coboscrist.jpgTras cuatro meses de batalla por una medida específica de política económica –que ha dilapidado el enorme respaldo inicial que tenía Cristina Fernández de Kirchner–, la pregunta ahora es si habrá más zafarranchos en las próximas batallas políticas de Argentina, o si vendrá, en cambio, la tan esperada normalidad que le dé fuerza al Parlamento y oriente el mayor activismo ciudadano hacia la institucionalidad, por el bien del país.

(Desde Buenos Aires) FINALMENTE, LA SANGRE nunca llega al río en el conflicto político argentino. Se gastan y desgastan las maquinarias y dispositivos de confrontación con climas que evocan grandes disputas, epopeyas con trasfondo histórico, antagonismos que se evocan tanto para reeditarlos como para advertir sobre el riesgo de su repetición, retóricas cargadas de tremendismo, discursos admonitorios y puestas en escena mediáticas de batallas finales, culebrones políticos de hondo contenido dramático, algo de bizarría y patetismo.

La presidenta CFK aludió a ello semanas atrás en medio de la tormenta cuando recordó la célebre apreciación de Carlos Marx: la historia se repite; primero como tragedia, después como farsa. «El zafarrancho parece ser uno de los juegos que más le gustó jugar al ex presidente desde que se convirtió en líder de su partido, primer caballero y hombre fuerte del gobierno de su esposa» Aunque no se involucró en esa descripción sino como observadora, detectó el aspecto positivo del comentario devaluatorio: los ecos lejanos de las tragedias del pasado se agitan como fantasmas o fantoches sin encarnadura en una realidad que busca a tientas marchar por otros carriles. Los encontró, al cabo de cuatro meses de desgastante pulso entre los sectores del agro y el Gobierno, al denegar el Congreso la aprobación por ley de las retenciones móviles a las exportaciones de soja, que el Ejecutivo pretendía aplicar por decreto.

A la hora de la verdad, lo cierto es que el resultado es la aparición de un nuevo escenario en el que las fichas se reubican y los actores están obligados a jugar el juego de manera diferente. Las instituciones se activan, los conflictos se encaran y resuelven de manera civilizada, la participación y el activismo se hacen notar. Una muestra más, en definitiva, de autoaprendizaje de la democracia.

PERSISTE EL SISTEMA BIPARTIDISTA IMPERFECTO

El fenómeno que ha provocado y finalmente sufrido en carne propia el ex presidente Néstor Kirchner en su debut como presidente del Justicialismo, el partido del gobierno, tiene nombre, se llama zafarrancho; palabra que, curiosamente, tiene dos significados diferentes. «Nada ha reemplazado aún al sistema bipartidista imperfecto que dominó la historia política nacional» En la jerga militar remite a la acción o efecto de evacuar una parte de la embarcación para dejarla dispuesta a determinada tareas. Al grito de marras, se desarma la compañía, se rompen filas y todos a sus nuevos puestos para librar la batalla que se avecina. También se usa de manera coloquial, aunque algo barroca, para hablar de una pelotera, pendencia, pleito, revuelta, reyerta, riña o trifulca.

El zafarrancho parece ser uno de los juegos que más le gustó jugar al ex presidente desde que se convirtió en líder de su partido, primer caballero y hombre fuerte del gobierno de su esposa Cristina Fernández. Es un juego propio del peronismo pos-2001 y de una Argentina que no terminó de superar la crisis de sus partidos políticos tradicionales al calor de una calle que reclamaba, con piquetes y cacerolazos ¡qué se vayan todos! Nada ha reemplazado aún al sistema bipartidista imperfecto que dominó la historia política nacional. Salvo este big-bang de fragmentos partidarios, líderes y referentes territoriales agrupados en torno a constelaciones gubernamentales u opositoras que organizan las listas y distribuyen los espacios y recursos según la ocasión y el motivo. «Tras vibrante empate le tocó desempatar al vicepresidente Cobos, hombre del radicalismo disidente, quien –¡oh, sorpresa!– votó contra el proyecto del Gobierno»

La utilización del zafarrancho como táctica política es así: junta la tropa, disciplina sus batallones, unifica su conducción, marca el paso de las áreas estratégicas de gobierno. Y a la hora de librar una disputa o dirimir un conflicto, aprieta el acelerador, agita el tablero, desafía al adversario a un combate de fondo y apuesta todo a suerte o verdad. Este juego llegó a su clímax en esta tercera semana de julio, con dos multitudinarias concentraciones en la ciudad de Buenos Aires, el martes 15, que congregaron a esas dos pretendidas Argentinas enfrentadas: la del oficialismo kirchnerista en el Congreso y la del campo y la oposición en los Bosques del barrio porteño de Palermo.

