Sagrario Morán cree que más allá de que el triunfo de Sarkozy pueda ser un buen o mal augurio para España (bueno para el PP y malo para el PSOE), lo más importante es que la relación entre Madrid y París no sólo se mantendrá en materia de cooperación y lucha antiterrorista (ETA y Al Qaeda), sino que se profundizará (aún) más.



EL TRIUNFO DEL CONSERVADOR Nicolas Sarkozy en las elecciones presidenciales francesas no parece plantear dudas en lo que se refiere a la relación bilateral con España. Aunque las relaciones históricas entre estos dos países vecinos –europeos y con muchos intereses en común– han estado repletas de desencuentros, lo cierto es que durante los últimos veinte años el encuentro y la normalidad son las notas predominantes.

Ahora bien, llegar a esta situación no fue fácil. La herencia histórica pesó durante siglos. Pero sobre todo, hijo mío, de los franceses no te fíes. Dan una palabra y no la cumplen, escribió el emperador Carlos I en el testamento dirigido a su hijo Felipe II, refiriéndose a su homólogo francés, el rey Francisco I.

SUS MÁS Y SUS MENOS
Llegamos al siglo XX, y las tensas relaciones se mantuvieron con sus más y sus menos. De Gaulle y Franco, ambos militares, se ignoraron durante el tiempo que estuvieron en el poder. La situación se mantuvo durante los gobiernos conservadores de Valery Giscard d’ Estaing (1974-1981) y Adolfo Suárez (1977-1981). Pero la complicada relación traducida en escasa cooperación perjudicó fundamentalmente a España. Para Madrid era vital mejorar su relación con París si quería solucionar dos de los principales problemas con los que se enfrentó en los primeros años de la democracia: el terrorismo de ETA y el ingreso en la entonces Comunidad Europea (CE).

El terrorismo, porque ETA había instalado su base de refugio, repliegue y reorganización en el sur de Francia, lo que se conocía como santuario. De hecho, la gran mayoría de sus dirigentes –quienes ordenan y deciden a quien hay que matar– han sido detenidos en suelo galo.

GONZÁLEZ Y MITERRAND DE LA MANO
La década de 1980 inauguró una nueva fase en sus relaciones. En 1981 llegaban al poder en Francia los socialistas de la mano de Francois Mitterrand (1981-1995).

España seguía la línea de cambio político con el triunfo del socialista Felipe González (1982-1996). La empatía personal que surgió entre ambos les hizo olvidar su diferencia generacional. La celebración de los seminarios interministeriales (encuentros semestrales de ministros) ayudó a los dos países a conocer sus problemas y a buscar soluciones. Expulsiones a terceros países, extradiciones a España y detenciones de dirigentes de ETA fueron, entre otras, las respuestas a las reiteradas peticiones de colaboración esgrimidas desde Madrid.

El ingreso español en la CE en 1986, superados los obstáculos franceses, invierte de forma definitiva la relación. A partir de entonces, a París también le interesa tener buena relación con su vecino del sur y los medios de comunicación españoles abandonan las duras campañas mediáticas contra Francia para hablar de luna de miel.

PARIDAD IDEOLÓGICA
Esta paridad ideológica –reflejada en estas líneas– alcanza al nuevo siglo. En 1995 se produjo un cambio político en Francia tras la victoria en las presidenciales del conservador Jacques Chirac. Un año después, España experimentó otro cambio tras el triunfo del Partido Popular liderado por J. María Aznar (1996-2004). El presidente Rodríguez Zapatero ha conseguido alterar esa paridad durante tres años. Sin embargo, los vientos socialistas españoles no han contagiado al electorado francés. Hasta ahora parece que los vientos ideológicos traspasan los Pirineos de arriba abajo, pero no a la inversa.

El triunfo de Sarkozy no solamente mantiene ese fin de la afinidad ideológica, al menos durante un año más (en el 2008 se celebran elecciones en España), sino que puede interpretarse desde Madrid como un mal-buen augurio, dependiendo del partido político al que uno se refiera. Mal augurio para el PSOE de Zapatero, bueno para el candidato popular, Mariano Rajoy.

CUESTIÓN DE ESTADO
Pero hay una constante que dejó sentada la familia socialista francesa y española en 1988. Ese año, en un encuentro en Doñana, Mitterrand afirmó delante de su colega González que la cooperación era un hecho irreversible que no iba a variar puesto que la lucha contra el terrorismo es cuestión de Estados, por encima de los gobiernos o de las personas.

En la lucha contra el terrorismo de ETA y de Al Qaeda la cooperación está garantizada y lo previsible es que se refuerce. Sarkozy ha sido ministro del Interior, conoce el fenómeno terrorista de primera mano y, por ende, la importancia de la cooperación para debilitarlo.