Cómo superar la insatisfacción y el escepticismo reinante

Por Luis Méndez Asensio (para Safe Democracy)

Luis Méndez Asensio considera que la Unión Europea está presentando, a muy temprana edad, señales de agotamiento: apego a la soberanía, ralentización de la economía, retroceso del estado de bienestar y visiones enfrentadas entre sus miembros. Méndez Asensio cree que existe una insatisfacción generalizada entre los socios de la Unión Europea: ante el desfallecimiento, sólo queda la revitalización, es decir, involucrar a la ciudadanía haciéndola partícipe de los progresos y las dolencias comunitarias.


Luis Méndez Asensio es periodista y escritor. Es profesor de postgrado en la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid y forma parte de la junta directiva del Instituto de Periodismo Preventivo y Análisis Internacional (IPPAI). Es comentarista de política internacional en Radio Exterior de España y otros medios escritos. Ha publicado «La guerra contra el tiempo», «Panamá: memorias de un intruso» y «Contadora, la diplomacia imposible» (entre otros libros). Es corresponsal del Grupo mexicano Reforma en España. Reside en Madrid.

LA UNIÓN EUROPEA PRESENTA SÍNTOMAS DE DESFALLECIMIENTO que tras un largo viaje institucional podrían ser comprensibles. Sin embargo, las señales de agotamiento se están produciendo en una fase demasiado temprana, ya que ni siquiera la adopción de la moneda común, sin duda la más exitosa experiencia del colectivo, involucra a todos los países. El resto de los proyectos supranacionales, como el libre tráfico de personas y mercancías, el reforzamiento de la seguridad o la regulación de los inmigrantes, tampoco cuentan con la participación unánime de los socios, por lo que su aplicación es parcial y en ocasiones muy minoritaria.

El apego a la soberanía, la presión de las respectivas opiniones públicas, la ralentización de la economía, el retroceso generalizado del estado del bienestar y las diferentes visiones, a veces enfrentadas, que los países comunitarios tienen de la realidad internacional más allá de las fronteras europeas, están debilitando a una UE que se alimenta sobre todo de la voluntad de sus integrantes por hallar puntos de convergencia cuya rentabilidad no suele ser visible ni inmediata.

COOPERACIÓN REFORZADA
Las últimas encuestas marcan una preocupante tendencia hacia el escepticismo, otro síntoma que aparece en una etapa precoz. Lejos de sentirse ilusionados, muchos ciudadanos europeos manifiestan su recelo, cuando no su descontento, hacia instituciones que observan demasiado distantes e ineficaces. En épocas de incertidumbre, el arropamiento institucional se vuelve mucho más perentorio. Y los europeos no perciben que la UE se ocupe debidamente de sus urgencias cotidianas, ni que intervenga airosamente en las graves crisis que afectan a buena parte del vecindario internacional. Por el contrario, resienten el despilfarro, el exceso de burocracia, los cabildeos, la falta de consenso ante situaciones límite y la economización de un proyecto que ha evolucionado de manera notable en la conjunción financiera y monetaria, pero que se encuentra en un estado larvario en cuanto a su desarrollo político y social.

Las dobles velocidades, que permiten a un reducido grupo de países avanzar en comandita en asuntos que consideran prioritarios sin que se vulnere el espíritu comunal, son una fórmula sibilina para esquivar una exigencia mayúscula, como es el progreso constante y en condiciones de igualdad de todos y cada uno de los socios que componen la UE. Esta modalidad, que en la jerga de Bruselas se conoce como cooperación reforzada, genera además entre la ciudadanía la sensación de que la Unión se está fragmentando en función de las cuitas de cada quien desde el momento en que las dobles velocidades europeas reproducen a pequeña escala las asimetrías y los intereses (materiales) que prevalecen en el resto del planeta.

EL TREN COMUNITARIO
En todos los socios de la UE existe una importante cuota de insatisfacción, que alcanzó una de sus máximas expresiones en los noes de Francia y Holanda al proyecto constitucional europeo. Ante el desfallecimiento, sólo queda la revitalización. Y ésta pasa por involucrar a la ciudadanía, informándola veraz y puntualmente, sin engolamientos ni camuflajes, haciéndola partícipe de los progresos, pero sobre todo de las dolencias comunitarias.

Desde luego, para este inaplazable rescate de la UE tendrían que ser convocados todos los agentes, políticos, sociales y económicos capaces de intervenir en el gran debate (¿qué Europa queremos realmente?) y llegar a conclusiones con las que las grandes mayorías se identifiquen. Más vale que el tren comunitario recorra el trayecto sosegadamente, parando cuando sea menester, con todos los furgones enganchados y cosechando lo mejor de cada escala, y no que ponga a prueba sus calderas con el riesgo de que a la estación terminal sólo lleguen la locomotora y unos cuantos vagones privilegiados.

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