El chavismo ha logrado ciertos éxitos (para algunos innegables, para otros discutibles), pero ha fracasado en otros aspectos, y corre el peligro de derivar hacia un semi-autoritarismo encubierto en una democracia plebiscitaria, según el autor.

EL PRESIDENTE DE LA VENEZUELA BOLIVARIANA, Hugo Chávez, ha decidido apostar por un nuevo modelo para su país. Una vez superado el anterior sistema, que era considerado infuncional, negligente, agotado en sus formas e incapaz de generar una mejor distribución de la riqueza nacional, las bases sobre las que construiría el nuevo modelo político, nacido tras la victoria de Chávez en las elecciones de 1998, todo anunciaba que se abriría camino una nueva era para Venezuela, aunque muy pocos fueron capaces de prever el calado y la profundidad que tenía el proyecto chavista para Venezuela.

El denominado Socialismo para el siglo XXI, que no es más que la concepción chavista del universo político, trata de conciliar un sistema de desarrollo participativo, con algunos cortes militaristas, todo hay que decirlo, con una mejor distribución de la riqueza nacional. El chavismo, pese a lo que argumentan sus detractores, ha conseguido algunos éxitos, tal como argumentaba la analista Ana María San Juan, en un reciente artículo publicado en Le Monde Diplomatique, que cito literalmente: Entre los avances más importantes logrados por la revolución bolivariana se encuentra la inclusión política, la recuperación de la dignidad y visibilidad de los excluidos, la política petrolera para viabilizar la democracia económica y social, la recuperación del Estado como eje central de la vida nacional y la política exterior. También se deben destacar logros significativos en la educación y la sanidad, algo que reconocen incluso los antichavistas.

Pese a todos estos avances, para algunos innegables, para otros discutibles, también el chavismo ha fracasado en otros aspectos. No ha sido capaz de integrar a la oposición política en el sistema y el régimen podría derivar hacia un semi autoritarismo encubierto en una democracia plebiscitaria; el proceso político está caracterizado por el exagerado personalismo del máximo líder, que es su fuerza pero también su debilidad; los avances sociales han sido significativos, tanto en el crecimiento económico con el aumento del Producto Interior Bruto (PIB), pero no han logrado sacar de la pobreza extrema a aproximadamente el 40 por ciento de la población, y, por último, el Estado venezolano sigue siendo muy débil, ineficaz, escasamente estructurado, poco funcional e incapaz de atender las demandas sociales y económicas de una población machacada y depauperada tras décadas de crisis y frustración. En definitiva, aun destacando los tenues avances en algunos aspectos, el sistema levantado por Chávez sigue lastrando por los peores vicios del pasado y apostando por una forma de actuación en todos los órdenes que tiene más que ver con la improvisación que con el desarrollo de un verdadero programa político y económico para Venezuela.

LA CRISIS DEL ESTADO
Esta crisis del Estado venezolano, que arranca de la década de los ochenta y los noventa, cuando el gobierno de procesado Carlos Andrés Pérez contestó con la violencia brutal del caracazo (casi mil muertos, no olvidemos) a las exigencias de una población que demandaba un cambio social y político, se agudizó antes de la llegada de Chávez al gobierno y sigue presente en la vida del país. A la ineficacia característica, que sobre todo se percibe en los servicios del Estado, en la asistencia social, en la educación y en la sanidad, se le viene a unir la tradicional corrupción, el nepotismo, una rígida pero inútil burocratización, una ineficacia extrema y un acusado clientelismo.

En este contexto, y quizá como fruto de que el máximo líder es consciente de que debe institucionalizar su sistema y dotarle de un marco político adecuado, se ha presentado la reciente reforma constitucional, ya aprobada en parte y sin oposición en un legislativo monocorde.

