El renacer de un concepto adaptado a las nuevas realidades (Parte I)

Por Fabián Bosoer (para Safe Democracy)

Sociedades en movimiento como centro de atención, globalización como fenómeno interno de los países y democracia como elemento no supeditado a la existencia del Estado: son los rasgos de la nueva geopolítica en América Latina.

ADEMÁS: El regreso del Estado en América Latina, por P. M. Sameck
PLUS: La cultura política latinoamericana y sus contradicciones, por J. del Rey Morató


Fabián Bosoer es politólogo y periodista. Es profesor de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Belgrano. Editorialista y editor de opinión del Diario Clarín.

Ha publicado «Generales y embajadores. Una historia de las diplomacias paralelas en la Argentina» (Vergara, 2005) y «Malvinas, capítulo final. Guerra y diplomacia en la Argentina» (Capital Intelectual-Claves para todos, 2007).

HACE UN SIGLO SE ESCRIBÍAN LOS PRIMEROS LIBROS de la llamada ciencia de la geopolítica, los que explicarían las rivalidades entre los países, las disputas por la ocupación de la tierra y la posesión de los mares, la fijación de las fronteras; todo esto a partir de una premisa biológica y determinista: los Estados, aseveraban estos estrategas, eran como organismos vivos, con sus propias necesidades y demandas.

Como todo organismo, un Estado debía luchar contra su entorno –otros Estados y espacios vacíos— para sobrevivir, y precisaba su espacio vital y recursos físicos y humanos para crecer y desarrollarse.

REPERCUSIÓN DE LA GEOPOLÍTICA
Es sabida la influencia que tuvieron estas teorías y doctrinas en los imperialismos y expansionismos que desembocaron en las dos guerras mundiales. Su importación y libre interpretación en el continente americano tuvo dos consecuencias notorias. La primera fue su decisiva contribución a la emergencia de Estados Unidos como potencia hemisférica y mundial. La segunda fue su influencia en el militarismo y el nacionalismo territorial de los países latinoamericanos, que hizo que éstos vivieran su existencia bajo la obsesión de las amenazas a su seguridad externa e interna, la intervención abusiva, directa o indirecta, de las fuerzas armadas en la conducción de sus Estados y la sumisión de vastos sectores de sus sociedades a regímenes autoritarios y represivos.

En lugar de fortalecer a los estados, esta geopolítica territorialista y pretoriana mucho tuvo que ver con que los países latinoamericanos vieran debilitadas sistemáticamente sus capacidades y recursos, se enfrentaran en constantes pulseadas de poder, hipótesis de conflicto y guerras limítrofes y fueran así perdiendo de vista su proyección en la región y en el mundo. Entretenidas en sus juegos de poder local, las elites construyeron las relaciones entre el Estado y la sociedad bajo la hibernación impuesta por la confrontación estratégica mundial entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.

NUEVAS PERSPECTIVAS
Con el fin de la Guerra Fría y a partir de los procesos de democratización y globalización, pareció que los esquemas estratégicos de la geopolítica irían a parar al desván de los trastos viejos, como tanta otra literatura prematuramente descartada.

Pero en los albores del nuevo siglo, la geopolítica reapareció con fuerza, entendida como preocupación por las condiciones geográficas, territoriales y ciber-espaciales en las que se desenvuelven la vida de las sociedades, las disputas en torno a los recursos energéticos y el medio ambiente.

En lo concerniente al actual mapa sudamericano, dos libros que acaban de aparecer dibujan bien estas nuevas cartografías de las políticas nacionales, regionales y globales: Paz conflicto y sociedad civil en América latina y el Caribe (Icaria-Cries), compilación de Andrés Serbin, y Una sociología de la globalización (Katz), de Saskia Sassen.

Tres rasgos distintivos diferencian estos abordajes de los postulados del realismo clásico y la realpolitik que siguen cultivando los estrategas kissingerianos.

PROTAGONISMO DE LA SOCIEDAD Y GLOBALIZACIÓN
El primer rasgo es que el centro de la atención está puesto en las sociedades en movimiento y en profunda transformación, y no ya exclusivamente en los Estados. Esto supone un cambio de paradigma: en su anterior versión, la geopolítica observaba a los Estados construyendo y organizando a las sociedades nacionales de arriba hacia abajo, y tendía a observar los conflictos en ellas como una debilidad antes que como una fortaleza y a sus fuerzas de cambio como una amenaza, antes que como una oportunidad. Ahora, el mayor problema no es el cambio social sino la obsolescencia y rigidez de los Estados para acompañar e interpretar dichos cambios. El desafío mayor es precisamente el de reformar y rediseñar esos aparatos estatales para que respondan a estas nuevas condiciones y conflictos, de abajo hacia arriba.

La Venezuela de Hugo Chávez es un buen ejemplo de esta tensión entre vieja y nueva geopolítica alimentada por el petróleo; el propio chavismo encubre ambas caras: la respuesta tradicional, caudillista y estatalista de carácter autoritario, y su condición de movimiento social de transformación política legitimado por una amplia representación nacional refrendada en las urnas.

El segundo rasgo es que la globalización ha dejado de ser ya un fenómeno concebido como una variable externa de los países, afinca en sus realidades internas y locales, lo que hace que las fronteras entre el adentro y el afuera, el nosotros y el ellos, se vuelvan cada vez más borrosas o superpuestas. No han desaparecido el Estado y sus conflictos, por cierto. Hay más rivalidades y tensiones entre las naciones y, sobre todo, al interior de ellas entre los distintos grupos sociales. Pero los modos con que los conducimos y entendemos han cambiado y si no reparamos en ello, los países latinoamericanos, perderán, como ya ocurrió en el pasado, la posibilidad de ser sujetos y no solo espectadores o víctimas de estos cambios.

LATINOAMÉRICA Y DEMOCRACIA
Y aquí el tercer rasgo: la novedad histórica que ofrece América Latina es que por primera vez la democracia como régimen político es una condición no subordinada ni subordinable a la existencia del Estado. Es decir que no hay ya actores ni grupos en condiciones de clausurar la aspiración democrática bajo el pretexto de preservar la unidad del Estado supuestamente amenazada, o de arrogarse la representación de la totalidad de una nación.

Nuestros países han visto, en los últimos años, fenómenos extraordinarios de auto-rescate institucional de las democracias aún en situación de colapso estatal. Pero resulta claro, al mismo tiempo, que si bien fue posible la existencia de Estados sin democracia durante largos tramos del siglo XX en esta región, no es posible en este nuevo siglo la existencia de democracias nacionales sin Estados e identidades nacionales renovadas.

Por eso, entre otras cosas, es tan importante que llegue a buen puerto la Convención Constituyente que se acerca en Bolivia a una etapa de obligadas definiciones. Allí se juega el sueño de refundar una nación sobre bases genuinamente democráticas, populares y multi-culturales.

Si se alcanza, será la proeza de ese pueblo; de sus genuinos líderes y referentes políticos y sociales y del presidente Evo Morales, en primer lugar. Si se frustra, no habrá ahora a quién echarle la culpa.

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