
El futuro de Irán tras las protestas
¿La «Caída del Muro de Berlín» extrapolado al mundo musulmán?
¿Estaría dispuesto el líder supremo Ayatollah Ali Khamenei a «entregar» a Ahmadinejad a cabio de su supervivencia política y la del régimen teocrático? ¿Hastá donde llevará las protestas Moussavi?
EN UN ARTÍCULO de mi autoría elaborado una semana previa a las elecciones en Irán, describí la situación de desconcierto que rodeaba dicho país. Los sondeos, los medios de comunicación, las manifestaciones públicas, todos constituían elementos contradictorios que hacían imposible un análisis certero de la situación. Ya advertía sobre el espíritu conflictivo que se venía gestando desde entonces, el cual se fue intensificando a medida se acercaba la fecha de los comicios, para finalmente concluir: Irán tendrá sobre sí los ojos del mundo.
Casi una semana después del anunciado triunfo presidencial de Mahmoud Ahmadinejad –que como es sabido dio paso a una serie de manifestaciones públicas desde el bando opositor– el asunto es portada y debate central en buena parte del planeta. El panorama incierto de antaño ha sido modificado por uno de pleno enfrentamiento, no menos difícil de comprender. Todo lo cual conduce a una nueva revisión y lectura del escenario que se presenta, así como de sus posibles implicancias a futuro.
LOS HECHOS CLAVE
Ante todo, es importante hacer referencia al importante peso de las manifestaciones que se han desarrollado. Alegando un completo fraude electoral sobre la victoria de Mir-Hossein Moussavi, cientos de miles de iraníes –en especial jóvenes, mayormente de sectores medios y altos– se han lanzado a las calles de las ciudades desde que se hicieron públicos los resultados. A ellos se les opusieron múltiples grupos de militantes pro-Ahmadinejad, varios de los cuales se interpusieron en las marchas amenazando y agrediendo, con apoyo de la policía o de grupos para-militares como el de los Bassidjis. Los desmanes han provocado la muerte de decenas de manifestantes y cientos de presos, entre ellos varias figuras de los llamados «reformistas» y «moderados».
Resulta también importante describir la reacción del Régimen, no sólo ante las referidas protestas, sino en relación a su visión hacia Irán y el mundo a través de los medios de comunicación. La declaración inicial del líder supremo Ayatollah Ali Khamenei considerando «divino» el resultado de las elecciones, fue sustituida días después por una comunicación emitida por el Consejo de Guardianes –órgano electoral circunscrito a él– donde se decían dispuestos a un recuento de los sufragios. A ello se sumaron las prohibiciones a los periodistas de cubrir los disturbios, medidas para exhortar a los medios extranjeros a retirarse del país, e infinitas censuras para la utilización de espacios y foros en Internet.
RESPUESTA TIBIA DE WASHINGTON
Asimismo, cabe observar las reacciones que se han dado en el mundo hacia la crisis. No se han alzado demasiados voces hacia el eventual fraude, salvo de Francia, tal vez de Inglaterra en menor medida. La declaración de Estados Unidos ha sido muy tibia, incluso un tanto indiferente, como la mayoría de los países europeos. Rusia recientemente ha felicitado a Ahmadinejad por su triunfo sin esbozar críticas, de igual manera que Venezuela y Brasil previamente.
Pero en lo que a los medios se refiere, los choques han generado una lluvia de noticias y artículos generalmente desde una posición optimista, muchos de los cuales suelen hipotetizar sobre una nueva revolución iraní que se aproxima.
¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO?
¿Acaso todo esto constituye el germen de una Revolución que cambiará las bases del Régimen Iraní? ¿Es que se trata de un nuevo episodio de la «Toma de la Bastilla» o de la «Caída del Muro de Berlín» extrapolado al mundo musulmán?
Estos suelen ser los planteos que aparecen hoy en los medios pues son, de hecho, las interrogantes que todos nos hacemos.
Por lo pronto, parecería un análisis apresurado y simplista predecir una situación de ese tipo, dadas las condiciones del régimen y de las propias manifestaciones. No obstante el descontento y la mala situación socio-económica, el gobierno actual (digámosle Khamenei-Ahnadinejad) aún parece en una situación firme, controlando el aparato militar y económico. A ello se suma que hasta ahora las manifestaciones no han tomado un carácter general de lucha contra el Régimen en sí, sino más bien bajo un discurso que procura defender la validez del voto del electorado (de allí la frase «¿Dónde está mi voto?» popularmente esgrimida).
DOS FACCIONES EN PUGNA
Más bien el análisis profundo tiende a descubrir –lo cual es difícil dado el secretismo de lo que sucede a la interna de la política iraní– que se trataría de dos facciones intrínsecas históricamente a la «Revolución Islámica», que rivalizan por el mando de la misma.
Desde el triunfo de Ahmadinejad en 2005 serían cada vez más claras dichas fisuras. De un lado puede identificarse el bando «militarista» cercano a Khamenei-Ahmadinejad, así llamado puesto que su fuerza la encuentra en las jerarquías militares, para-militares (Pasdarans, Bassidjis, etc) y en los clérigos más radicales, todos los cuales esgrimen un discurso fuertemente nacionalista y anti-occidental.
