantista está presidida por un criterio expansivo.

En un momento en el que el avance en la integración europea ha experimentado un estancamiento –debido al rechazo del proyecto constitucional en el referéndum francés–, se impone la necesidad de reflexionar sobre los límites y las condiciones de las futuras ampliaciones también desde la óptica de la propia seguridad europea. En efecto, la incorporación de Turquía situará las fronteras de la UE en el Cáucaso y Oriente Medio, unas áreas de alto riesgo militar debido a la inestabilidad política y la conflictividad que impera en ellas, como lo ha demostrado la reciente guerra de Líbano. Al mismo tiempo, tampoco se puede ignorar la estratégica importancia energética que ambas regiones poseen para diversificar las fuentes de abastecimiento de una Europa que actualmente posee una excesiva dependencia de Rusia y Argelia.

ADMITIENDO A TURQUÍA
Situada ante este dilema, parece claro que la UE terminará admitiendo a Turquía aunque el proceso de negociación se desarrollará en el horizonte de una década, si no se produce ninguna involución islamista en dicho país que lo interrumpa. Para entonces, el mapa energético europeo se habrá modificado de un modo sustancial. El proceso de fusión y privatización de las empresas energéticas ya iniciado situará a Europa en condiciones de competir eficazmente a escala mundial con las crecientes demandas de Estados Unidos, China o India.

Paralelamente, algunos de los oleoductos y gaseoductos que actualmente están en proyecto o construcción, como el de Azerbaiyán-Georgia-Turquía, el Nabucco, que le conectará con Turkmenistán, y el previsto con Irán, habrán concluido revitalizando la importancia geoeconómica de las nuevas fronteras, por donde está previsto que fluyan en 2020 unos 71.000 millones de m3 de gas natural.

CAPACIDADES MILITARES
En el contexto de la defensa europea, a mediados de la próxima década estarán ya operativos el avión de transporte estratégico A-400M y el sistema Galileo de posicionamiento por satélite, concediendo a la UE unas capacidades militares de proyección de fuerza de las que actualmente carece. Ello, sin duda, reforzará la eficacia disuasoria europea a escala mundial pero también le obligará a desarrollar una doctrina estratégica y una acción exterior globales que todavía no ha logrado articular y para las que el proyecto de Constitución ofrecía tres instrumentos imprescindibles: el Ministerio Europeo de Asuntos Exteriores, la cláusula de solidaridad y la cláusula aliancista.

Enfrentados con esta realidad durante los próximos años, parece evidente que las relaciones de la UE con Estados Unidos y la Federación de Rusia experimentarán cambios significativos. En primer lugar, el nuevo escenario estratégico emergente obligará a las futuras administraciones norteamericanas a asumir el entendimiento político con la UE como una condición necesaria para garantizar el éxito de sus iniciativas internacionales. El abierto enfrentamiento de Washington con las opciones y concepciones políticas y militares europeas, condenará de antemano cualquier decisión de intervención unilateral al dificultar la capacidad operativa y logística norteamericana, además de agregarle un coste diplomático y de opinión pública que terminará por minar las expectativas de éxito político y económico de tales iniciativas.

EL RENOVADO VALOR DE LA OTAN
Esta dinámica convierte a la OTAN en un organismo de renovado valor estratégico para Washington, no sólo por su capacidad de respuesta militar frente a las nuevas amenazas, sino por su decisiva utilidad como foro multilateral para la proyección de la hegemonía norteamericana en la necesaria concertación entre Estados Unidos y la UE. Por ese motivo, los dirigentes norteamericanos están imponiendo una dinámica expansiva de la organización aliancista a las regiones del entorno de seguridad europeo más allá de sus fronteras (Europa Oriental y Balcánica; flanco sur del Mediterráneo; Cáucaso; Asia Central y Oriente Medio). Esa política expansiva incluye las actuaciones de influencia directa en países como Georgia, Ucrania, Bielorrusia y Moldavia, junto con la explotación de las discrepancias que ya existen entre los países miembros de la UE en relación con la Federación de Rusia.

Este último aspecto es especialmente relevante debido a la importancia política, económica y de seguridad que la potencia rusa representa para el futuro desarrollo de la política de seguridad y defensa europeas. En los próximos años, la Europa comunitaria tendrá que lograr que su necesario entendimiento de seguridad con el Kremlin sirva como instrumento de consolidación de una doctrina estratégica estrictamente europea, pero que también sea compatible y sirva de refuerzo al prioritario vínculo transatlántico forjado durante más de medio siglo. Una tarea nada sencilla si tenemos en cuenta la creciente tendencia de Estados Unidos a tomar decisiones unilaterales y la prioridad del presidente Putin por lograr restaurar la posición de Rusia como potencia económica y militar mundial. No en vano las fronteras europeas de seguridad se extienden ya desde California a Vladivostok.

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