vacuna.jpgLa ciencia debe abrirse a un cambio de paradigma y sobre todo, a recuperar la actitud de autocrítica que hace mucho, insiste el autor, se ha perdido. Más que  esperar vacunas específicas para enfermedades específicas, necesitamos un nuevo paradigma para observar el trabajo de la ciencia.

(Desde Santiago de Chile) HACE UN TIEMPO que un artículo no me dejaba tan pensativo como me ocurrió con ¿Dónde está el futuro que nos prometieron? de Martín Varsavsky. Me obligó a leerlo varias veces, y a revisar cosas que he escrito y literatura importante sobre el tema.

Varsasvsky se pregunta acerca de dónde están los avances con los que se soñaban hace décadas. Afirma que se vive un proceso de desaceleración de la creatividad. Agrega que nada de lo que hoy ocurre es equivalente a lo que ocurría con un Einstein descubriendo la teoría de la relatividad cuando nacía su abuelo, y la aparición de los antibióticos, cuando era pequeño su padre.

«Necesitamos un nuevo paradigma para observar el trabajo de la ciencia, más que esperar vacunas específicas para enfermedades específicas» A diferencia de sus progenitores, cuando Varsavsky estudiaba en los años 80 se pensaba que en menos de 20 años se encontraría una cura contra enfermedades como el cáncer y el SIDA, lo que obviamente no ha ocurrido.

Lo que nos plantea es que se habría acabado la vida como caja de sorpresas, ya que no estaríamos presenciando una revolución científica ni nada parece ser tan veloz como hace una generación. Culmina preguntándose: ¿dónde está la vacuna contra las caries o la cura contra el catarro?

Aceptando la afirmación de Einstein que la inteligencia se alimenta con preguntas más que con respuestas, es un artículo llamativo y lleno de estímulos e interrogantes. A mí por lo menos me surge la inquietud de interrogarme si las cosas son efectivamente como las plantea Martín Varsavsky, y mi respuesta es que quizás las preguntas las debemos plantear de otro modo, es decir, que necesitamos un nuevo paradigma para observar el trabajo de la ciencia, más que esperar vacunas específicas para enfermedades específicas.

UNA PREGUNTA A LA CIENCIA

Me explico. «El científico ha pasado a ser un trabajador más y ya es cosa del pasado aquel sabio loco que, aislado, hacía un descubrimiento genial» Lo primero es hacerle una pregunta a la ciencia: ¿es capaz el modelo vigente de ciencia de explicar en forma coherente y no fragmentada al mundo?

En la sociedad primitiva, la ciencia y la tecnología eran una derivación de las prácticas sociales de la tribu. A partir de finales del siglo XlX, se institucionalizaron de tal forma que hasta ese momento podíamos decir el nombre del inventor y la fecha de la invención del telégrafo.

Sin embargo, en nuestros días desconocemos las identidades de muchos de quienes hacen aportes significativos al conocimiento.

Ello se debe a que el proceso de invención es tan «Si el mundo cambia, ¿por qué ese cambio no debiera afectar a esa actividad conocida como ciencia?» caro que se inserta en grandes instituciones como Estados o empresas transnacionales, donde se hace cada vez más difícil separar a la ciencia de la tecnología. En otras palabras, el científico ha pasado a ser un trabajador más y ya es cosa del pasado aquel sabio loco que, aislado, hacía un descubrimiento genial.

La ciencia y la tecnología empezaron a caracterizar a toda una época histórica como culminación del paradigma que comenzó a triunfar con la revolución industrial, y que describe Kuhn en su conocido texto La Estructura de las Revoluciones Científicas. Mirado desde otra perspectiva, pasó a ser el equivalente a los factores teológicos que caracterizaron a la Edad Media europea.

CAMINO HACIA LA VERDAD

Sin embargo, si el mundo cambia, ¿por qué entonces ese cambio no debiera afectar a esa actividad conocida como ciencia? Y esa es la pregunta que los científicos evitan, ya que, como en toda profesión, a quienes practican el oficio no les interesa cuestionar el status quo.

«Muchos de aquéllos que definen a la ignorancia como su gran enemiga, evitan hacerse preguntas sobre su propia actividad, con lo que inevitablemente han entrado a un cuarto oscuro» Es indudable que la ciencia adquirió un enorme poder, pero también una inédita arrogancia que la ha llevado a la fragmentación, a la pérdida de la unidad, con una hiperespecialización que impide la visión global y que ha generado la equivocada visión de que el todo se explica por el estudio aislado de las partes. Aun en la ciencia existen verdades competitivas entre sí y la ciencia no es la única forma de conocer. Por ello, la soberbia debiera dar paso a la comprensión de la modestia y falibilidad de los intentos de hacer ciencia y tecnología en la sociedad de hoy.

