Rafael Calduch Cervera explica cuál es la posición oficial del conjunto de grupos e instituciones estatales que gobiernan Rusia y detalla a continuación cómo y por qué se opone Moscú a las iniciativas de hegemonía exclusiva de Washington, sobre todo cuando atentan contra los intereses del Kremlin. Calduch Cervera cree que la agenda rusa de seguridad ya no es sólo político-militar sino que se está convirtiendo en multidimensional y utiliza la vía combinada de multilateralismo, legalidad, desarme, presión diplomática y negociación política.


DURANTE LA CUADRAGÉSIMA TERCERA CONFERENCIA SOBRE POLÍTICA DE SEGURIDAD, celebrada en Munich, sorprendió a muchos de los dirigentes políticos occidentales el discurso pronunciado por el presidente ruso Vladimir Putin. No faltaron quienes lanzaron escandalosos titulares hablando de una vuelta a la guerra fría (The Times 12/02/2007) o de una ducha fría (Financial Times 23/02/2007). Sin embargo, un detenido análisis del contenido del discurso descarta semejantes interpretaciones alarmistas.

La tesis central mantenida por el presidente Putin se puede resumir diciendo que Rusia, como potencia mundial, pretende oponerse a las iniciativas de hegemonía exclusiva de Washington, especialmente cuando atenten contra los intereses del Kremlin, mediante el recurso a una estrategia combinada de multilateralismo, legalidad, desarme, presión diplomática y negociación política. Esta llamada de advertencia del dirigente ruso debe considerarse tanto más significativa cuanto que traduce la posición oficial del conjunto de grupos e instituciones estatales que gobiernan Rusia y que permanecerán más allá de quien sea el próximo ocupante del Kremlin.

¿UNIPOLARIDAD O MULTILATERALISMO?
Desde luego, su formulación de un mundo unipolar no se corresponde con una descripción realista del contexto internacional surgido tras la caída del muro de Berlín.

Es cierto que en los primeros momentos algunos dirigentes norteamericanos y europeos consideraron posible el escenario unipolar pero los hechos demuestran que, más allá del discurso de los neoconservadores en Estados Unidos, las políticas exteriores del presidente Bush (padre) y de su sucesor Bill Clinton, se desarrollaron con una orientación prioritariamente multilateral que Moscú no sólo reconoció sino que también reforzó con su diplomacia.

Ese multilateralismo se pudo apreciar claramente en las intervenciones internacionales realizadas en los Balcanes y Oriente Medio, en el apoyo a las numerosas operaciones de pacificación desarrolladas por Naciones Unidas, en el proceso de apertura y ampliación de la OTAN a los países de Europa Central y de la extinta Unión Soviética, en la transformación de la CSCE en OSCE, en la incorporación de Rusia al G-8 y en otras muchas iniciativas desarrolladas con el concurso ruso durante la década de los noventa. También es cierto que tuvo una importante excepción en la intervención desarrollada por la OTAN en Kosovo en 1999.

LAS ASPIRACIONES HEGEMÓNICAS DE WASHINGTON
Es por tanto, durante la actual presidencia de George W. Bush, cuando surgen las primeras discrepancias significativas no sólo con los rusos sino también con algunos aliados europeos como Francia o la República Federal de Alemania. Sin duda los atentados del 11-S radicalizaron la tendencia unilateralista de la política exterior estadounidense, aunque no hasta el punto de anular el peso multilateral heredado de las presidencias anteriores. El mantenimiento del diálogo euro-atlántico, la constitución del cuarteto (Estados Unidos-Rusia-Unión Europea-ONU) que gestiona el proceso de pacificación palestino-israelí o las negociaciones mantenidas para resolver las crisis de Irán y Corea del Norte, son pruebas innegables de esta realidad.

Pero a nadie se le oculta que la intervención militar en Irak en 2003, con la participación del Reino Unido y el apoyo de España, reforzó ostensiblemente la percepción rusa de que la Casa Blanca aspiraba a instaurar una creciente hegemonía mundial unilateral.

Esta percepción se reforzó con algunas otras iniciativas estadounidenses y/o europeas que afectaron directamente los intereses nacionales rusos y que se adoptaron sin contar con la posición de su Gobierno.

La presencia militar de Estados Unidos en ciertas repúblicas centroasiáticas, su creciente influencia en el Cáucaso, especialmente a través de Georgia, o el apoyo de Washington a las políticas antirrusas de Polonia y los Estados bálticos, se conjugan con las interferencias políticas de la UE en los procesos electorales de Ucrania, Bielorrusia y Moldova, para inducir en el Kremlin una visión preocupante sobre su futuro como potencia regional y mundial. Una preocupación que se agudiza con las aspiraciones de Ucrania y Georgia a formar parte de la OTAN y con la futura implantación en países centroeuropeos del nuevo sistema de defensa antimisiles de la OTAN. Una OTAN cuya proyección política y militar mundiales se encargaron de justificar y avalar en sus discursos tanto el Secretario de Defensa estadounidense Gates, como el Secretario General de la Organización Jaap de Hoop.

EL ENTENDIMIENTO CON RUSIA
Tampoco el sistemático bloqueo a las aspiraciones de Rusia para incorporarse a la Organización Mundial del Comercio, siendo como es la principal economía excluida de esta organización, poseen fácil justificación ante los dirigentes rusos con criterios estrictamente económicos, máxime cuando economías tan poco estables y abiertas como Moldova o Georgia hace años que fueron admitidas.

Por último, los dirigentes rusos recelan de las críticas vertidas a su nueva política de exportaciones energéticas. El abandono de los precios artificiales concedidos hasta ahora a Ucrania y Bielorrusia, así como la incorporación de empresas rusas como accionistas de estratégicas empresas de la Unión Europea, han sido objeto de críticas y medidas legales y/o políticas de resistencia por algunos gobiernos de Europa Occidental. Estas medidas demuestran que la agenda rusa de seguridad ya no es sólo político-militar sino que se está convirtiendo en multidimensional.

La reciente crisis política de Ucrania demuestra hasta qué punto resulta urgente y muy importante para la estabilidad europea y mundial, una profunda reconsideración de la evolución experimentada por las relaciones entre Rusia, la Unión Europea y Estados Unidos. En esta situación, cabe albergar dudas sobre la voluntad y la capacidad de Moscú para llevar adelante esta nueva orientación de su política exterior (ver conclusiones del Encuentro Internacional de Safe Democracy), pero no nos exime de tomar muy en serio la advertencia lanzada por Putin si queremos preservar el entendimiento con Rusia durante los próximos años.