Por Beatriz Gurevich (para Safe Democracy)

Beatriz Gurevich analiza dos ejemplos, al parecer opuestos, pero bien representativos y actuales del estado de emergencia que se impone en la actualidad: George W. Bush, en nombre del paradigma de la seguridad, y Hugo Chávez, en nombre del paradigma de la revolución bolivariana, intentan justificar decisiones y conductas que se oponen a la legitimidad democrática –paradójicamente– desde la presunta defensa de la democracia. Y lo hacen desde los binomios seguridad-terrorismo y revolución bolivariana-imperialismo. ¿Caras de la misma moneda?


Beatriz B. Gurevich es socióloga y vice-directora del Centro de Estudios Internacionales y Educación para la Globalización de la Universidad del CEMA (Buenos Aires) y co-directora de «Iberoamérica y el mundo». Es miembro del Comite Academico Asesor del HB Institute de la Brandeis University en Boston.

EL ESTADO DE EMERGENCIA EN EL QUE VIVIMOS no es una excepción sino la regla», afirmaba Walter Benjamin en 1940 y señalaba que debíamos atenernos a una concepción de la historia que incluyera esta premisa.

A lo largo de la historia el estado de emergencia sirvió como fuente de legitimación del poder instituido. Pero cuando el poder instituido aplica una fuerza que excede la capacidad de resistencia –de la materia sobre la que recae– genera formaciones hostiles potencialmente legitimadoras de un poder instituyente, aunque la disparidad de fuerzas sea grande.

OPOSICIÓN A LA LEGITIMIDAD DEMOCRÁTICA
George W. Bush en nombre del paradigma de la seguridad y Hugo Chávez en nombre del paradigma de la revolución bolivariana y ambos presuntamente en defensa de la democracia intentan justificar decisiones y conductas que se oponen a la legitimidad democrática. Desconocen que esta se construye sobre la idea de que los principios que organizan la vida social y la política dependen de un proceso continuo de negociación y que la Ley se concibe como un ámbito independiente del poder.

Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre y, consecuentemente, de la matanza de inocentes –que es consustancial al acto terrorista y por ello no admite justificación– el gobierno de Bush articuló los términos seguridad y terrorismo configurando un sistema perverso que pone en riesgo la democracia representativa que dice defender y que retroalimenta –paradójicamente– el terrorismo que pretende contener.

SEGURIDAD Y TERRORISMO
Sobre la base del par seguridad/terrorismo Bush logró que se ampliaran los poderes del ejecutivo y que se aprobaron presupuestos desmesurados que condujeron a que en 2003 se produzca el mayor déficit de la historia de Estados Unidos. Contemporáneamente se bajaban impuestos a grandes corporaciones, se recortaba la seguridad social y el presupuesto a la salud pública.

La dialéctica de la complicidad entre los opuestos seguridad/terrorismo también sirvió para que la administración Bush legalice procedimientos irregulares e infrinja derechos civiles para postergar temas candentes de interés universal como el calentamiento global. Paralelamente se fue construyendo la retorica sobre la necesidad de promover y exportar la democracia percibida instrumento para sofocar el terror, sin reparar ni aprender de lo acontecido en Irak.

LA REVOLUCIÓN BOLIVIRIANA Y EL IMPERIALISMO
En el paradigma de Chávez la complicidad se da entre los opuestos revolución bolivariana e imperialismo. La palabra revolución había desaparecido del escenario de las élites políticas latinoamericanas hace dos décadas y algo semejante había ocurrido con el tema de la lucha contra el imperialismo. Pero la decisión del presidente Bush de pelear la guerra contra el terror allende las fronteras de Estados Unidos género una reacción adversa en la opinión pública mundial. Especialmente en los países de Suramérica que durante la década de 1990 siguieron a pie juntillas lo indicado por el Consenso de Washington y vieron agravados los problemas estructurales que pretendían superar.

EL DUELO DE DISCURSOS
Instalado el duelo entre el discurso de la seguridad como arma para acabar con el eje del mal propalado por Bush, y el de la revolución bolivariana y el eje del bien –integrado por Venezuela, Cuba y Bolivia– acuñado por Chávez, para imaginar las implicancias del combate, hace falta saber cuál es el alcance de la expresión: «(…) las campañas de la nación iraní son las de mi propia nación (…)», pronunciada por el Presidente de Venezuela en Viena, en mayo de 2006.

En lo inmediato el ejercicio de esgrima resulta útil para ambos presidentes. Bush necesita denunciar emergencias de Estado y actuar consecuentemente porque arrecian las críticas y disminuye la credibilidad de su gestión. Chávez quiere ampliar el mapa bajo su influencia y multiplicar su poder en el plano internacional, para ello cuenta con los excedentes creados por la importante suba en los precios del petróleo. A ninguno de los dos les interesa pensar en las implicancias locales o internacionales de sus gestos.

ILUMINADOS POR LA HISTORIA

Ambos presidentes se auto perciben como focos que iluminan la historia, y de por sí esto hace que su juego sea peligroso, más aun ante la existencia de una organización terrorista reticular como Al-Qaeda en el escenario mundial. Mientras para el fundamentalismo de mercado de Bush la baraja ganadora se llama seguridad; para el mesianismo de Chávez la baraja se llama política y, a semejanza del juego del mercado, en el juego de la política pocos son los que rechazan a socios que aportan ganancias para sus objetivos estratégicos.