La ciencia es un camino hacia la verdad. No es el único. La diferencia el método, el camino, no el resultado final. Pero, ¿cuánto es capaz de explicar la ciencia al mundo de hoy? Probablemente no podrá hacerlo, mientras la comunidad científica vea sólo la parte buena de su actividad y se niegue a sí misma, al no plantearse preguntas válidas sobre su propia actividad actual, lo que indudablemente podría conducir a respuestas no deseadas, y sobre todo, a un cuestionamiento del paradigma.

Es extraño, pero así pasa desde hace décadas: muchos de aquéllos que definen a la ignorancia como su gran enemiga, evitan hacerse preguntas sobre su propia actividad, con lo que inevitablemente han entrado –y desde hace tiempo– a un cuarto oscuro, sin luz.

UNA ALTERNATIVA

Varsavsky cita el caso de la necesidad de vacunas para enfrentar males específicos, hoy sin cura. Me mantendré sólo en el campo de la medicina, por razones de espacio y para no confundirme y no confundir a los lectores.

«El científico como experto pasa a ser el sacerdote»El tema de fondo es que nos hemos acostumbrado a la erradicación espectacular de enfermedades, por ejemplo, las infecciones gracias a los antibióticos, en lo que Edward S. Golub llama el modo penicilínico de pensar.

Sin embargo, quizás habría que orientar la mirada en los casos del SIDA o del cáncer en términos mas bien de dolencias crónicas, donde quizás no seamos capaces de eliminarlas, sino sólo de tratar los síntomas, en lo que el propio Golub llama el modo insulínico, es decir, pensando en la insulina que no cura la diabetes, pero otorga a los diabéticos normalidad en sus vidas.

No es fácil pensar que no hay a mano una cura milagrosa, ya que ello supone un difícil proceso cultural, el de modificar nuestra perspectiva, tanto de la vejez como de la muerte. ¿Es eso imposible? Por cierto que no, ya que lo que llamamos medicina científica ha estado con nosotros no más de 150 años en comparación a la medicina galénica con sus dos milenios, y siempre circunscritos a Occidente. «En el esquema de ciencia que criticamos, se pensó en la enfermedad en términos de algo casi no natural: de enemigos que había que derrotar» Es decir, muchos de nuestros abuelos pasaron parte de sus vidas sin aquello que ahora vemos como parte del paisaje natural y que malamente llamamos medicina moderna, incluyendo la idea que todo mal o dolencia debe tener una cura en forma de vacuna.

Esta falta de comprensión se debe a mi argumento de fondo: la transformación de la ciencia y la tecnología en una especie de religión secular, con la espera de milagros como parte de la fe y del ritual. El científico como experto pasa a ser el sacerdote.

En el esquema de ciencia que criticamos, se pensó en la enfermedad en términos de algo casi no natural: de enemigos que había que derrotar. Así las personas con cáncer o con SIDA pierden una batalla y los médicos no tratan a pacientes, sino que luchan contra la enfermedad.

NECESIDAD DE AUTOCRÍTICA

El necesario cambio de paradigma del que hablo, no sólo significa una forma más crítica de abordar la actividad científica, sino también una cultural, ya que las metáforas que hemos utilizado, pierden su significado cuando las dolencias son crónicas, degenerativas o genéticas.

Louis Pasteur no es quizás el héroe que necesitamos para enfrentar una ciencia caracterizada por la complejidad de sus actuales objetos, donde los límites no son tecnológicos, sino conceptuales.

En resumen, la ciencia en relación al futuro debe abrirse a un cambio de paradigma y sobre todo, a una pérdida de la arrogancia que hoy la caracteriza, en el sentido de una actitud totalmente falta de autocrítica.

Mis agradecimientos a Martín Varsavsky, quien hizo algo que le agradezco, ya que me hizo pensar. Es hora de que los científicos recuperen la modestia, y la humildad perdida para buscar respuestas que partan de la base que se necesita una visión de procesos más que de respuestas instantáneas, ya que a diferencia del último siglo, quizás no está en una vacuna el camino de solución que obviamente necesitamos.