Del otro lado se ubicaría el bando «clerical» unido detrás de la candidatura de Moussavi, denominada así ya que su fuerza se sustenta en clérigos que han llevado adelante el Régimen desde sus inicios, tanto en posturas «conservadoras moderadas» (como la del ex-presidente Hashemi Rafsanjani o el propio Massouvi) o de tipo «reformista» (como la del también ex-presidente Mohammad Khatami o el actual candidato Mahdi Karroubi); este sector brega por el fin de un período que entienden dictatorial, estando asimismo más dispuesto a un menor grado de confrontación con Occidente; pero es una minoría la que quiere cambiar radicalmente el sistema. De allí que hablan de un retorno a los valores de la Revolución Islámica «original» para «salvarla» del camino que ha tomado, lo contrario a acabar con ella.
De modo que a la hora del análisis debe ser seriamente cuestionado dicha expectativa de Revolución, pudiendo ser un mecanismo de «transferencia» propia de mentes occidentales, tal vez distantes de una realidad iraní «faccionalista», donde están en disputa intereses materiales y rivalidades personales, más allá de diferencias ideológicas.
LA FUERZA DE LAS MANIFESTACIONES
Sin embargo, sí debe ser resaltado que el alcance y la fuerza de las manifestaciones constituyen un verdadero hito en la historia del Régimen desde su implementación en 1979. Estas elecciones abrieron una ventana de libertad y esperanza inédita en cierta parte de la población iraní, que parece ahora difícil de cerrar dada la sensación de traición y derrota. Más aún cuando las calles y los primeros muertos les han conferido una mayor legitimidad nacional e internacional. En ese sentido, quizás el verdadero hecho revolucionario radique en la disposición de la población iraní para defender sus ideas y su derecho al voto legítimo –incluso arriesgando sus vidas– y obligando así a Khamenei a ciertas concesiones ante el peligro despertado.
Por supuesto que resulta extremadamente difícil estimar qué podría suceder. Más allá de las ventajas militares mencionadas anteriormente, cuando en un conflicto se lanza la primera bala, nunca se sabe cuándo y cómo termina. En todo caso, pueden esbozarse determinadas puntos claves a ser atendidos.
En primera instancia, será esencial para el modo en que se dirima este asunto la fuerza que pueda mantener a futuro los grupos de movilización que acusan de fraude. Si en los próximos días el cansancio, el miedo o una mayor violencia llevan a reducir gradualmente las manifestaciones, probablemente pierdan buena parte de lo que han obtenido hasta ahora. De allí probablemente la aceptación de Khamenei del recuento de votos, intentando ganar tiempo y debilitar las marchas.
EL DESPRESTIGIO DE LA REVOLUCIÓN
En segunda instancia, mucho dependerá de los límites del gobierno en caso de mantenerse este nivel. En lo que se refiere a ceder, su disposición a aceptar una especie de recuento imparcial con presencia extranjera o incluso una nueva elección en un caso extremo. En lo que se refiere a reprimir, si sería capaz de una represión generalizada al estilo «Tiananmen» en caso de una negociación bloqueada y una desestabilización en los aparatos de gobierno; con ello el concepto de Revolución Popular quedaría por lo menos muy desprestigiado.
En consecuencia, el primer actor clave será Khamenei. Si bien hoy se lo vislumbra ciertamente encolumnado detrás del sector «militarista» de Ahmadinejad, la situación podría cambiar en caso de que se mantenga la conflictividad y no esté dispuesto a arriesgar una caída del Régimen, o por lo menos suya. En un país donde prima el «faccionalismo», justamente su rol es de tejer alianzas para asegurar una distribución viable de poder: ¿estaría Khamenei dispuesto a «entregar» a Ahmadinejad por su supervivencia política? Ello en todo caso también dependerá del grado de poder que el actual presidente tenga para resistirse y presionar al líder supremo. Se trataría de un escenario de conflicto agravado.
En tercera instancia, sigue siendo una incógnita cuán lejos está dispuesto a llegar Moussavi (y quienes los respaldan) en caso de no avanzar en las negociaciones. Si bien ha declarado pretender llegar «hasta el final», su pasado conservador siempre lo ha mostrado como un defensor acérrimo del sistema: ¿estaría dispuesto a emprender acciones que lo puedan hacer caer o desprestigiar cada vez más? ¿Hasta donde?
BAJO LA ATENTA MIRADA DEL MUNDO
Justamente, se conecta con ello el grado de liderazgo que Moussavi pueda tener sobre el amplio espectro que lo apoya. Es decir, en caso de arriesgar poco puede ser que las facciones más reformistas se sientan desconformes y exijan cambios más radicales, alejándose finalmente de sus posiciones (recordemos lo antes mencionado al respecto de las expectativas generadas por la efervescencia de las elecciones). Por lo cual también es clave el modo en que Moussavi consiga equilibrarse entre los límites del régimen y una representación reformista fidedigna.
En definitiva, las actitudes que tomen Khamenei, Ahmadinejad, Moussavi y sus fuerzas de apoyo y seguidores, serán los que marquen la evolución de los pasos a futuro. Lo que debe quedar claro es que la salida no es clara y el desafío es grande, quizás el mayor que se le ha presentado internamente a la Revolución Islámica en estos treinta años de historia.
Irán puede aprovechar el desafío para marchar hacia una senda de mayor apertura o, por el contrario, dirigirse a una situación de mayor aislamiento del actual. De modo que, en cualquiera de los casos, seguirá estando bajo la atenta mirada del mundo por un buen tiempo más.
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