jesus.jpgEn una América imperó la idea de profesión del protestantismo ascético, según la conocida interpretación de Max Weber. En la otra, la idea de profesión de Tomás de Aquino: el hombre debe aceptar el lugar que le ha sido asignado en la sociedad, porque ese orden político refleja la voluntad de Dios para con él. Doscientos años después, los del Norte enseñan su amplia galería de trofeos, mientras los del Sur sus diversas facetas de fracasos.

(Desde Madrid) EL TÍTULO DEL ARTÍCULO ES CUESTIONABLE, deplorable, de juzgado de guardia, a no ser que uno tenga fundadas razones para acuñarlo, con la pretensión de decir algo relevante sobre la realidad latinoamericana. Y el corto espacio de que disponemos nos exime de un largo prólogo, para decir lo que sigue: siendo varias las causas del fracaso latinoamericano, no es la menos relevante la actuación imperial de la Iglesia Católica.

«La ética del protestantismo ascético generó una actitud dinámica en las relaciones del Hombre con los númenes (Dios), con los Hombres (Sociedad) y con el Mundo (Naturaleza), en la que todo dependía del Hombre»

Octavio Paz, Carlos Rangel y tantos otros invitan a esa reflexión, que no es la primera vez que hacemos. Nuestra hipótesis es compleja. Para expresarla, nos servimos del filósofo Gustavo Bueno, según el cual la circunstancia humana puede interpretarse en términos de un espacio antropológico vertebrado en tres ejes: las relaciones que el Hombre mantiene con sus semejantes (Hombre-Hombres), con la Naturaleza (Hombre-Tierra) y con los Númenes (Hombre-Cielo). Entre esas relaciones no hay compartimentos estancos, y sí pasarelas de ida y vuelta, en las que nada de lo que acontece en un eje es ajeno a lo que ocurre en los demás.

UN ESPACIO CULTURAL CERRADO A CAL Y CANTO

Nuestra hipótesis cabe en este enunciado: en el espacio antropológico latinoamericano, la relación del Hombre con la Divinidad saturó los otros dos ejes, con enunciados sin contestación posible (Dogmas), y con el poder de la institución que administraba toda la realidad política y cultural (Iglesia Católica). Su poder omnímodo se encargó de que no prosperara una relación del Hombre con el Mundo (Naturaleza), y una relación del Hombre con los Hombres (Sociedad) más dinámica y compleja, la propia de la Modernidad. “En América Latina también la religión lo impregnó todo: pero ese todo era la recreación de la Edad Media en suelo americano, la fundación del Imperio Romano Hispanoamericano”

Si en Norteamérica las relaciones con la Divinidad se resolvieron, no mediante una institución imperial, todopoderosa, asociada al Estado (¡y Estado en sí misma!), sino mediante la conciencia, y la remisión de la religión a un asunto privado, en América Latina esas relaciones saturaron el espacio antropológico, dejando desguarnecidas y sin posibilidades de progresar las relaciones del Hombre con la Naturaleza (Ciencia, Técnica) y las relaciones del Hombre con los Hombres (Democracia).

En una América imperó la idea de profesión del protestantismo ascético, según la conocida interpretación de Max Weber. En la otra, la idea de profesión de Tomás de Aquino: el hombre debe aceptar el lugar que le ha sido asignado en la sociedad, porque ese orden político refleja la voluntad de Dios para con él.

LA OBSTRUCCIÓN O NO DE LA RELIGIÓN

La ética del protestantismo ascético generó una actitud dinámica en las relaciones del Hombre con los númenes (Dios), con los Hombres (Sociedad) y con el Mundo (Naturaleza), en la que todo dependía del Hombre: la constatación de que el individuo era uno de los elegidos no dependía de una autoridad omnímoda, sino de sí mismo, y de las relaciones que fuera capaz de impulsar con sus semejantes y con el Mundo.

“Todas las filosofías importadas (eclecticismo, positivismo, espiritualismo, marxismo) se estrellaron contra la realidad cultural implantada durante la colonia” La religión no era obstrucción, poder imperial ni compartimento estanco: lo impregnaba todo, sí, pero no obturándolo, sino dando un sentido a los trabajos y a los días del hombre sobre la tierra.

En América Latina también la religión lo impregnó todo: pero ese todo era la recreación de la Edad Media en suelo americano, la fundación del Imperio Romano Hispanoamericano. La magia de los sacramentos de la Iglesia Católica, al descargar la conciencia del hombre en una autoridad que decidía por él, y volvía a admitirle en el redil, le eximía de una responsabilidad: la autoría de su propio destino.

En los países latinoamericanos, religión y modernidad son incompatibles, en tanto que en Norteamérica, religión y modernidad, son sólo son compatibles, sino cómplices en la construcción de una cultura política moderna. Los liberales del XIX supieron desde siempre que su lucha tenía que ser contra el poder político de la Iglesia Católica. Y los masones acertaron en asociarse en torno a ideas de libertad, fraternidad, igualdad.

Y todas las filosofías importadas (eclecticismo, positivismo, espiritualismo, marxismo) se estrellaron contra la realidad cultural implantada durante la colonia.

COMO UN CUENTO TONTO CONTADO POR UN IDIOTA

Doscientos años después, los del Norte enseñan su amplia galería de trofeos, mientras los del Sur hacen revoluciones, derrocan gobiernos, instauran dictadores mesiánicos y paranoicos (Castro y Chávez pertenecen a una tradición que no termina de superarse), pronuncian encendidas arengas, redactan constituciones perfectas (perfectamente inútiles), pregonan ridículas e irreales soberanías, anuncian urbi et orbi que crearán al hombre nuevo, decretan y publicitan la felicidad universal de los ciudadanos, se refugian en un arielismo infantil… “Si Max Weber vale para analizar el triunfo de la América del Norte, ¿acaso no nos estará contando las razones del rotundo e incontestable fracaso de la América Latina?” Y la historia se repite, como un cuento tonto contado por un idiota: todos los intentos fracasan. Y el realismo mágico en política sustituye a unas sanas relaciones del Hombre con el Mundo, con la divinidad y con los Hombres.

Equivoca el diagnóstico el que atribuye al autor la ingenuidad de imputar el origen de todos los males españoles y latinoamericanos a la Iglesia católica. En las ciencias sociales el monocausalismo es mal consejero y peor guía. Pero equivoca el diagnóstico el que piensa que ella es inocente.

Si Max Weber vale para analizar el triunfo de la América del Norte, ¿acaso no nos estará contando las razones del rotundo e incontestable fracaso de la América Latina? El autor sabe que este análisis exige no menos de seiscientas, setecientas u ochocientas páginas. Ésta sólo es la primera.