Entre los aspectos más controvertidos, hay que señalar los aspectos económicos: Chávez pretende formalizar una forma de socialismo que prevé un gran intervencionismo del Estado en todos los aspectos de la economía, controlando todas las formas de propiedad y propiciando, quizá de una forma caprichosa, la expropiación forzosa de aquellos bienes, propiedades e industrias que por interés nacional deban ponerse en manos del bien público, lo cual sin duda ahuyentará los capitales extranjeros y generará futuras controversias de todo tipo. La experiencia histórica demuestra que el intervencionismo económico provoca grandes distorsiones en la economía de mercado y aleja las inversiones foráneas.

LAS REFORMAS POLÍTICAS DEL RÉGIMEN
En el orden político, se establece un sistema presidencialista, con amplios poderes para el máximo líder venezolano, donde el Estado de derecho clásico en Europa y otras latitudes queda difuminado por una serie de contrapoderes de dudosa utilidad –el poder popular, por ejemplo– y se establece un rígido burocratismo que seguramente ahogará la escasa autonomía local de la que ya gozan los entes locales venezolanos, pues a partir de ahora serán las ciudades y las provincias las que gozarán de una mayor preeminencia en el orden político.

Por otra parte, el poder nacional o ejecutivo gozará de amplios poderes y competencias para llevar a cabo sus programas. Quizá, el presidente Chávez en vez de haberse embarcado en un nuevo proyecto constitucional de inciertos resultados, como está haciendo, debería haber comenzado antes con una reforma de su vetusta, opaca y corrupta administración pública. ¿Será capaz con semejante administración pública poner en marcha su ambicioso proyecto para un país con tantas demandas en todos los órdenes? Sencillamente, lo dudo, no creo que la retórica y la formalización de un proyecto difuso en un texto constitucional puedan ser la respuesta a los problemas de la Venezuela de hoy.

Tampoco su afán por perpetuarse en el poder, al estilo de su admirado Castro, parece el mejor de los caminos para encontrar soluciones reales.

RETOS PARA EL CHAVISMO
Cuando han pasado casi diez años desde que Hugo Chávez llegara al poder, ¿Cuáles son los grandes desafíos a los que se enfrenta tan peculiar régimen? En primer lugar, el régimen ha hecho muy poco por tratar de normalizar la vida política del país, que se encuentra muy bipolarizado y con niveles de rechazo hacia el nuevo poder que alcanza casi al 40 por ciento de la población; como segundo elemento que hay que reseñar está la escasa confianza que genera en los mercados económicos internacionales la imagen de Venezuela, sobre todo debido, todo hay que decirlo, a la retórica excesiva de su máximo líder y al anuncio, ya oficializado en la nueva reforma constitucional, de que el Estado podrá intervenir, de una forma casi arbitraria, en la economía y realizar incluso expropiaciones en función de un supuesto nacional; el tercer elemento atañe a la naturaleza democrática del nuevo sistema político, pues comienzan a planear serias dudas acerca de la evolución hacia una cierta forma de semi-autoritarismo y recorte de las libertades; y, por último, pero no menos importante, si la revolución bolivariana no consigue en los próximos años elevar el nivel social y económico de la población, propiciando un mejor reparto de la riqueza y erradicando las inmensas bolsas del pobreza, crecerá el desencanto y es más que seguro que la popularidad de la revolución bolivariana entrara en una segura crisis de inciertas consecuencias políticas.

Finalmente, y esta es una apreciación personal, la influencia de la revolución cubana en el nuevo sistema que pretende institucionalizar el presidente Chávez es muy alta y, en vista de los resultados políticos, sociales y económicos del proceso revolucionario en la isla caribeña, es de prever idénticas consecuencias en Venezuela; luego las alianzas establecidas por la diplomacia venezolana, con socios tan discutibles como Bielorusia, Irán y Siria, hace temer que el modelo político que pretende el líder venezolano se acerque más a los regímenes de partido único y dictadura cuartelera que a las democracias formales y pluripartidistas al estilo de las que conocemos en Europa y una buena parte del mundo.

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