
Cómo mejorar los resultados de las operaciones en Afganistán
Soluciones concretas a los desafíos de seguridad y defensa en Asia Central
Cabría preguntarse si mediante una fórmula más política reforzada por acciones militares, al estilo de la aplicada en Chad en 2004, la presencia internacional en Afganistán resultaría más efectiva. Quizá éste sea el modelo por el que apostar: asistencia desde la retaguardia y dejar el protagonismo de las acciones más arduas del combate a las fuerzas regulares del país.
AFGANISTÁN está poniendo de relieve los desajustes entre las distintas operaciones militares que conviven en el país desde que se estableciera Libertad Duradera en 2001, se derrocara al régimen de los talibán, y más tarde se desarrollaran las operaciones ISAF de la OTAN y las destinadas a la reconstrucción como son los Provincial Reconstruction Teams (PRT).
Entre todas ellas hay hondas diferencias, pues tanto Libertad Duradera como las lanzadas por las fuerzas de la coalición angloamericana están exclusivamente focalizadas en el combate, y a veces, ante sus necesidades, arrastran a elementos de la OTAN.
Sin embargo, ISAF y los PRT de la OTAN, liderados en cada provincia por un país (España participa en Herat-Badghis y Qala e Now), están claramente definidos por unos valores: apoyo a la reconstrucción, cooperación para el desarrollo y la ayuda humanitaria, formación y asistencia a las fuerzas afganas, dotación de infraestructuras para el desarrollo; todos ellos compatibles con el objetivo primordial fijado por la OTAN de asegurar la zona.
AUMENTO TERRORISTA Y DESCONFIANZA ENTRE LA POBLACIÓN
En un contexto de deterioro de la situación, «Los datos arrojados por el período de extensión de las operaciones de combate de la Coalición anglo-americana indican un aumento terrorista desde que se impulsaran» a consecuencia de la extensión de las operaciones anti-insurgencia de la Coalición anglo-americana, y de las que España no participa, se corre el riesgo de interpretar que nuestro país está inmerso en una batalla de la que deberíamos salir, cuando nuestras tropas no están participando en las operaciones de combate sino en la seguridad, en la reconstrucción y el apoyo al Estado de derecho.
La verdadera encrucijada en ciernes para la comunidad internacional, hoy en Afganistán, es si hay que seguir apostando por las operaciones de combate mientras se dan simultáneas las de reconstrucción y capacitación de las fuerzas afganas, a fin de ir entregándoles progresivamente la lucha anti-insurgencia a los afganos como sería deseable; de si ambos conceptos de operaciones pueden convivir o si por el contrario vislumbran datos contradictorios que haga incompatible simultanearlas.
Los datos arrojados por el período de extensión de las operaciones de combate de la Coalición anglo-americana indican un aumento terrorista desde que se impulsaran. Mientras de 2001 a 2003 no hubo ataques suicidas, en el 2004 hubo tres, en 2005 diecisiete, y en 2006 la cifra se disparó a 124 con un resultado de 4.400 víctimas. «Se está perdiendo también la batalla de la opinión afgana hacia la presencia internacional en el país» ¿Con qué coincide este pico? Con la expansión de dichas operaciones al sureste (verano de 2006 Operación Medusa a Kandahar, y en marzo de 2007 a Helmand con la operación Aquiles). A ello hay que sumar que en 2007 hubo 137 ataques suicidas con un resultado de 6000 muertes (de las cuales 210 eran soldados de la Coalición y 700 afganos). Tan sólo en junio de ese año morían 90 civiles en diez días debido a los daños colaterales. En lo que va de 2008 hay contabilizadas 4.300 víctimas civiles.
Este tipo de operaciones han hecho inaccesibles para la ayuda humanitaria la mitad de los distritos del país, están provocando un cada vez mayor rechazo de la población local, y una mayor identificación de ISAF con las acciones bélicas. Con ello se está perdiendo también la batalla de la opinión afgana hacia la presencia internacional en el país.
LLEGAR MEDIANTE UN MODELO MÁS POLÍTICO
Ante tales resultados la comunidad internacional debería redefinir su modelo de intervención en Afganistán: ¿realmente merece la pena seguir impulsando acciones de combate mientras éstas, valga la paradoja, imposibilitan el acceso de la ayuda humanitaria y la reconstrucción? «La apuesta por un modelo más político para penetrar el sureste no es baladí, pues a la luz de los datos de los resultados del programa de desarme se deduce que podría funcionar» Ni la OTAN ni el resto de sus socios deberían permanecer por más tiempo atrapados en esta encrucijada, y sería exigible un nuevo pacto internacional por Afganistán (aprovechando la renovación de la Casa Blanca).
Pero lo que deberíamos preguntarnos de nuevo es cómo penetrar el sur, y si es posible hacerlo a través de medios más políticos que bélicos: aumentando el sueldo de la policía afgana, dotándoles de capacidades y recursos para que se vayan haciendo cargo de la parte más ardua del combate, un pacto con los gobernadores para ofrecer alternativas al cultivo del opio o bien resituarlo en canales oficiales, el fortalecimiento del Estado de derecho, la descentralización a cambio de la integración de sus huestes en la fuerzas regulares, instrumentos firmes de lucha contra la corrupción, etcétera.
La apuesta por un modelo más político para penetrar el sureste no es baladí, pues a la luz de los datos de los resultados del programa de desarme se deduce que podría funcionar: en 2006 de los 1.200 grupos armados que había en el país, cerca de 1.000 estaban insertados en el programa de desarme de la ONU, se logró desarmar a 63.380 combatientes y desmovilizar a 62.944. Por otra parte, 55.804 estaban ya en procesos de integración, y a fecha de 26 de octubre de 2008 son 80.884 las armas entregadas.
EL ESTILO CHADIANO
Cabría preguntarse si mediante un modelo más político, «Nuestra permanencia en Afganistán es muy útil para la lucha antiterrorista, y un compromiso por estabilizar un país del que en gran medida depende nuestra estabilidad» aunque reforzado por acciones militares necesarias, el precedente de colaboración y asistencia que ha ejercido Estados Unidos en Chad podría ser extrapolable. En 2004 una operación de las fuerzas chadianas, apoyadas por las norteamericanas en inteligencia táctica y operativa, así como con medios, eliminaron a 42 terroristas, y a ello le siguieron exitosas operaciones de captura.
Quizá éste sea el modelo por el que apostar, asistencia desde la retaguardia y dejar el protagonismo de las acciones más arduas del combate a las fuerzas regulares del país. Con un modelo al estilo chadiano la presencia internacional no acusaría tanto desgaste ni sería un blanco tan directo. Pero para redefinir el modelo de operaciones se necesita un pacto global entre todos los actores implicados, impulsado desde un fuerte liderazgo.
Nuestra permanencia en Afganistán es además de muy útil para la información en la lucha antiterrorista (más si se tiene en cuenta el eje España-Afganistán para el reclutamiento yihadista), un compromiso por estabilizar un país del que en gran medida depende nuestra estabilidad, la de occidente. Y es sobre todo identificarse con causas nobles, que agregan a nuestras fuerzas armadas un valor añadido de especialización en misiones de paz dentro de un marco de legalidad internacional. No podemos abandonar a los afganos ni dejarles a merced del caos, porque, entre otras cosas, el resultado podría ser peor que lo que aconteció tras la retirada soviética y los atentados en occidente.
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