Cuando México acepta el liderazgo que le corresponde
Javier del Rey Morató aprovecha la reciente celebración en Campeche, México, de la reunión extraordinaria del Plan Puebla-Panamá para elogiar el impulso integracionista en la región mesoamericana. El autor cree que se trata de una realidad emergente que compite con la estrecha visión de los nacionalismos; frente a éstos, y frente al laberinto que supone la retórica de las elites, la integración se perfila como un proyecto no sólo compartido, también guardián de la democracia.
Javier del Rey Morató es profesor de Comunicación Política y Teoría General de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Es Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Ha dictado cursos y seminarios en América Latina y es autor de numerosos artículos científicos y libros sobre comunicación y política.
EL MEXICANO MÁS UNIVERSAL DEL SIGLO XX escribió, en 1950: nadie puede explicar en qué consisten las diferencias «nacionales» entre argentinos y uruguayos, peruanos y ecuatorianos, guatemaltecos y mexicanos.
Octavio Paz llevaba razón. Sólo una ideología tan exitosa como anacrónica (el nacionalismo) es capaz de explicar esas supuestas diferencias. Frente a ellas se alza un impulso de integración, que sabe que ser guatemalteco o mexicano, hondureño o costarricense, no es algo esencial, sino adjetivo. Por eso es relevante destacar cualquier noticia que se refiera al envite de la integración, para aliviar los desvaríos de una mala descolonización.
LA ACCIÓN CONJUNTA DA MAGNITUD
El día 10 de abril se celebró en Campeche (México) la reunión extraordinaria del Plan Puebla-Panamá (PPP), con un protagonismo de México que no debería pasar desapercibido en los países del Cono Sur, por la voluntad de liderazgo que supone, en una dinámica de integración que, en aquella región, sólo México está en condiciones de dirigir.
Más que de una retórica integracionista, vimos allí un realismo político basado en la evidencia de que –como dice un editorial de EL UNIVERSAL (México)–, el intercambio de intereses comunes facilita el diálogo, o que está probado que una acción conjunta otorga magnitud a los esfuerzos en materia de seguridad, mercados, inversiones y difusión cultural, en algo que en mucho resulta una globalización a escala.
LA DECLARACIÓN DE TUTXLA
El lector interesado podrá asomarse a la página web del PPP, y ver la Iniciativa Mesoamericana Energética, la Integración de los Servicios de Telecomunicaciones, Turismo, Transporte, Facilitación del Intercambio Comercial y Aumento de la Competitividad, Desarrollo Humano, Desarrollo Sostenible, Prevención y Mitigación de Desastres Naturales.
También podrá leer la Declaración Conjunta de la Cumbre Extraordinaria de los Países Integrantes del Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla firmada por los presidentes de México, El Salvador, Belice, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, y consultar la antedicha declaración, un impulso integracionista regional que es imposible no apoyar.
PLANES PARA EL FUTURO
La visión de los firmantes para 2011, 2015 y 2020, supone un horizonte de objetivos políticos y económicos capaz, en principio, de actuar sobre los comportamientos políticos, que deberán estar orientados hacia la consecución de esos objetivos. La consulta del portal mexicano del plan proporciona la visión del principal actor del proyecto integracionista.
La información sobre la metodología para gestionar proyectos compartidos –método, requisitos y procedimiento para la gestión del proyecto, hasta su aprobación final–, constituye un modelo de actuación que, si se cumple, promete cambiar totalmente la situación política y económica de la región.
UN IMPULSO INTEGRACIONISTA RELEVANTE
El presidente mexicano, Felipe Calderón, anunció que el PPP contribuirá a crear la América Latina del futuro, y habló de inversiones por 4.500 millones de dólares, en 33 proyectos regionales.
No estamos ante un mundo idílico. Nicaragua y Colombia están enfrentadas por la plataforma marítima y varias islas en el Mar Caribe. México había prometido construir una refinería capaz de suministrar 230.000 barriles de petróleo diarios, que podrían quedar sólo en 80.000 barriles.
Todo proyecto integracionista tiene que vencer resistencias notables por parte de los actores implicados, y en América Latina encuentra un obstáculo añadido: las elites no consiguen pasar de las palabras a los hechos, de la elocuencia a la realidad. Y la retórica, lejos de ser un recurso para persuadir y vencer obstáculos, se convierte en un laberinto en el que se complacen, y se pierden.
Pero el impulso integracionista está ahí. Una realidad emergente compite con la estrecha visión de nacionalismos liliputienses, y es noticia relevante para los interesados en el futuro de los países de la América Latina. Porque la democracia no sólo es política interior –a veces, mera intendencia, provincianismo mental, narcisismo infantil–, sino proyectos compartidos, inclusión en una globalización implacable y ciega, y construcción de una dimensión política y económica adecuada para competir con los mejores. Y para sobrevivir en el intento.
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