anzelinilavagna.jpg¿Tendrá Argentina algún día un sistema político bipartidista con un centroizquierda progresista y un centroderecha conservador al estilo europeo? Por el momento, parece un objetivo muy lejano. Pero el regreso del ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, reciente candidato presidencial, al seno del peronismo, previo acuerdo con Néstor Kirchner, para reestructurar al partido hacia el centroizquierda, podría orientarse en esa línea. La pregunta es: ¿de dónde provendrá la oposición a Cristina? ¿de un bloque de centroderecha? ¿Del propio peronismo? ¿O de ningún sitio?

 

(Desde Buenos Aires) HACE MÁS DE TRES DÉCADAS, el sociólogo Torcuato Di Tella planteó que Argentina, con el paso del tiempo, normalizaría su dinámica política. Ello significaba que el devenir histórico implicaría la emergencia de un sistema de partidos al estilo europeo, esto es, con una organización de centroizquierda (progresista) y otra de centroderecha (conservadora).

Según Di Tella, el espacio de centroizquierda quedaría reservado para lo que definió, en una entrevista reciente, como un peronismo reciclado. ¿A qué se refería?: “¿Constituye la actitud de Lavagna un mero ejemplo de travestismo político? La realidad es que Lavagna nunca renegó, ni siquiera en plena campaña electoral, de sus orígenes peronista” Un peronismo que ha evolucionado para eliminar claramente los elementos de tipo autoritario, filo-fascistas, que no eran dominantes, pero los había en su momento (por ejemplo, el ex secretario de Bienestar Social del gobierno de Isabel Perón, José López Rega) y, anteriormente, los nacionalistas de derecha. También habría que superar las ideas del sector de derecha neoliberal, que jugó un rol importante en la década de 1990.

Ahora bien, con la victoria de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones de octubre pasado, y con su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, abocado a la tarea de reorganizar al Partido Justicialista (peronista), la pregunta que cabe formularse es la siguiente: ¿podrá el peronismo transformarse, en definitiva, en la fuerza aglutinadora de centroizquierda que imaginó Di Tella? La primera impresión es que no. Pero vale la pena discutirlo.

LA ALIANZA KIRCHNER-LAVAGNA

A principios de febrero se conoció una noticia que sacudió el tablero político argentino. El ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, reciente candidato presidencial por la opositora Concertación UNA (Una Nación Avanzada), alianza de radicales y peronistas anti-kirchneristas, decidió volver al seno del peronismo. Lo hizo tras trabar un acuerdo con el ex presidente Néstor Kirchner, en línea con el objetivo de éste de reorganizar al partido peronista. “La reciente jugada de Kirchner de recuperar a uno de los dirigentes más importantes del país es, desde el punto de vista de la construcción política, un movimiento brillante”

¿Constituye la actitud de Lavagna un mero ejemplo de travestismo político? La realidad es que Lavagna nunca renegó, ni siquiera en plena campaña electoral, de sus orígenes peronistas (es afiliado a ese partido desde 1972). Además, junto con el ex presidente Kirchner, cultiva un núcleo duro de ideas esenciales. De otra forma, no podrían jamás haber forjado la sociedad política que llevó a cabo, de manera exitosa, la que tal vez haya sido la mayor política de Estado de las últimas décadas en la Argentina: el proceso de renegociación de la deuda externa en default (del total de 102 mil millones de dólares en default, considerando capitales e intereses adeudados, ingresaron al canje casi 78 mil millones; el porcentaje de quita fue de un 66 por ciento, lo que representó un ahorro de más de 45 mil millones de dólares para el país).

“El oficialismo cree que, con Lavagna en el redil, podrá conquistar a ciertos sectores progresistas de la clase media, que en la elección de octubre le retacearon su apoyo” Sin embargo, tras ese paso económico trascendental, comenzaron las desavenencias entre Kirchner y Lavagna. Las causas fundamentales del cortocircuito fueron la estrecha relación del gobierno argentino con el presidente venezolano Hugo Chávez, la crisis energética, y la deteriorada relación del entonces ministro de Economía con el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, y con el ministro de Infraestructura y Planificación Federal, Julio De Vido, al que acusó veladamente de favorecer sobreprecios en las obras públicas dependientes de su cartera.

