Reflexiones sobre las políticas exteriores de Argentina, Brasil, Chile, Venezuela, Cuba y México.

ADEMÁS: Democracias en América Latina y la geopolítica del siglo XXI, por Fabián Bosoer


HACE ALGÚN TIEMPO, el analista Fabián Bosoer dedicó en Safe Democracy un artículo a la nueva geopolítica en América Latina, y en estas líneas queremos añadir algunas observaciones a esa realidad. La geopolítica considera al Estado desde una metáfora biológica, al modo hobbesiano: es un organismo vivo, supraindividual, en lucha continua por su existencia. Y la geopolítica sería la conciencia geográfica del Estado, la visión que tiene de su espacio vital, o Lebenstraum.

Si el axioma de la geopolítica es el de Spykman (ningún país que no tenga una influencia superior a su extensión geográfica tiene destino), podemos decir que la mayoría de los países latinoamericanos no tienen destino: se lo imponen otros.

BRASIL, ARGENTINA Y CHILE

Brasil tiene una posición privilegiada, central, en América Latina, con fronteras con todos los países sudamericanos, menos Chile y Ecuador. Mira a Paraguay, Argentina y Uruguay, con los que está asociado en el Mercosur, y también a Bolivia, cuyo gas necesita. El traslado de su capital a Brasilia, en época del presidente Juscelino Kubitschek de Oliveira (1956), y sus necesidades comerciales de acceder a un puerto en el Pacífico, son elementos relevantes de su geopolítica.

Itamaratí piensa de manera distinta a sus vecinos: no globaliza, y en sus relaciones con la realidad no media una ideología. Existe el hábito de aislar los problemas, y en el análisis no se desparrama, siendo acaso el país más pragmático de América Latina. En su día tenía el contrapeso de Argentina. Hoy su competidor es Venezuela.

Argentina asume su posición excéntrica, y cuenta con una natural área de influencia sobre todos aquellos países de su entorno que no tienen salida al Atlántico: Bolivia, Chile y Paraguay. Sus necesidades energéticas le hacen prestar especial atención a Bolivia, y ahora también a Venezuela. Su descabellado intento de recuperar las Malvinas por la vía militar revela su preocupación geopolítica por aquellas islas, y las riquezas del Atlántico Sur. Chile aparece en su horizonte como una economía emergente, y un ejército más preparado que el argentino.

Chile, probablemente como consecuencia de la larga estancia de los militares en el poder, empezó a generar, si no una escuela, sí una preocupación geopolítica, que, por otra parte, tampoco es nueva, si se piensa que ya en la Guerra del Pacífico impulsó un pensamiento asociado a sus necesidades territoriales y cupríferas, a expensas de Bolivia. Su dependencia energética influye en ese pensamiento geopolítico.

Su presencia naval en el Pacífico Sur es inevitable, pues compite con Perú –que hace reivindicaciones marítimas–, y hay un antecedente en su historia: en la guerra que mantuvo contra Bolivia y Perú, derrotó en el mar al almirante peruano Miguel Grau.

Es posible que sus intereses energéticos le lleven a conceder una salida al mar a Bolivia, aunque en la solución a ese problema está implicado también el Perú.

Y otro centro de su atención es, obviamente, Argentina, con la que ha tenido problemas de límites antes de la guerra de las Malvinas. Hoy los datos del problema han cambiado.

MÉXICO, CUBA Y VENEZUELA

México define sus intereses geopolíticos en los territorios que se extienden hasta la frontera con Colombia –todas las repúblicas centroamericanas–, que intenta vertebrar con el llamado Plan-Puebla-Panamá (PPP), al que nos hemos referido en otro artículo (DAR ENLACE).

Obviamente, su prioridad absoluta es su relación económica y política con los Estados Unidos. La firma del Tratado de Libre Comercio (Nafta) lo sitúa en una línea distinta del resto de los países de América Latina, y con el tiempo esa distancia puede aumentar.

Cuba (como Malta hace unos años) es un caso claro de una desmesura, de una desproporción entre su extensión, su poder económico, su lugar en el mapa y su geopolítica. Sin embargo, tuvo la osadía de querer influir, no desde un paradigma económico y global, sino puramente ideológico: su visión geopolítica era hacer la Revolución. En ese contexto, la aventura del Che en Bolivia parece una excursión de aficionados: más voluntarismo que estrategia, más racionalismo (ideología) que sentido de la realidad.

Pero lo cierto es que su influencia fue mayor que la de México, Argentina y Brasil.

Venezuela es una novedad: concibe un espacio geopolítico amplio, ambicioso, en el que (estimulada por su riqueza petrolera) pretende competir con Brasil por la influencia de la práctica totalidad de los países de Sudamérica. Geopolíticamente, hoy Cuba es un cero a la izquierda: su impulso ha pasado a Caracas, y en cierto sentido Cuba es colonia de Venezuela.

El impulso venezolano tiene dos aspectos positivos, y uno negativo: el impulso integracionista y la capacidad de financiarlo con las arcas del Estado, repletas de petrodólares, son los aspectos positivos; la componente ideológica que impregna el comportamiento del presidente Chávez, es el aspecto negativo. Hay que recordar que el impulso integracionista europeo, iniciado con la firma de un acuerdo sobre el carbón y el acero, no era partidista, no era excluyente ni era ideológico: sumaba, y no restaba.

En los planes del presidente venezolano, Bolivia aparece como cabecera de puente de una política económica basada en la riqueza energética de ambas repúblicas (petróleo venezolano más gas boliviano), cuya fuerza mancomunada le permitiría influir hasta los países de la cuenca del Plata.

ARGENTINA, SIN PROYECTO DE PAÍS

Brasil quedaría rodeado por un círculo de países afectos a Venezuela, e inscritos en la órbita de un espacio geopolítico concebido desde Venezuela. En esa nueva realidad latinoamericana, las elites de Argentina (sin pulso y sin otra ambición que ganar las elecciones) no parece que ejecute movimientos relevantes, a no ser que sea relevante ir a la zaga de Venezuela.

El país lleva más de medio siglo concentrado en la política interior, y esa obsesión le impide un pensamiento sereno y suprapartidista: los países no se hacen con política interior, sino con política exterior, al servicio de la cual debe estar la primera.

Perdió la riqueza y el prestigio internacional que alguna vez tuvo, y que puede volver a tener, si pone la casa en orden, crea un Estado moderno, combate la corrupción, se disciplina, define un proyecto de país, y piensa en una relación con el mundo no mediada por un nacionalismo trasnochado y miope.

Puede serle útil contemplar la audacia (y los tropiezos) con que los países europeos intentan superar las dificultades que se le presentan. No siempre lo hacen bien (eso es evidente), pero hay un auténtico impulso integrador, que actúa a modo de mito dinámico, capaz de orientar comportamientos y actuaciones políticas, siempre en lucha contra las inercias del pasado.