Lucha multilateral contra males universales

Por Ferran Requejo (para Safe Democracy)

Ferran Requejo explica por qué la extensión, el refinamiento moral –que integre más y mejor los derechos sociales y culturales– y la globalización de la democracia deberían ser los objetivos políticos del siglo XXI. Requejo cree que el sistema internacional actual no sirve para afrontar bien los retos globales y dice que las organizaciones internacionales deberían reformarse y realizar acciones globales contra los males universales como la pobreza, la tortura, la esclavitud, las epidemias o las guerras endémicas. Lo que en realidad se requiere en el siglo XXI no son nuevas ideas, sino más bien una voluntad clara de poner en práctica aquellas de las que ya disponemos.


Ferran Requejo es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), donde ha dirigido el programa de doctorado en Ciencias Políticas y Sociales y el Grup de Recerca en Teoria Política (GRTP). Sus principales campos de investigación son las teorías de la democracia, el liberalismo político y la socialdemocracia de la segunda postguerra, y el federalismo en contextos plurinacionales. Entre sus publicaciones recientes destacan: Multinational Federalism and Value Pluralism (Routledge, 2005) y Democracy, Nationalism and Multiculturalism (Routledge, 2005, edit con R. Maiz). Recibió el European Rudolf Wildenmann Prize de investigación.

ES CONOCIDO EL CONTRASTE que se da en la especie humana entre su competencia tecnológica y la frecuente ausencia del más elemental sentido de la justicia, especialmente, en los comportamientos intergrupales. Mientras algunos depositan sofisticados instrumentos tecnológicos en Marte, otros padecen hambrunas, mueren por enfermedades que son curables, carecen de acceso a agua potable, viven bajo guerras endémicas, sufren de esclavitud –principalmente si son niños o mujeres–, etc.

Está claro que, como especie, nuestros componentes genéticos nos han preparado para hacer algunas cosas mejor que otras. Pero, a pesar de todo, es a través de la transmisión cultural y de la acción colectiva desde donde más podemos incidir en nuestro futuro.

Se trata de conseguir una convivencia internacional más comprometida con los derechos humanos, con el combate contra la pobreza; alcanzar democracias más amables en términos multiculturales, con la resolución no violenta de conflictos y con objetivos ecológicos globales.

UNA ORGANIZACIÓN GLOBAL Y MULTILATERAL
Hasta hoy, la escena internacional ha sabido poco de democracia. Las democracias liberales han sido conquistas emancipadoras que distan, sin embargo, de ser algo acabado y, aún más, de ser algo universalizado. Uno de los objetivos políticos del siglo XXI debe ser la extensión, el refinamiento moral y la globalización de la democracia. Extenderla a más países, proceder a una mejor regulación de los derechos humanos que integre más y mejor los derechos sociales y culturales menos occidentalizados. Asimismo se deben construir organizaciones internacionales de carácter multilateral que garanticen de manera efectiva el ejercicio de dichos derechos. Ello resulta impensable sin una organización política global de carácter multilateral. La lógica de Davos es funcionalmente necesaria, pero la de Porto Alegre resulta éticamente imprescindible.

El sistema internacional actual no sirve para afrontar bien –en el sentido ético y funcional del término– los retos globales. Las organizaciones internacionales deben reformarse, así como sus poderes, políticas y líneas estratégicas. Empezando por reformas que mejoren, por ejemplo, la eficacia civil y militar de la ONU con relación al mantenimiento de la paz y seguridad mundiales. Es preciso establecer reglas que permitan permeabilizar instituciones como el FMI o el Banco Mundial. Una ONU eficaz es imprescindible en el siglo XXI.

PLURALISMO CULTURAL
Se echa también en falta una clara voluntad política y de liderazgo por parte de la Unión Europea hacia esa humanización de la globalidad tan precaria a principios de este siglo. Se trata de contar con instituciones multilaterales que permitan acciones globales contra los males universales: pobreza, tortura, esclavitud, epidemias, guerras endémicas o la falta de un horizonte de emancipación individual como el que encontramos en buena parte del continente africano. La acción de los Estados resulta básica, pero también lo es la presión de las organizaciones regionales de todos los continentes –como la Unión Europea–, así como la de los medios de comunicación y la de la sociedad civil internacional.

Hay que añadir, sin embargo, dos objetos recientes en la agenda analítica de la emancipación humana: la acomodación del pluralismo cultural –desarrollada sobre todo en la década de los noventa a partir de las demandas de la inmigración, de las poblaciones indígenas y de las naciones minoritarias (Escocia, Cataluña, Québec, Flandes, etc.)–, y las cuestiones ecológicas. Hoy ya disponemos de buenas pistas intelectuales para plantear la extensión, el refinamiento moral y la globalización de la democracia. Lo que necesita el siglo que acabamos de iniciar no son ideas, sino más bien una voluntad clara de poner en práctica aquellas de las que ya disponemos.

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