Por Javier Jordán (para Safe Democracy)

Javier Jordán expone detalladamente las bases doctrinales del salafismo yihadista, la corriente ideológica que inspira al terrorismo yihadista para poner en contexto y dimensión la amenaza que enfrentan las sociedades democráticas hoy. Jordán rastrea el origen del problema, así como las fuentes de legitimidad que le sostienen, desde la misma organización del poder político en el Islam, poco después de la muerte de Mahoma. Y afirma que para resolver el problema del terrorismo yihadista contemporáneo va a resultar imprescindible la condena moral por parte de los líderes islámicos.


Javier Jordán es profesor del Departamento de Ciencias Políticas y de la Administración de la Universidad de Granada, del Instituto Andaluz de Criminología, y del Experto en Servicios de Inteligencia del Instituto Universitario «General Gutiérrez Mellado». Es también redactor jefe de JihadMonitor.org.

AUNQUE EL TERRORISMO YIHADISTA ES UN FENÓMENO RELATIVAMENTE NUEVO, las bases doctrinales del salafismo yihadista (corriente ideológica que lo inspira) se remontan a muchos siglos atrás.

Resulta conveniente conocerlas para contextualizar la amenaza a la que se enfrentan las sociedades democráticas.

ORGANIZACIÓN DEL PODER POLÍTICO
Gran parte de la problemática se deriva de la organización del poder político en el islam. Esta cuestión se planteó al poco de morir Mahoma y dio lugar a las primeras divisiones religiosas. El Corán y la Sunna apenas mencionan cómo debe organizarse la comunidad política y social de los creyentes. Ni siquiera el propio Mahoma se preocupó por designar un sucesor cuando intuyó la inminencia de su muerte.

Obviamente el término Estado islámico (tal como ahora mismo lo plantean los islamistas) resultaba extraño en aquel momento porque el concepto político de Estado moderno no se introdujo hasta los siglos XV y XVI y además surgió en Europa.

COMUNIDAD, AUTORIDAD Y JUSTICIA
Por ello, las nociones centrales fueron comunidad, autoridad y justicia, pero una justicia que iba mucho más allá de lo equitativo o distributivo, siendo sinónimo de honestidad o rectitud.

En la elaboración de la teoría política islámica los primeros pensadores musulmanes recurrieron a diversos instrumentos racionales. Entre ellos destacó el iytihad: la interpretación de los textos sagrados para encontrar respuestas a problemas actuales.

Como es lógico hubo diferencias según las escuelas y autores, pero los principios comunes que marcaron ese esfuerzo intelectual fueron los siguientes:

1) Toda soberanía, poder y autoridad pertenecen en última instancia a Dios;
2) Igualdad de los creyentes que aceptan la sharía (camino de vida islámico);
3) La umma (comunidad de creyentes) es el único cuerpo social y político;
4) Esa comunidad es regida por un único gobernante, que tiene como misión proteger la umma y asegurar el cumplimiento de las normas de la sharía;
5) La defensa armada de la umma corresponde a todos los musulmanes a título individual.

DOS FUENTES DE LEGITIMIDAD
La teoría política islámica estableció dos fuentes de legitimidad. La primera provenía del origen del gobernante y la segunda del modo cómo éste ejercitase el poder. La legitimidad por origen fue el primer y principal motivo de división del mundo islámico, con la sucesión del cuarto califa y la posterior división entre suníes, shiíes y jariyíes.

En principio para los suníes y jariyíes el califa debía ser elegido por la comunidad. Pero posteriormente la teoría política sunní se ajustó a la evolución histórica. De modo que pronto dejó de ser la comunidad quien elegía al califa, y pasó a ser éste, o su entorno cercano, quienes designaban al siguiente, dando lugar a un sistema de sucesión propio de las monarquías tradicionales.

MEJOR UN DÉSPOTA QUE ANARQUÍA

La segunda fuente de legitimación resultó más controvertida y es la más interesante desde la perspectiva de este análisis. Según el modelo ideal, el califa debía ser una persona piadosa, que marchara con su ejemplo al frente de los demás musulmanes. Sin embargo, la realidad fue a menudo por otros derroteros. En consecuencia, los sabios y pensadores rebajaron paulatinamente el nivel de exigencia; unos quizás por adulación y otros por criterios puramente pragmáticos. Era preferible tolerar a un déspota que padecer la anarquía derivada de la guerra civil o de la ausencia total de autoridad. En medio de semejante caos sería muy difícil llevar una vida acorde con la sharía.

ACATAR AL PODER POLÍTICO
De este modo la figura idealizada del gobernante virtuoso acabó cediendo a la obligación de acatar el poder político mientras este permitiera cumplir los mandatos religiosos. Incluso si el gobernante no era musulmán (situación que se planteó cuando comenzaron a perderse territorios) también existía dicha obligación, aunque habitualmente se recomendaba abandonar el país y emigrar a tierra del islam.

