Un recurso escaso y mal distribuido

Por Ferran Requejo (para Safe Democracy)

Ferran Requejo expone el grave problema que representa la escasez de agua a nivel global para el desarrollo, el crecimiento, la distribución y la ecología, y que afecta a la dignidad y a los derechos humanos de más de 2.000 millones de personas. Requejo cree que hay cuatro factores que dificultan la reducción de los afectados por consumir agua no potable: la tendencia a la escasez de agua dulce en el planeta, el aumento de la población, la relación entre el desarrollo y la contaminación, y el aumento de la demanda.


Ferran Requejo es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), donde ha dirigido el programa de doctorado en Ciencias Políticas y Sociales y el Grup de Recerca en Teoria Política (GRTP). Sus principales campos de investigación son las teorías de la democracia, el liberalismo político y la socialdemocracia de la segunda postguerra, y el federalismo en contextos plurinacionales. Entre sus publicaciones recientes destacan: Multinational Federalism and Value Pluralism (Routledge, 2005) y Democracy, Nationalism and Multiculturalism (Routledge, 2005, edit con R. Maiz). Recibió el European Rudolf Wildenmann Prize de investigación.

EL PETRÓLEO ES UN PROBLEMA para los países ricos. El agua lo es aún para muchos países pobres. De la resolución de ambos problemas depende en buena medida la política del futuro a escala global. Se trata de dos recursos que inciden en la seguridad, la estabilidad y en los procesos de desarrollo y democratización de buena parte de los países del globo. Fijémonos en el agua.

Se trata de un recurso que empieza a ser escaso a escala global. Unos 1.100 millones de personas no tienen acceso a agua potable; unos 2.400 millones (40 por ciento de la población mundial) no poseen servicios de saneamiento. Son dos datos estremecedores por lo que suponen en ámbitos como la salud o por su relación con la pobreza endémica en los países más subdesarrollados.

CUESTIÓN DE VIDA O MUERTE
Asociada tradicionalmente a la vida, el agua está actualmente asociada también a la muerte. A veces hay agua, pero está contaminada. El impacto en la mortalidad de los tres países más poblados de Asia –China, India e Indonesia– es mayor que el impacto del SIDA. Se calcula que unos 6.000 niños mueren al día por enfermedades asociadas al acceso de agua en condiciones de falta de potabilidad (diarreas, cólera). Las imágenes de la pobreza del agua combinan la de zonas rurales resecas, por ejemplo, del África central y austral, con la de los suburbios de grandes ciudades, como Ciudad de México o Calcuta.

En la conferencia de Johannesburgo se fijó el objetivo de que en el 2015 los datos actuales se reduzcan a la mitad. Para ello se preconizan medidas, tales como la creación o mejora de los sistemas de saneamiento, el aumento de los rendimientos en los riegos agrícolas, la educación en prácticas higiénicas básicas, etc. Pero para ello hace falta dinero, calculado en la misma conferencia en torno a 50.000 millones de dólares anuales. Y hay, además, cuatro factores que actúan en contra de la reducción de aquellas cifras: la tendencia a la escasez de agua dulce en el planeta, el aumento de la población, la relación práctica entre desarrollo y contaminación, y el aumento de la demanda (calculada por la UE en torno al 2 por ciento anual).

LA IGNORANCIA NO ES JUSTIFICACIÓN
Para los Estados ricos, la pobreza mundial del agua no es una cuestión prioritaria. Cuando cuantificamos las ayudas inter-territoriales comprobamos que las colectividades de la solidaridad siguen definidas, casi en su totalidad, en el interior de las fronteras estatales. De manera que aquello de pensar globalmente para actuar localmente se queda generalmente en lo de pensar. Una situación que hace que las políticas del agua tengan aún mucho de fragmentario, puntual y escaso, a pesar de que sepamos, por ejemplo, que sólo en el uso agrícola del agua a nivel mundial existe un margen en la mejora de su rendimiento del 40 por ciento.

La ignorancia hoy ya no es una coartada. Se trata de encontrar soluciones más que de buscar culpables. Éste es un tema que justificaría una acción mucho más decisiva por parte de Naciones Unidas en la línea de un proto-gobierno mundial sectorial. Hablar del agua y de la población mundial es hablar de algo que ya no sólo tiene que ver con el desarrollo, el crecimiento, la distribución o la ecología. Se trata de algo que afecta a la dignidad y a los derechos humanos de más de 2.000 millones de personas.

La Fundación Safe Democracy le invita a suscribirse gratis a los dos boletines electrónicos semanales (martes y jueves), con el análisis y los comentarios de nuestros expertos internacionales (pinche aquí).