El presidente ecuatoriano Rafael Correa, triunfador indiscutible en los comicios para formar la Asamblea Constituyente, ha iniciado su particular reforma de todos los pilares gubernamentales. Lejos del diálogo inicial, la imposición define las formas del mandatario, por eso habrá que ver si Correa es un estadista u otro caudillo más, dice el autor.

EL PROCESO DE ELECCIÓN de asambleístas constituyentes fue calificado como la madre de todas las batallas por el presidente Rafael Correa, triunfador indiscutible en los comicios del pasado 30 de septiembre.

Con mayoría absoluta de escaños dentro de la Asamblea Nacional Constituyente que se instalará en los próximos días, se pueden contar las primeras bajas tras los resultados.

Es el caso de la partidocracia, que recibió su acta de defunción tras una larga agonía de aproximadamente diez años, tras el derrocamiento de Abdalá Bucaram y el inicio de la crisis democrática.

Los partidos tradicionales, el Partido Social Cristiano (PSC), Izquierda Democrática (ID) y el Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) no alcanzan entre todos diez escaños de los ciento treinta posibles. El caso mas alarmante es sin duda el de la Unión Demócrata Cristiana (UDC o Democracia Popular), grupo que no alcanzó ni un solo escaño en la asamblea.

CAMBIOS EN TODOS LOS ÁMBITOS

Las funciones legislativa y judicial se ven asimismo debilitadas. El Congreso Nacional, decapitado tras una decisión abiertamente inconstitucional del Tribunal Supremo Electoral que destituyó a 57 diputados, fue amenazado durante la campaña electoral con su disolución definitiva por parte del gobierno.

«Hemos sido testigos de un proceso electoral manipulado desde el poder; Correa no dudó en utilizar los mismos mecanismos de la extinta partidocracia» Tras el triunfo de Correa, dio inicio a su desmembramiento, pues los diputados afines al régimen han optado por la renuncia al cargo.

La Corte Suprema de Justicia, reorganizada tras un proceso en el cual la ciudadanía tuvo un rol preponderante y que se presentó como un transparente concurso de merecimientos, no se ha visto exenta de las amenazas de disolución. El presidente del más alto tribunal de justicia ha exigido se respete la institucionalidad.

Dentro del Ejecutivo, se han puesto los cargos de todos los ministros a disposición del presidente.

EL ESTADO COMO PLATAFORMA

La campaña fue calificada por el régimen como la más democrática de toda la historia; sin embargo, hemos sido testigos de un proceso electoral manipulado desde el poder, pues Correa no dudó en utilizar los mismos mecanismos de la extinta partidocracia durante estas elecciones.

La campaña fue encabezada por el presidente, y el aparato estatal sirvió de plataforma electoral para abanderar la campaña de los candidatos del gobierno.

El clientelismo fue nuevamente la tónica del proceso, pues coincidieron, aumentos de subsidios, entrega de microcréditos y toda serie de dádivas. Adicionalmente, la trampa de las franjas publicitarias evidenció una lucha desigual por alcanzar el poder.

El territorio mismo de nuestro país ha sufrido, a casi treinta días de las elecciones, transformaciones sustanciales: se han creado dos provincias nuevas que exigieron el cumplimiento de las ofertas de campaña. Así, nacieron Santo Domingo de los Tsachilas y Santa Elena.

UNA IMPOSICIÓN ENCUBIERTA

El primer ofrecimiento del mandatario fue el diálogo abierto con todos los sectores, pero, tras unas primeras señales de mesura tras el aplastante triunfo, las cosas han seguido el mismo rumbo que tenían antes de las elecciones.

«En el manejo de gobierno las formas son fondo, y se puede advertir que el proceso de construcción de un nuevo Ecuador será un proceso de imposición»

Es decir, el diálogo ofertado se ha transformado en imposición, y muestra de lo anterior está en las posiciones adoptadas por el mandatario frente a los empresarios y la banca.

La renta petrolera fue el siguiente paso, ya que, tras expedir el Decreto que regula la repartición de ingresos de los excedentes petroleros, se amenazó a las empresas en el sentido de que la no aceptación del 1 por ciento establecido por el régimen, implicaría que el Estado absorba el 100 por ciento.

El trasfondo de la reforma no tiene sino otro objetivo que renegociar y revisar los contratos con las empresas petroleras, a las cuales el mandatario volvió a amenazar señalando que si quieren salir del país, nadie les pedirá que se queden.

¿ESTADISTA O CAUDILLO?

En el manejo de gobierno las formas son fondo y, por estas razones, mientras las formas en las cuales se administra las relaciones de poder se ajusten a las de un modelo autoritario, se puede advertir que el proceso de construcción de un nuevo Ecuador y de su cuerpo normativo fundamental, como es la Constitución, no será ni de lejos un proceso de consenso sino de imposición.

Ecuador nuevamente apuesta por el cambio, aunque, como pueblo, no hemos delineado hacia dónde y cómo queremos transformar nuestro país. Muestra de ello es que, en el pasado, el cambio lo encarnaron Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez, los tres antecesores de Correa que no terminaron su mandato por no reflejar lo que la gente quería.

Rafael Correa tiene el desafío histórico de administrar correctamente el triunfo electoral. Esta tarea revelará si estamos frente a un estadista o ante otro caudillo que encarna el cambio y defrauda al final.