A la vez, los gobernantes también se preocuparon por reforzar su legitimidad mediante tres grandes medidas: 1) a partir del siglo X cerraron la vía del iytihad; 2) se erigieron en los únicos responsables de la vigilancia de costumbres; y 3) monopolizaron la obligación del yihad.

POTENCIAL REVOLUCIONARIO

El iytihad (libre interpretación de las fuentes) tenía un enorme potencial revolucionario, y lo continúa teniendo a día de hoy. En el Islam no hay un único magisterio que marque la interpretación correcta de las fuentes sagradas. A través del iytihad cualquier líder religioso podía contrastar lo mandado con lo que realmente sucedía (hisba: vigilancia o chequeo) y, en su caso, afirmar que el poder estaba actuando de manera contraria a la religión. Seguidamente podía declararlo takfir (contrario al islam) y acto seguido convertirlo en blanco legítimo del yihad (lucha armada para defender la umma). El yihad no se puede declarar contra musulmanes, a no ser que estos sean tachados de apóstatas mediante el takfir.

SEMILLAS DE LA SUBVERSIÓN

El éxito o fracaso dependía evidentemente de la capacidad de convocatoria del líder religioso en cuestión y de la fuerza armada de sus seguidores.

Seguidamente los gobernantes se erigieron en los únicos responsables de la vigilancia de costumbres: del mandato de ordenar el bien y prohibir el mal. Por último, se apropiaron de la obligación individual del yihad. Sólo se podía combatir cuando así lo determinaba el líder de la comunidad. Se trató de medidas astutas pues esos principios escondían las semillas de la subversión.

CORRIENTES CONTESTATARIAS
Sin embargo, desde muy pronto también surgieron corrientes de contestación política que echaron mano de argumentos religiosos en su rebelión contra el poder. En tales casos la secuencia lógica fue la esperada:

Iytihad Hisba Takfir Yihad

Un ejemplo histórico muy claro se encuentra en el movimiento almohade a mitad del siglo XII. Los almohades declararon takfir a los almorávides (que bebían vino y permitían la representación de figuras humanas) y a continuación lanzaron el yihad contra ellos. Comenzando desde el desierto del Sáhara conquistaron el actual Marruecos y gran parte de la Península Ibérica. Una vez en el poder, los almohades también tuvieron la precaución de apropiarse de la prerrogativa de la vigilancia de costumbres y del yihad.

PROMOVER EL BIEN Y EVITAR EL MAL
En la teorización sobre la legitimidad de la rebelión destaca la figura del pensador Taqi al-Din Ibn Taymiyya que vivió entre Siria y Egipto durante los años 1263 a 1328. Al igual que otros sabios musulmanes, Ibn Taymiyya pensaba que la umma debía regirse según el principio de promover el bien y evitar el mal, y que el gobernante era el principal garante de ello. En caso contrario perdía su legitimidad. De acuerdo con esta lógica Ibn Taymiyya reclamó la recuperación del iytihad, y a partir de ahí no sólo dejó abierta la secuencia acabamos de exponer, sino que además subrayó el carácter esencial del yihad armado dentro del Islam.

No es de extrañar que Ibn Taymiyya escribiera gran parte de su obra en prisión. Tampoco lo es que numerosos ideólogos del salafismo yihadista –incluyendo al principal de ellos, el egipcio Sayid Qutb– hayan recurrido en el siglo XX a Ibn Taymiyya para reforzar sus argumentos. Y tampoco sorprende que un libro de Ibn Taymiyya apareciera en uno de los ordenadores de los terroristas del 11-M en Madrid.

JUSTIFICAR LAS ACCIONES
De este modo, el salafismo yihadista también recurre a la secuencia iytihad-hisba-takfir-yihad para justificar sus acciones. Dentro de él existen corrientes más o menos extremas.

Los más duros, denominados a veces takfiríes, consideran apóstatas a todos los musulmanes que no comulgan con sus ideas extremas, incluidos los ancianos, mujeres y niños. La mayoría, sin embargo, se limitan a declarar apóstatas a los gobernantes de los países musulmanes y a aquellos musulmanes que les apoyan (por ejemplo, jueces o miembros de las fuerzas de seguridad).

CONDENAR EL TERRORISMO
En su enfrentamiento con Occidente, la lógica es similar pero sin la necesidad del takfir. Recurren al iytihad para declarar lo que ellos consideran una guerra defensiva contra los infieles, enemigos del Islam.

Como puede verse el problema no es tan nuevo como parece.

Y en su solución va a resultar imprescindible la autoridad moral de los líderes islámicos que condenan el terrorismo.

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