Los desafíos de Washington en América Latina

Por Rafael Moreno Izquierdo (para Safe Democracy)

Rafael Moreno Izquierdo analiza la reciente gira de George W. Bush en América Latina y dice que los resultados han sido malos y escasos: tanto George W. Bush como el próximo presidente deben practicar una política comprensiva y positiva hacia el continente y tomar en cuenta que el hueco dejado tras el 11-S en la región está siendo llenado por Hugo Chávez, quien con una definida política de confrontación quiere convertirse en el Castro del siglo XXI. Moreno Izquierdo cree que la amenaza de Hugo Chávez es más peligrosa que la de Castro en muchos sentidos y, por tanto, requiere de Washington una respuesta más inteligente y sofisticada que la utilizada contra la isla desde los años sesenta, y que no ha dado resultado alguno.


Rafael Moreno Izquierdo es profesor del Departamento de Derecho Internacional Público de la Universidad Carlos III de Madrid y del Departamento de Periodismo de la Universidad Complutense. Es experto en Operaciones de Paz, Gestión de Conflictos y Comunicación en situaciones de Crisis. Ha publicado «Militares españoles en el Mundo» y numerosos artículos en revistas como Política Exterior y Foreign Policy (edición española). Reside en Madrid.

LA GIRA DE GEORGE W. BUSH POR AMÉRICA LATINA ha sido un buen termómetro de los malos tiempos que corren para Estados Unidos. El desprestigio de Washington no solamente es evidente en el mundo árabe. La amplia contestación popular que ha marcado todas las etapas de la visita del mandatario estadounidense por tierras americanas es un recordatorio para la Casa Blanca y el Departamento de Estado de los problemas de percepción que tiene la única superpotencia indispensable del planeta, como la definió el presidente Bill Clinton.

Más allá de las artificiales declaraciones políticas, más o menos pomposas, los resultados prácticos de la gira son malos y escasos a pesar de haber sido preparada con mimo para intentar mejorar la maltrecha popularidad de George W. Bush. El presidente estadounidense no ha recibido más que quejas y diplomáticos tirones de orejas, dentro y fuera de los pasillos. Sus más estrechos aliados en la región le han recibido casi de puntillas. Lula, Vázquez, Uribe y Calderón saben que no pueden dar portazo al vecino del Norte –su memoria es pertinaz y si no que se lo pregunten a Rodríguez Zapatero a quien sigue sin recibir– pero también tienen claro que no les beneficia en casi nada mostrarse muy próximos a Estados Unidos, un país que ha perdido mucho terreno como modelo de sociedad.

La brecha entre las clases dirigentes –algunas todavía cercanas mentalmente (y económicamente) a Washington– y las populares latinoamericanas es cada vez más grande y peligroso en este sentido, lo que debe llevarnos a una profunda reflexión.

RAZONES PROPIAS
Gran parte de la culpa es producto del olvido que la Administración Bush cayó justo después del 11-S, al concentrarse casi exclusivamente en Afganistán e Irak e interesarle sólo en aquellos aliados que defendieran a toda costa su guerra contra el terrorismo. De los 34 países de América Latina y el Caribe solamente 7 respaldaron la invasión de Irak y en la actualidad exclusivamente uno de ellos tiene tropas sobre el terreno (Salvador, unos 300 soldados).

Con la esfera política arrinconada, las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica se ha concentrado en temas económicos: acuerdos de libre comercio, tratados preferenciales, etc. Desgraciadamente, por mucho que se avance en este terreno los más desfavorecidos del continente siempre culparan a los ricos de su desgracia y, por tanto, nunca aceptarán que Estados Unidos tiene realmente interés en el desarrollo sostenido del hemisferio.

George W. Bush, y quien le sustituya dentro de año y medio, debe tener una política comprensiva para el continente que propugne un crecimiento en todos los aspectos, tanto sociales como culturales. Una política generosa a la emigración legal es una pata imprescindible de esta visión global de lo que deben ser las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica, y todas aquellas estrategias basadas en muros o el autobeneficios sólo alimentarán la inestabilidad y el recelo, lo que alarga debilitará a las democracias americanas en su conjunto.

RAZONES AJENAS
No en menos cierto que el hueco dejado por George W. Bush está siendo llenado por su antítesis, Hugo Chávez, quien con una definida política de confrontación quiere convertirse en el Castro del siglo XXI cuando la luz de este se apaga poco a poco.

La amenaza de Hugo Chávez es más peligrosa que la de Castro en muchos sentidos y, por tanto, requiere de Estados Unidos una respuesta más inteligente y sofisticada que la utilizada contra la isla desde los años sesenta, y que no ha dado resultado alguno.

El discurso populista y anti imperialista de Chávez cuenta con muchos adeptos en Latinoamérica: no se olvida con facilidad que Washington respaldó política y militarmente a las dictaduras militares y la represión. Pero, y lo que es más importante, su dinero representa un incentivo difícil de rechazar para políticos que han llegado al poder con escaso margen y cuyos estómagos no están preparados para seguir las duras recetas económicas del pasado.

En este sentido, Chávez representa un reto para Estados Unidos mucho más peligroso que otros. Genera, aunque nos cueste aceptarlo, la admiración de muchos jóvenes latinoamericanos que añoran la revolución del Ché y encuentran en el enfrentamiento al yanqui una opción a su falta de futuro.

SIN TIEMPO NI CREDIBILIDAD
A la administración de George W. Bush ya no le queda tiempo ni credibilidad para dar un golpe de timón. Pero el precio del abandono de todos estos años debe hacer reflexionar a las mentes pensantes de Washington y reconocer que no recuperarán los corazones de los vecinos del sur a menos que sean capaces de sembrar nuevos (y razonables) sentimientos de orgullo y admiración hacia una sociedad que ejerce una atracción irresistible para aquellos que logran llegar a sus fronteras y un rechazo visceral para los que la miran desde lejos.

Si George W. Bush pensaba que los latinoamericanos le irían a agradecer algo, lo más probable es que al regresar a la Casa Blanca se habrá preguntado más de una vez para qué demonios aceptó el viaje.

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