SORPRESAS, REACCIONES Y REMINISCENCIAS

El poder de la calle y el poder del Príncipe –y de la oposición al Príncipe– sumaban fuerzas para dirimir la cuestión cual cierre de campaña de una elección presidencial. «En medio del desconcierto del oficialismo, llegó a hablarse de renuncia de la presidenta debido a este voto adverso» Pero no era para tanto: apenas se trataba de la víspera de la votación en el Senado del proyecto de retenciones causante de tanta marejada. Al día siguiente, en maratónica sesión que culminó en la madrugada del jueves 17, tras vibrante empate le tocó desempatar al vicepresidente Julio Cobos, un hombre del radicalismo disidente que se asoció al kirchnerismo, quien –¡oh, sorpresa!– terminó votando en contra del proyecto del Gobierno.

La reacción inicial fue de cierta estupefacción: en medio del desconcierto del oficialismo, llegó a hablarse de renuncia de la presidenta debido a este voto adverso. Y la pregunta detrás: ¿Es posible gobernar en Argentina cuando se ha perdido la mayoría en el Congreso? Los analistas y la mayoría de los medios, no sólo argentinos, tanto los más opositores como los más cercanos al Gobierno, participaron de ese clima tremendista y catastrófico. Veamos, como botón de muestra, incluso un párrafo inicial del editorial principal de El País de Madrid, de este sábado 19: La presidenta argentina ha perdido estrepitosamente una batalla política en la que estaba empeñada con todas sus fuerzas desde marzo (…) «Cada liderazgo presidencial se ha visto enfrentado a la encrucijada de toparse en el camino con las condiciones de su emergencia inicial» La derrota de la presidenta no sólo deja su credibilidad en ruinas; evidencia también diferencias profundas en el peronismo gobernante que presagian su ruptura.

Hay algo de matriz originaria de la cultura política en todo esto: cada liderazgo presidencial se ha visto enfrentado a la encrucijada de toparse en el camino, por lo general al final de su mandato o agotado su ciclo ascendente, con las condiciones de su emergencia inicial. Kirchner llegó a la cúspide por deserción de los dirigentes que ocupaban el centro de la escena en el interregno de Eduardo Duhalde. Vino para decir: me hago cargo de lo que ustedes abandonaron. El de Néstor Kirchner fue, durante su mandato 2003-2007, un liderazgo de recuperación del poder presidencial. Así también llegó Menem al Gobierno en 1989, en medio de la hiperinflación que acompañó el final del gobierno de Raúl Alfonsín.

¿CALIDAD Y NORMALIDAD…? DEMOCRÁTICA

El segundo mandato de los Kirchner, en la cabeza ahora de Cristina, recién comienza, pero corre con el desgaste de la gestión precedente y todavía no ha pasado la prueba de transformarse en un liderazgo de normalidad institucional, constructor de nuevas rutinas y renovador de dirigencias que los puedan trascender. Es lo que precisamente había prometido su esposa, la actual presidenta que venía a lograr: calidad y normalidad democrática con reformas que atiendan la necesidad de una mejor distribución de la riqueza.

Después de cuatro meses de batalla por apenas una medida específica de política económica, las retenciones móviles a las exportaciones de soja, que ha tenido en vilo al país, desgastado energías y dilapidado el enorme respaldo que tenía Cristina Fernández al iniciar su mandato hace apenas siete meses, habrá que preguntarse si lo que sigue es más zafarranchos de combate para las próximas batallas, o la tan mentada normalidad que le dé, finalmente, una nueva dinámica a la actividad del Parlamento y oriente el mayor activismo ciudadano que este conflicto ha desperado, en pos de confluencias más productivas y promisorias para este país.