En este contexto, la reciente jugada de Kirchner de recuperar, para la reorganización de su partido, a uno de los dirigentes más importantes del país (y estratega de la recuperación económica desde los tiempos de Eduardo Duhalde), es, desde el punto de vista de la construcción política, un movimiento brillante.

EL REGRESO DE LAVAGNA, ¿CONFIRMA LA TEORÍA DE DI TELLA?

Desde luego, más difícil es para Lavagna explicar los réditos que le arroja su vuelta al peronismo. No obstante, afirmó recientemente: Soy un convencido de que hay que fortalecer y modernizar los partidos políticos existentes, por eso insistimos en el rescate del justicialismo. Lo que ocurrió ahora es que el ex presidente me transmitió que quería efectivamente entrar en esa etapa de renovación y modernización. “El kirchnerismo está todavía muy lejos (y posiblemente nunca tenga éxito en la empresa) de construir el tan mentado partido de centroizquierda de corte europeo”

Sin embargo, lo cierto es que las opciones de Lavagna tras la derrota electoral (quedó tercero, detrás de la Coalición Cívica de Elisa Carrió) se reducían tan sólo a dos: el ostracismo político y el silencio; o dejar de lado los rencores y colaborar con la institucionalización de la agrupación partidaria que siempre fue la suya y a la que nunca dejó de reivindicar. Está claro que optó por la segunda alternativa.

En este contexto, ¿podría la reincorporación de Lavagna (un economista de ideas keynesianas que siempre criticó con dureza al neoliberalismo vernáculo) representar un avance hacia la constitución de la fuerza de centroizquierda que predijo Torcuato Di Tella?

El oficialismo cree que, con Lavagna de nuevo en el redil, podrá conquistar a ciertos sectores progresistas de la clase media, que en la elección de octubre le retacearon su apoyo. Sin embargo, la realidad no parecería marchar en ese sentido. “El justicialismo como movimiento deberá seguir expresando un modo de pensar y sentir Argentina que le es propio e intransferible” El kirchnerismo está todavía muy lejos (y posiblemente nunca tenga éxito en la empresa) de construir el tan mentado partido de centroizquierda de corte europeo.

A juzgar por el perfil sociológico de sus electores, la victoria kirchnerista de octubre fue claramente un producto de los votos peronistas tradicionales, más que de cualquier apoyo de sectores independientes o vinculados a otras fuerzas progresistas. Prueba de ello es el magro resultado cosechado en las grandes ciudades del país (Buenos Aires y Córdoba, por ejemplo), que cuentan con un gran componente de sectores medios.

Posiblemente el peronismo reciclado que imagina Di Tella nunca llegará a materializarse. Una respuesta interesante, en tal sentido, nos la ofrece Antonio Cafiero, histórico dirigente peronista: El justicialismo como partido político podrá confluir con otras fuerzas políticas y sociales en diversas coaliciones electorales, pero como movimiento deberá seguir expresando un modo de pensar y sentir Argentina que le es propio e intransferible. En él adquieren otro significado las clásicas oposiciones ideológicas entre derecha e izquierda, que más bien quedan libradas a la oportunidad de los hechos. Esta característica que tanto critican algunos intelectuales no es un síntoma de debilidad o confusión, como pretenden, sino que es uno de los fundamentos de su eficacia, ya que permite compatibilizar el idealismo con el pragmatismo o, si se quiere, conjugar la ética de las convicciones con la ética de las responsabilidades.

