Javier del Rey Morató reflexiona sobre la decisión de la Unión Europea de exigir visado a los bolivianos que deseen entrar en su territorio y dice que emigrar es un derecho –el mismo que ejercieron los españoles en los siglos XVI y XX, cuando huían de la hambruna y de la dictadura– y que regular esa inmigración es hoy un derecho complementario. Del Rey Morató cree que la visa que ha impuesto la Unión Europea impedirá que Bolivia siga exportando gente, lo cual supondrá una reducción de remesas, imprescindibles para mover la modesta economía boliviana. Basta con recodar que en 2006, las remesas que enviaron los emigrantes a América Latina alcanzaron la cifra de 60.000 millones de dólares.


EL PRESIDENTE DE BOLIVIA, EVO MORALES, declaró a CNN que cuando la migración era norte sur, acaparaban nuestra tierras y cuando es al revés, levantan muros y exigen visas. Para los bolivianos hay un antes y un después del 1 de abril de 2007: ahora necesitan visa para ingresar en la Unión Europea, y casi todos llegan por el aeropuerto de Madrid.

En los siglos XVI y XIX los españoles emigraban a América, tomaban miles de hectáreas y saqueaban nuestros minerales, y ahora sólo buscan resolver su problema. (…) Hablan de globalización, pero si quieren globalizar realmente que empiecen por el ser humano.

EMIGRAR ES UN DERECHO
Sus palabras se relacionan con cifras: en 2006, las remesas de los emigrantes a América Latina alcanzaron la cifra de 60.000 millones de dólares. La visa impedirá que Bolivia siga exportando gente, lo cual supondrá una reducción de las remesas.

Decía Arnold Toynbee que, desde el final de la II Guerra Mundial, Europa padece a manos de los pueblos que sojuzgó el mismo destino que ella les infligió: si en el siglo XVI los ciudadanos del Tahuantinsuyo vivieron la experiencia de haber sido asaltados por Occidente, hoy es Occidente el que vive la experiencia de ser asaltado por la gente de sus antiguas colonias.

España, con 200.000 o 300.000 bolivianos, es un ayuntamiento de Bolivia. Emigrar es un derecho –3.400.000 bolivianos han abandonado el país en los últimos años, hacia Argentina, Brasil, Estados Unidos, España e Italia–, y regular esa inmigración es un derecho complementario.

Bolivia no puede invadir Europa con sus productos. Pero tiene su gente. Esa es su exportación a la Unión Europea, esa su integración en la economía del hemisferio Norte: la exportación de mano de obra y de recursos humanos sin valor añadido. Los ingresos por las divisas enviadas por los inmigrantes son recursos que Morales no puede subestimar. Ayudan a mover la modesta economía boliviana. Los familiares de los emigrantes podrán comer mejor, educar a sus hijos, construir una casa y abrir un restaurante o una tienda.

REGULAR LA INMIGRACIÓN
Si Europa tolera esa invasión humana –y la regula–, es porque la necesita: España no podría prosperar sin la gente que llega de Bolivia, de Perú, de Colombia, de Ecuador o de República Dominicana. Y si Bolivia sufre esa sangría, es porque la necesita. Y eso –nos guste o no– es la globalización. Hoy, como ayer, se reproduce un mundo con un centro y una periferia. Pero ahora la periferia está en el centro: los bolivianos, y otros inmigrantes latinoamericanos –recursos de la economía, como el capital–, caminan por nuestras calles y construyen Madrid.

En un libro que Alcides Arguedas escribió en 1910, y que compré en Cochabamba hace años, titulado Pueblo Enfermo, leí: en Bolivia todo es inmenso, menos el hombre. Casi un siglo después de su publicación, lo vemos de otra manera: en Bolivia todo es inmenso, también el hombre, que busca mejorar sus condiciones de vida allí donde la globalización la hace posible. Por primera vez en su historia, el ciudadano boliviano experimenta la movilidad geográfica: tiene aspiraciones, sueños, expectativas de derechos que su país defrauda, y busca futuro al otro lado de la frontera, acaso porque ha comprendido que las fronteras las trazan otros, y a ellos ese artilugio no les beneficia.

Como los españoles muertos de hambre, que cruzaron el océano para comer caliente en el siglo XVI, y que en el siglo XX llegaron a América huyendo de la hambruna y de la dictadura, los bolivianos ejercen un derecho: abandonar un país que no les ofrece nada.

Y tienen que aceptar su contrapartida, porque el siglo XXI no es el siglo XVI, y porque la economía europea tiene sus límites: la regulación de su inmigración, por parte de la Unión Europea, que impone esa legislación, no sólo a Bolivia, sino también a España.