La malograda lucha contra el terrorismo

Por Ricardo Angoso (para Safe Democracy)

Ricardo Angoso explica por qué la situación en Afganistán podría considerarse como una guerra fallida, si se revisan los objetivos de la OTAN al entrar en Kabul: luchar contra el terrorismo, consolidar un marco de seguridad que permitiera democracia y estabilidad para derrotar a los talibanes. Angoso recuerda que ninguna potencia ha conseguido ocupar y dominar tierras afganas. Y los estrategas de la Alianza Atlántica deberían aprender de la experiencias pasadas.


Ricardo Angoso es periodista especializado en cuestiones internacionales y coordinador general de la ONG Diálogo Europeo, con sede en Madrid.

RENAUD GIRARD SOSTIENE EN SU LIBRO LA GUERRA FALLIDA DE ISRAEL CONTRA HEZBOLÁ, que en una democracia, (una guerra fallida) es una guerra en la que los objetivos anunciados a la población no se cumplen: la liberación sin condiciones de los dos prisioneros israelíes capturados por Hezbolá tras su operación de comandos el 12 de julio y el desmantelamiento de la milicia islamista chií. En este sentido, la intervención de Israel en Líbano en verano de 2006, en vista de los tozudos hechos, fue una guerra fallida, aunque acarreó la victoria militar de Israel, pues no se pueden minimizar los resultados obtenidos: 1.100 muertos en las filas libanesas, entre civiles y militares, 15.000 viviendas destruidas y casi 900.000 desplazados, el 10 por ciento de la población libanesa.

Pese a este resumen de supuestas victorias israelíes, Girard recuerda que en el terreno político no se ha avanzado absolutamente nada y seguimos instalados en la misma inercia que antes del conflicto, se desarrollan las iniciativas militares pero se dan pocos pasos en la resolución del mismo y sus consiguientes problemas, sobre todo la desactivación de Hezbolá. El conflicto sigue bloqueado y la región cortocircuitada, a la espera de una reconfiguración y una mayor implicación de las grandes potencias –sobre todo de las del Cuarteto– en el futuro de la región. Nada de ello ha ocurrido, y todos seguimos que alguien encuentre fórmulas para una situación permanentemente bloqueada. En ese sentido, sigue sosteniendo Girard, la guerra de Israel fue una guerra fallida, una iniciativa que no consiguió resultados tangibles sobre el terreno.

SEMEJANZAS ENTRE KABUL Y BAGDAD
En Afganistán, la Alianza Atlántica ha anunciado a bombo y platillo cuáles son sus objetivos: la abstracta lucha contra el terrorismo, que es algo así como la cruzada contra el cáncer, y la consolidación de un marco de seguridad en este país que permita una vida más o menos democrática y una mínima estabilidad local y regional. También, aunque no se diga, la derrota de los talibanes, que siempre apoyaron y recibieron el apoyo de Al-Qaeda.

Por ahora, la guerra de Afganistán es una guerra fallida, ya que los atentados terroristas se reproducen por doquier en todo el mundo, desde los países árabes hasta el infalible mundo occidental, y la situación en este país está muy lejos de la normalidad y la estabilidad. Kabul se va pareciendo un poco a Bagdad, aunque el escenario no sea tan apocalíptico.

Los talibanes, además, están repitiendo la misma estrategia de los grupos guerrilleros que lucharon contra los soviéticos en la década de los ochenta. Es una guerra de desgaste, sin arriesgar nada, llevando a cabo audaces acciones que desgastan al enemigo e imprimen al conflicto la misma crueldad que la que llevó a la Unión Soviética a la derrota en Afganistán en 1989. El reciente degüelle del chofer del periodista italiano contribuye, de la misma forma que el ensañamiento que se empleaba con los presos soviéticos que caían en manos de las guerrillas afganas, a la desmoralización de las tropas desplegadas allí y a un impacto mediático en el mundo occidental de incalculables consecuencias. Los talibanes, como es lógico, no tienen nada que perder y no se enfrentan a semejantes problemas: son asuntos de los infieles, tan sensibles a la muerte y al sufrimiento humano.

UN TERRENO INDÓMITO
En cualquier caso, con la llegada del buen tiempo, tendremos ocasión de comprobar sobre el terreno si la capacidad operativa de los talibanes sigue intacta y si los más negros pronósticos que apuntan algunos se cumplen y pasamos de la fase de la actual situación de guerra fallida a la derrota militar total. Decía el general Mac Arthur que las guerras se pierden por dos palabras: demasiado tarde.

Demasiado tarde, sobre todo, en la comprensión letal del enemigo. En Afganistán, desde la masacre de los 17.000 británicos a manos de los indómitos afganos en 1941 hasta ahora, ninguna potencia consiguió ocupar y dominar este país. Quizá sea ya demasiado tarde para la comprensión letal de un enemigo que conoce el terreno, tiene una notable experiencia militar –lleva décadas guerreando– y tiene ante sí todo el tiempo del mundo, un privilegio del que no gozan las acogotadas fuerzas occidentales.

¿Habrán comprendido nuestros estrategas de la Alianza Atlántica las lecciones que se pueden extraer de la estrepitosa derrota de la URSS en la década de los ochenta? ¿Ignorarán que nunca una potencia occidental ganó una guerra de guerrillas en los últimos dos siglos?

Desde la guerra de la independencia española hasta las aventuras asiáticas llevadas a cabo por Estados Unidos y Francia. Incluso Argelia fue una guerra no convencional y los franceses fueron derrotados de una forma humillante.

Con estos elementos, pronostico el peor escenario para Afganistán, tiempo al tiempo, está por llegar.

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