La nueva geopolítica del Golfo Pérsico
Carlos Escudé dice que Arabia Saudí financiará a los suníes de Irak cuando Estados Unidos se retire del país para protegerse de una expansión iraní apoyada en los chiíes. Escudé cree que en la situación actual, Estados Unidos no debería retirarse por completo del país: destruida la vieja maquinaria militar del Estado y potenciado el poder de la mayoría chií, dejaría a Irak a merced de Irán obligando al reino saudí a entrar en la guerra civil. Entienda a continuación cómo se configurará la nueva geopolítica en el Golfo Pérsico y por qué las consecuencias del fracaso en Irak son inconmensurables para toda la región.
Carlos Escudé es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Yale y profesor de Relaciones Internacionales. Dirige el Centro de Estudios Internacionales y de Educación para la Globalización en la Universidad del CEMA (en Buenos Aires). Ha sido asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores de su país.
SI ESTADOS UNIDOS SE RETIRA DE IRAK, la guerra civil en ese país tendrá financiación saudí. Así lo anticipó Nawaf Obaid, un importante asesor de aquel gobierno, en una nota de opinión publicada en el The Washington Post (29 de noviembre), que fue interpretada por los especialistas como una comunicación oficiosa del reino de Arabia Saudí.
Obaid comenzó su artículo recordando que en febrero de 2003, el príncipe Saud al-Faisal advirtió a George W. Bush que la remoción de Saddam Hussein significaría resolver un problema y crear otros cinco. El asesor añadió que es de esperar que no se cometa el mismo error dos veces, ignorando el consejo del embajador en Washington, príncipe Turki al-Faisal, cuando dijo en un discurso reciente que ya que Estados Unidos llegó a Irak sin invitación, no debe retirarse sin invitación. Si lo hiciera, la consecuencia sería una ayuda masiva de Arabia Saudí a los suníes iraquíes, supuestamente para impedir su masacre por parte de los chiíes dominantes.
ALIADOS PELIGROSOS
No sería la primera vez que los saudíes intervienen de este modo, financiando insurgencias que cobran vida propia. Ya lo hicieron en ocasión de la invasión soviética de Afganistán, y también (en medida menor) en conflictos internos de Pakistán durante los años ochenta y noventa. Las consecuencias casi siempre fueron desastrosas, porque los únicos militantes dispuestos a ser financiados fueron entonces, como ahora, suníes yihadistas (principalmente wahabitas) ansiosos de fortalecer su cruzada religiosa.
En Afganistán resultaron útiles contra los rusos, pero luego se convirtieron en el flagelo transnacional que originó a Al-Qaeda, entre otras maravillas. Estas milicias fundamentalistas son un arma de doble filo de Arabia Saudí, ya que no sólo no pueden ser dominadas sino que sus aliados al interior del Reino son peligrosos para su propio régimen. Ya existe una organización suní autodenominada Estado Islámico de Irak, juramentada a limpiar a Bagdad de chiíes y a destruir a quienes denomina los perdedores, o sea los norteamericanos. Son estas las fuerzas tenebrosas que Arabia Saudí financiará para protegerse de una expansión iraní apoyada en los chiíes.
LOS CHIÍES SEAN UNIDOS
Todos los demonios están sueltos en el Golfo. En la situación actual, Estados Unidos no debiera retirarse por completo de Irak porque, destruida la vieja maquinaria militar de ese Estado y potenciado el poder de la mayoría chií –antes sojuzgada por los suníes– el fin de la ocupación significaría dejarlo a merced de Irán y de las medidas defensivas de que puedan valerse terceras partes con intereses en juego. Una de las varias paradojas presentes en el caso es que los chiíes iraquíes, que fueron los grandes beneficiarios de la intervención norteamericana, son ahora el principal obstáculo para que la intervención estadounidense pueda cerrarse de una manera aceptable.
Como ha señalado un informe reciente del gobierno norteamericano que llegó a la redacción del The New York Times, el primer ministro iraquí se comporta actualmente como un dirigente chií vinculado a Irán. El gobierno iraquí –una creación de Estados Unidos– no intenta equilibrar y conciliar las diversas facciones étnicas y religiosas del país sino que ha virado hacia la teocracia persa.
Los chiíes iraquíes han ganado mucho pero van por más, y para eso ahora corresponde cambiar de bando. En las últimas semanas, mientras se postergaba un encuentro en Jordania entre George W. Bush y el primer ministro iraquí Nouri al-Maliki, el presidente Jalal Talabani visitaba Teherán y llegaba a un acuerdo de seguridad con los persas.
BELICISMO Y IDEALISMO, EXTRAÑA MEZCLA
La tragedia es inconmensurable porque ilustra el fracaso de lo más admirable de Estados Unidos: su reluctancia a comportarse como un imperio tradicional y su pulsión hacia la exportación de la democracia. En efecto, cuando invadieron Irak en 2003 los estadounidenses tenían dos opciones: usar su presencia en ese territorio como trampolín hacia Irán –era lo que esperaban los israelíes– para liquidar los peligros de la región por la fuerza, o intentar construir una democracia fuerte en Irak que hiciera innecesario un avance hacia Irán.
Optaron por lo segundo, extraña mezcla de belicismo e idealismo ingenuo. Al fracasar la quijotada, anularon su capacidad para avanzar sobre Irán y también la posibilidad de retirarse, sumiendo a la región, a su propio país y al mundo entero en un intríngulis gravísimo.
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