Atentados, emboscadas, seguimientos, detenciones, movimientos tácticos, jugadas estratégicas se suceden todos los días en más de sesenta países. ¿Vivimos los prolegómenos de una Cuarta Guerra Mundial? ¿Cómo denominar lo que está ocurriendo? Por qué el miedo, la desconfianza y la inquietud empieza a contagiarnos a todos.


LA CUARTA GUERRA MUNDIAL fue declarada unilateralmente por Osama Bin Laden desde las montañas de Afganistán en 1996, y de nuevo junto a sus correligionarios del Frente Islámico Mundial en agosto de 1998, pero no comenzó oficialmente hasta el 11 de septiembre de 2001, cuando el bando contrario, Estados Unidos, tomó conciencia de la importancia del desafío al que se enfrentaba. Muchos musulmanes están convencidos de que está teniendo lugar entre Islam y Occidente, pero muchos occidentales la ven lejana, escarceos entre el terrorismo islámico y el gobierno de George W. Bush.

La verdad es que Occidente está bien lejos de formar un bloque compacto; al contrario, está dividido entre los que juzgan que presenciamos un inevitable choque de civilizaciones sólo superable con una guerra al terrorismo islamista que incluya la democratización del Islam, y los que propugnan a toda costa el diálogo entre civilizaciones y niegan que exista ningún choque. Una Guerra con mayúscula o simples batallas con minúscula.

GUERRA CONTRA EL TERROR
La guerra ha sido declarada por una misteriosa organización transnacional denominada La Base, sí, Al Qaeda, de la que se puede dudar de todo, hasta de su misma existencia, por no hablar de sus orígenes, complicidades y propósitos ocultos. La guerra ha sido aceptada por el gobierno de Estados Unidos, con el apoyo de la mayor parte de sus ciudadanos, como demostró la reelección del presidente Bush en 2004. El controvertido secretario de Defensa entonces, Donald Rumsfeld, máxima autoridad militar del país, no se anduvo con eufemismos, y el 1 de julio de 2003 declaraba: En mi opinión, estamos en guerra, en guerra mundial contra el terror.

Esta nueva guerra mundial comienza a fraguarse en 1979 cuando la Unión Soviética manda sus tropas a Afganistán en ayuda del gobierno afín que se ha instaurado en el país. Tiene un decisivo prólogo en las guerras civiles de la antigua Yugoslavia, que desmiembran el país e introducen el peligro islamista en los Balcanes. Mientras, se masifica la llegada de inmigrantes desde los países pobres a los ricos, y nadie parece percatarse de que un importante porcentaje de la inmigración que afluye a Europa viene de países musulmanes y se convierte objetivamente en terreno fértil para inimaginables operaciones de retaguardia. Vista desde hoy, parece una operación estratégica cuidadosamente planificada, aunque sea imposible ni siquiera imaginarlo: introducir una quinta columna en el corazón del viejo continente para poder desequilibrarlo desde dentro cuando llegue el momento oportuno.

AMENAZAS, DIVISIONES Y FANATISMOS
En la Europa rica ya hay miedo, difuso e inconfesable, a lo que pueda pasar en el futuro. Tras el asesinato del cineasta holandés Van Gogh, y la ilustrativa crisis de las doce caricaturas, los intelectuales ya se sienten intranquilos a la hora de expresar públicamente opiniones que no sean demasiado políticamente correctas, mientras que las masas de las clases medias empiezan a sentirse asustadas por una invasión demográfica que se acelera sin parar, y tienen francamente miedo a los atentados suicidas de grandes dimensiones que constituyen el arma favorita de la parte atacante. En este contexto, España está especialmente amenazada, es especialmente frágil, y hasta tiene un nombre bien gráfico para demostrarlo: Al Andalus.

La Cuarta Guerra Mundial se ha iniciado mientras se apagaba la Tercera, la Guerra Fría, por el colapso de uno de los dos contendientes, la Unión Soviética y el bloque socialista de países y organizaciones que encabezaba. En ambas guerras, y en las dos anteriores, (y en casi todas las guerras, por otra parte) el control de las materias primas, las rutas comerciales y los mercados son el sustrato. No hay nada tan imprescindible como el petróleo para el actual sistema de vida. Lo producen en su mayor parte países musulmanes de cuya fidelidad y estabilidad Occidente ya no puede estar seguro. El terrorismo islamista tiene por principal objetivo en su ofensiva, además de desestabilizar Occidente, controlar el arma invencible del petróleo mediante la toma del poder en los países productores. Estados Unidos sabe ya que no basta apoyar gobiernos fantoches como en el pasado. Si no se establecen sociedades modernas basadas en el libre comercio, con regímenes democráticos que las hagan socialmente estables, los grifos se cortarán, y la actual civilización occidental perecería en un abrir y cerrar de ojos.

