mercedes_sosaDespués de Diego Maradona, tal vez haya sido la argentina contemporánea más famosa en el mundo, y por méritos que exceden los de la popularidad ganada por el futbolista. Mercedes “la Negra” Sosa, fallecida este domingo 4 a los 74 años y despedida con honores de Jefe de Estado, llevó el folklore sudamericano a los teatros, auditorios, parlantes y auriculares de millones y millones en los cinco continentes.

Hizo de las canciones verdaderos himnos de alcance universal, desde aquella Canción con todos hasta Solo le pido a Dios, desde la Misa Criolla, Volver a los 17, Gracias a la Vida, Hay un niño en la calle y Alfonsina y el Mar hasta Un son para Portinari, María María, Duerme Negrito o la Cantata Sudamericana. Unió generaciones y acercó ritmos, vidas, culturas, en comunes sueños de libertad y dignidad, cantó a las gentes sencillas, al trabajo y el paisaje, desde su provincia natal, la norteña Tucumán –donde se declaró la independencia argentina-, a Tokio, Jerusalén, París, Madrid, Nueva York, Berlín, Moscú, Río, México o Johannesburgo. Hizo de la cultura local una singularidad de proyección internacional, un ejemplo de la globalización cultural desde el Sur latinoamericano.

Otro rasgo destacable fue su honestidad intelectual. Militante comunista en su juventud, tuvo sin embargo permanentes actitudes de libre-pensadora contra la censura y frente a todos los autoritarismos. No hizo de su ideología una postulación excluyente, pero se negó a cantar en su tierra natal mientras estuvieran los dictadores. La militancia política, la prohibición, el exilio y el regreso en 1982 le otorgaron una dimensión mítica y fue parte de la gesta de la recuperación de la democracia. Con el tiempo, se transformó en una figura idolatrada, con un poderoso componente simbólico. Así se la reconoce: en América como en Europa, Mercedes Sosa es sinónimo de lucha, resistencia y libertad. Tradicional y moderna, rural y mundana, agreste y sofisticada, fue ni más ni menos que la cantante argentina más importante de la historia. Queda su estampa como un ícono, esa Pacha Mama cubierta con su poncho rojo en el medio del escenario, bajo un haz de luz definiendo sus perfiles indios, el bombo a un costado. Y multitudes en silencio, participando de ese ritual en que convertía a sus conciertos. Deja además otra enseñanza: la palabra bien dicha, con autoridad y elocuencia puede mover montañas, no solamente cuando está enunciada desde la tribuna política o los medios de comunicación. También a través de la música, desde la poesía y el arte.

Hace pocos meses había juntado a músicos jóvenes y grabó una de las más bellas versiones del Himno Nacional argentino, la que se transmite al inicio de cada día en la Radio pública. Allí le agregó una coda a la estrofa final, que concluye “Oh juremos con gloria morir!”. Se la escucha a la Negra agregar “…y juremos con gloria vivir”. Alguna vez dijo que cantaba para no morirse. Y en uno de sus últimos testimonios señaló “Espero estar a la altura de ser considerada la voz del continente latinoamericano”. Su sueño se cumple. Su vida se ha apagado, pero no su voz, que seguirá acompañando el pulso de pueblos que siguen buscando su destino y forjando su historia, de una u otra forma, bordeando ya el bicentenario sudamericano.