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La sensación térmica y la volatilidad aumentan en Argentina frente a la falta de resolución de la crisis entre el gobierno y los productores agropecuarios. La renuncia del ministro de Economía, Martín Lousteau, evidencia la insostenibilidad del crecimiento económico si no se aplican correcciones urgentes en el marco de acuerdos sociales y políticos.

(Desde Buenos Aires) ES CURIOSO: NO HA DE ENCONTRARSE en la historia argentina muchos otros gobiernos más fuertes que el de Cristina Fernández de Kirchner. Ganó las elecciones con el 45 por ciento de los votos duplicando lo conseguido por sus adversarios, cuenta con un Congreso a medida, con mayoría en ambas Cámaras (158 diputados sobre 257, 47 senadores sobre 72), con 20 de las 24 provincias, un superávit doble (fiscal y comercial) y un crecimiento económico por encima de la media regional, de entre el 7 y el 8 por ciento anual.

“Aquí otra saga literaria digna de dibujo animado: como reemplazante de Lousteau al frente de Economía asumió un cuarto Fernández” Su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, acaba de asumir el Partido Justicialista, reorganizando y relanzando al peronismo como partido del Gobierno, encolumnando en su seno al poderoso jefe del sindicato de camioneros y secretario general de la CGT, Hugo Moyano, a los principales intendentes del populoso conurbano bonaerense y al propio gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli.

Con toda esa demostración de poder, el Gobierno se está topando con serios problemas, propios y ajenos, mostrando por momentos una extraordinaria capacidad para poner en juego el capital acumulado, la credibilidad de sus políticas y la consistencia macroeconómica.

LOS KIRCHNER Y LOS FERNÁNDEZ

El conflicto con el campo puso en la picota la política de retenciones a las exportaciones agropecuarias. “En los cinco años de mayor crecimiento de la historia argentina, hubo cinco ministros de Economía, y desde Roberto Lavagna hasta aquí la duración ha ido decreciendo” La falta de resolución se cargó ahora al ministro de Economía, Martín Lousteau, una joven y fugaz promesa que duró apenas cuatro meses y 14 días y terminó siendo el chivo emisario de la confrontación con las entidades rurales, esmerilado por los verdaderos hombres fuertes del gabinete presidencial, que responden al ex presidente Kirchner: el secretario de Comercio Guillermo Moreno y los ministros Julio de Vido, Aníbal Fernández y Alberto Fernández. Aquí otra saga literaria digna de dibujo animado: como reemplazante de Lousteau al frente de la cartera económica asumió un cuarto Fernández, Carlos Fernández, un técnico encargado de poner los números en planilla y mantener el dinero en caja que viene haciendo su trabajo con eficiencia, según cuentan, desde los tiempos de Carlos Menem y Domingo Cavallo.

Es otra de las inconsistencias en la relación entre política y economía: “Mejor es adelantarse a las crisis que esperar a que se desaten, perdiendo tiempo y capital difícil de recuperar”en los cinco años de mayor crecimiento que registra la historia argentina, hubo ya cinco ministros de Economía, y desde Roberto Lavagna hasta aquí la duración de cada uno fue decreciendo. El trasfondo de este recambio es la evidencia de los puntos flacos del actual modelo económico; una tendencia que según coinciden los economistas del más amplio espectro, no es sustentable de este modo por mucho tiempo más. Se imponen correcciones y en un clima de incertidumbre, expectativas inflacionarias, reaparición de índices de riesgo-país en alza y baja en las inversiones, la perspectiva es un recalentamiento de la economía y un aumento de la conflictividad social.

ARGENTINOS: IR A LAS COSAS

La presidenta Kirchner hizo campaña invocando la necesidad de acuerdos sociales y económicos, apelando a la siempre oportuna evocación de los Pactos de la Moncloa, tan lejos ellos de la actual problemática argentina. “El Gobierno aparece sólo en el centro del ring, y, a falta de interlocutores a su altura, parece preferir inventar contrincantes” Luego, al iniciar su gestión, la idea fue al cajón de utopías y retazos, mientras el doble comando del matrimonio presidencial muestra ahora al ex presidente en pleno ejercicio de su influencia y poder políticos. Será tal vez ahora un momento para retomar esa convocatoria. De hecho, tendrán que hacerlo tarde o temprano. Mejor es siempre adelantarse a las crisis que esperar a que éstas se desaten, perdiendo tiempo y capital que, después, resulta más difícil recuperar.

Lo que se vio en estas semanas en Argentina es algo distinto: una sensación térmica de alta volatilidad, crispación y desasosiego en el clima de convivencia que alimenta las expectativas perversas, las profecías auto-cumplidas y las heridas auto-infligidas, recurrencias ya crónicas en este país acostumbrado a ver cómo se encumbran las más entusiastas previsiones que terminan transmutando en frustración. Mientras tanto, el Gobierno aparece sólo en el centro del ring, y, por momentos, a falta de interlocutores en condiciones de colocarse a su altura, parece preferir inventar contrincantes.

Y ya que de miradas españolas sobre estas andanzas se trata, resuenan las palabras de don José Ortega y Gasset, en sus tiempos de entomólogo de especies rioplatenses, cuando alentó a las gentes de este país a ir a las cosas: El argentino ocupa la mayor parte de su vida en impedirse a sí mismo vivir con autenticidad. Esa preocupación defensiva frena y paraliza su ser espontáneo y deja sólo en pie su persona convencional.