Pero Occidente está dividido, y la brecha entre Estados Unidos y la Unión Europea dirigida por Francia y Alemania, no parece cerrarse. También crece la división interna entre izquierdas y derechas que parecía haberse mitigado en las últimas décadas. Los medios de comunicación se han convertido en un errático amplificador de los efectos psicológicos de esta guerra, un poder incontrolado ya desde el punto de vista tradicional del poder político, manipulado por los nuevos poderes sociales entre los que destaca el islamismo y sus brigadas de choque. Se intuye una guerra de religión incubando su mortífero poder fanático.

¿CÓMO DENOMINARLO?
Dentro del Islam, los moderados están en buena medida acorralados, entre gobiernos tiranos y masas iluminadas por la nueva esperanza o la desesperación postrera de la guerra santa. Dentro de Occidente, se palpa la decadencia. El consumismo ha corroído todo ideal, toda referencia moral. A veces parece que vivimos el hundimiento de un imperio acosado por los bárbaros. Nos parece honestamente que hay razones para estar preocupados. Pero no debemos caer en catastrofismos superficiales y precipitados, sino estudiar si estamos realmente en los prolegómenos de esta Cuarta Guerra Mundial, qué está ocurriendo, cómo podemos atajarla.

La guerra de guerrillas global en curso registra movimientos en más de sesenta países. Emboscadas, seguimientos, atentados, detenciones, movimientos tácticos, jugadas estratégicas se suceden todos los días. Estados Unidos y sus aliados están reforzando, con medios políticos y económicos, los regímenes islámicos moderados en al menos cuarenta países. Persiguen al enemigo yihadista en todo el mundo con una red clandestina de vigilancia y de interdicción. Enfrente, millares de guerrilleros activos y decenas de millares durmientes, maquinan y cavilan sin cesar golpes continuos. Si no es esto una Cuarta Guerra Mundial, ¿cómo lo denominamos?

Mi último libro, La Cuarta Guerra Mundial: terrorismo, religión y petróleo en el inicio del milenio (Editorial Espejo de Tinta, 2006), intenta explicar lo que está ocurriendo, mientras que en Infordeus intentamos dar cuenta diariamente de los avatares de un conflicto larvado, de un proceso que empezó hace treinta años, una guerra en la que se enfrentan dos fervorosos creyentes, el musulmán Osama y el cristiano George. Frente a la ideología mesiánica islamista –este fantasma que como aquél del comunismo recorre ahora el mundo– el bando imperial despliega las ideas neoconservadoras y los apoyos del cristianismo fundamentalista.

UN VIRUS IDEOLÓGICO DE ALCANCE PLANETARIO
Unos miles de iluminados han declarado una guerra total a la civilización occidental para sustituirla por un Califato Islámico Universal basado en normas atávicas. Tienen muchos apoyos y simpatías entre los mil millones de musulmanes del mundo. Usan una de las armas más terribles, el terrorismo suicida, y se plantean una guerra santa que puede durar décadas hasta la conversión o el exterminio de cristianos y judíos.

En los seis años transcurridos desde el 11-S del 2001, ha habido al menos 15.000 actos terroristas con 70.000 heridos y 25.000 muertos. Tenemos un Vietnam (Irak) y hemos tenido varias metástasis (Afganistán, Somalia, Argelia, Chechenia…). Tenemos un periódico todos los días que llenar con ataques mortales y fallidos, intensa ofensiva propagandística, choques, escarceos, detenciones y repercusiones en todos los ámbitos sociales de la globalidad.

Al Qaeda era una organización pequeña; ahora el alqaedismo es un virus ideológico de alcance planetario. La mayoría de los musulmanes no apoyan a Bin Laden. La mayoría de los occidentales no apoya a George Bush. La Cuarta Guerra Mundial no es una guerra clásica entre dos enemigos claros. Una razón más por la que la contienda resulta difícil de detectar, juzgar y encuadrar en los parámetros tradicionales.

De todos los males que se auguraban para el cambio de milenio, nadie predijo el 11-S y sus consecuencias, una terrorífica, tortuosa y exasperante guerra, de características nunca vistas anteriormente, de golpes certeros entre períodos de calma, de actos simbólicos y tácticas virtuales, de sombras, de acechos.

Y detrás de todo ello, el petróleo, la sangre del mundo actual, al que una pequeña hemorragia u obstrucción causaría la muerte súbita. ¿Qué va a pasar? ¿La democracia ganará al terrorismo, se extenderá por el mundo musulmán aislando a los fanáticos, o los agitadores clandestinos conseguirán otros Afganistán desde donde redoblar su ataque? Lo peor de la Cuarta Guerra Mundial en curso son sus efectos difusos: el miedo, la desconfianza, la inquietud, cierto terror en suma que empieza a contagiarnos a todos.