LOS DILEMAS DE LA OPOSICIÓN

“La oposición ha demostrado una flagrante incapacidad para conciliar la competencia política con la convergencia en un frente común” Sobre los dilemas que se ciernen sobre la oposición política en la Argentina, los partidos opositores se enfrentan a dos grandes problemas o, si se quiere, a un gran problema (técnico-político e imposible de resolver con mero voluntarismo) y a un enorme desafío (esencialmente de construcción política, aunque éste sí dependiente de la voluntad de los opositores).

El primer problema tiene que ver con las dificultades para crecer por fuera de las grandes ciudades, un tema de compleja resolución. ¿Por qué? Básicamente, porque no se trata de una cuestión que pueda limitarse a la voluntad de los dirigentes opositores o a su capacidad de tejer alianzas. Hay aquí una variable fundamental que es el sistema electoral, que sobrerrepresenta a las provincias pequeñas (en las que predomina el peronismo), y que muy difícilmente vaya a ser negociado por el oficialismo. Por lo tanto, es muy poco probable que en el corto plazo se pueda avanzar en la resolución de este punto.

«Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y principal referente de la nueva derecha, navega entre sus contradicciones y su inexperiencia política” El segundo inconveniente tiene que ver con la flagrante incapacidad que ha demostrado la oposición para conciliar la competencia política con la convergencia en un frente común. La explicación debe buscarse en la afirmación de personalismos excluyentes que entienden a los acuerdos como meras amenazas y no como ventanas de oportunidad. Esta incapacidad de los dirigentes opositores para tejer una alianza al estilo de la Concertación chilena, ha privado a la sociedad de la tan necesaria recomposición del sistema político. Los principales dirigentes opositores de extracción radical (Elisa Carrió, el ex presidente Raúl Alfonsín y Ricardo López Murphy) han permanecido embarcados en la desconfianza mutua y no han podido recrear el espacio histórico de la Unión Cívica Radical (UCR).

Por otra parte, Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y principal referente de la nueva derecha (PRO), navega entre sus contradicciones y su inexperiencia política. Por el contrario, parece más sólido el avance del socialista Hermes Binner, gobernador de la Provincia de Santa Fe, hombre que conjuga férreos principios de honestidad con una exitosa experiencia como gestor público. Sin embargo, el Partido Socialista al que pertenece Binner es fuertemente crítico con el gobierno nacional (con el que Binner, sin embargo, conserva buenas relaciones) y ha decidido unirse a la Coalición Cívica que lidera Elisa Carrió (decisión que Binner no pareciera compartir del todo).

LA OPOSICIÓN DECEPCIONA INCLUSO A NÉSTOR KIRCHNER

“Hasta Néstor Kirchner está decepcionado de la oposición. Admite, a regañadientes, que ninguna democracia exitosa económica e institucionalmente prospera con partido único y sin alternancias ni bipartidismo” En definitiva, la oposición política en Argentina se encuentra en una encrucijada de difícil resolución, para la que no pareciera vislumbrarse la luz al final del túnel. Si esta incapacidad opositora para construir una alternativa de poder permaneciera inalterada, ocurrirá nuevamente lo que ha pasado en otros momentos de la historia argentina: la oposición surgirá del propio peronismo.

En este sentido, la tradición del movimiento fundado por Juan Domingo Perón ha sido el desplazamiento de las luchas partidarias al interior de los órganos de gobierno, de tal forma que el peronismo fue gobierno y oposición al mismo tiempo.

Como ha afirmado recientemente, con gran lucidez, el periodista y escritor Jorge Fernández Díaz: Hasta Néstor Kirchner está decepcionado de la oposición. Admite, a regañadientes, que ninguna democracia exitosa económica e institucionalmente prospera con partido único y sin alternancias ni bipartidismo. Sabe que, si no evoluciona por afuera, una oposición de centroderecha surgirá tarde o temprano del propio peronismo y que sobrevendrán como siempre la crueldad, el destripamiento, la lucha sin cuartel y la amnistía y, al final, la cohesión. La guerra peronista hace temblar a los peronistas que detentan el poder.