reyjuancarlos1.jpgNadie discute el papel jugado por Juan Carlos I durante la transición española como facilitador de la democracia. Pero más allá del comportamiento del titular de la Corona, el autor cree que es necesario librar un debate profundo sobre la viabilidad de la monarquía, y apunta directamente al tipo de régimen que deseamos para España.

 

(Desde Madrid) NADIE DISCUTE EL PAPEL JUGADO POR JUAN CARLOS I durante la transición española como facilitador de la democracia, a pesar de que fue el dictador Francisco Franco el que lo catapultó, en uno más de sus gestos mesiánicos, hasta la jefatura del Estado. Sin embargo, el aporte del rey español ha sido magnificado por las instancias oficiales y el aparato mediático hasta el punto de retratarlo como uno de los grandes artífices de la renovación política de nuestro país.

El regreso al escenario de Juan Carlos I en la década de los setenta se produjo en circunstancias excepcionales, al calor de una reconversión ideológica difícil, con la mira puesta en la convivencia tantas veces rota, y que fue alentada, paradójicamente, por los beneficiarios del antiguo régimen, lo que obligó en buena parte a la oposición, débil y enemistada, a aceptar la trágala de que al stablishment franquista no se le tocara en lo sustancial si se quería un futuro razonable. Al mito de la transición, más inmodélica que ejemplar y cuyas carencias han sido reseñadas con acierto por intelectuales de la talla de Vicenç Navarro, habría que añadir la invención de la monarquía perfecta.

UN PERSONAJE INTOCABLE

Convertido en motor de la democracia, garante de las libertades y punto de encuentro de todas las españolidades, Juan Carlos I ha devenido en uno de los tabúes más inamovibles de este país. «Que la jefatura del Estado sea hereditaria, con independencia de las neuronas que se gaste el sucesor, es un anacronismo clamoroso» Su figura sigue estando blindada por los cuatro costados y la opacidad del presupuesto de la Casa Real contrasta con la transparencia que se le exige a cualquier ciudadano medio.

Se ha vuelto un personaje prácticamente intocable, a pesar de las inquietantes cercanías que el monarca ha mantenido con banqueros y señeros empresarios que han acabado en la cárcel. Por no hablar de sus nebulosos negocios, su patrimonio invisible o su dudoso papel en la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 que algunos libros intentaron documentar con poco éxito, ya que fueron condenados al destierro nada más ponerse a la venta.

DECADENCIA

Mientras en otros países como Gran Bretaña, donde la monarquía sí tiene raíces, se ventilan sin mayores complejos los asuntos más peliagudos de la Casa Real, afecten o no al conjunto de los ciudadanos, en España seguimos teniendo una prensa mayoritariamente cortesana, que se desvive en cumplidos a la monarquía cada vez que la situación lo requiere y que se ha alzado en salvaguarda de la magna institución manteniéndola a salvo de cualquier lance comprometedor. «Resulta incomprensible que una familia mantenga prerrogativas que inciden en las políticas de Estado, que evaden sistemáticamente el escrutinio popular y que se heredan de padres a hijos como si de trastos domésticos se tratara»

Todas las monarquías europeas que sobrevivieron a la última gran guerra atraviesan por una crisis de identidad que en unos casos las humaniza y en otros las entumece, pero que en términos generales está poniendo de relieve su decadencia. A estas alturas de la historia resulta incomprensible que una familia mantenga prerrogativas que inciden en las políticas de Estado, que evaden sistemáticamente el escrutinio popular y que se heredan de padres a hijos como si de trastos domésticos se tratara.

En nuestro caso, además, los derechos adquiridos, traspasables, no sólo no nos han reportado ganancias comunales, sino que nos han granjeado innumerables disgustos a lo largo de la historia habida cuenta de los estropicios causados por la casi totalidad de los príncipes que accedieron al trono español.

¿QUÉ TIPO DE RÉGIMEN DESEAMOS?

Más allá del comportamiento del titular de la Corona, el asunto tiene enjundia y apunta directamente al tipo de régimen que deseamos para España. Que la jefatura del Estado sea hereditaria, con independencia de las neuronas que se gaste el sucesor, es un anacronismo clamoroso.

Como lo es ostentar la comandancia suprema de las Fuerzas Armadas sin mayores méritos que los adquiridos en la cuna.

Con una historia tan cainita como la española, el desafío de convocar un referendo para solventar la naturaleza del Estado español, es doblemente riesgoso. Pero la inhibición, a medio y largo plazo, se antoja mucho más contraproducente. Y en tiempos de elecciones como los que corren se echan en falta éste y otros debates de verdadero calado.