Musharraf ha ganado unos comicios poco transparentes, además de provisionales por la muy posible irrupción de Benzair Bhutto y por una decisión del Tribunal Supremo que podría anular el proceso electoral. Esto ocurre mientras crece la incertidumbre derivada de la ambigüedad de Islamabad, colaborador de Occidente y a su vez apoyo de los islamistas, lo que sugiere cambios inminentes en el gobierno pakistaní.

EL PASADO SEIS DE OCTUBRE se celebraron elecciones presidenciales en Pakistán que han proclamado a Pervez Musharraf en el décimo tercer presidente del país. Sin embargo, lejos de traer estabilidad y certidumbre, estos comicios han arrojado más confusión que claridad a la complicada situación que vive Pakistán.

La victoria de Musharraf, a pesar de ser holgada, está sujeta a una serie de condicionantes que van de lo político a lo judicial. Por un lado, las elecciones presidenciales están pendientes de un hilo ya que el Tribunal Supremo debe decidir sobre la viabilidad de Musharraf como candidato puesto que no ha abandonado su carrera militar.

Por el otro, la mayoría de los compromisarios de los partidos de la oposición (160) que deberían elegir al presidente, han dimitido para no contribuir a la farsa. Musharraf recibió un total de 671 votos, de los cuales 419 provenían de las asambleas provinciales y 252 del Parlamento Nacional. La mayoría absoluta está situada en 352 votos, por lo que el actual presidente obtuvo casi el doble de los apoyos requeridos para la elección. Su rival, Wahih ud Din, del partido Retd (Justicia) obtuvo tan sólo 8 votos.

POSIBLE ACUERDO DE GOBIERNO CON BHUTTO

Las elecciones llegaron con graves deficiencias previas ya que los dos principales líderes de la oposición, Nawaz Sharif y Benzair Bhutto, no pudieron concurrir a los comicios al encontrarse inhabilitados y exiliados por causas relacionadas con la corrupción.

Nawaz Sharif, que en la actualidad vive en la ciudad saudí de Jedah, intentó regresar al país el pasado 11 de septiembre pero tan sólo pudo permanecer en el mismo unas horas puesto que fue deportado por las fuerzas de seguridad pakistaníes. Por su parte, Benzair Bhutto, que en la actualidad vive en Bahrein, ha prometido volver a Pakistán. La que fuera primer ministro ha establecido contactos con el General Musharraf que podrían fructificar en un acuerdo de gobierno que comprendería diversos aspectos.

«Musharraf ha sido la única garantía de lucha contra el islamismo radical imperante en Pakistán, pero también se ha apoyado precisamente en sectores islamistas para mantenerse en el poder» En primer lugar, una amnistía para la propia Bhutto y otros condenado por delitos similares; en segundo lugar, la posibilidad de ser primer ministro por tercera vez, ya que hasta ahora está limitado a dos mandatos. Por último, la celebración de una elecciones limpias y libres, lo que en principio le otorgaría al partido de Bhutto (PPP) la victoria ya que es el más popular del país. Por su parte, la hija de Zulfikar Bhutto se habría comprometido a aceptar a Musharraf como presidente, siempre que este abandonara la jefatura del ejército.

En principio, el General Musharraf ha prometido abandonar la jefatura del ejército para centrarse en la jefatura del Estado como civil, aunque son muchas las dudas generadas en este punto. Bien es cierto que Musharraf ha promocionado a hombres de su confianza a las escalas más altas del Ejército por si viera forzado a dejar su uniforme para no incurrir en otro conflicto con el Tribunal Supremo. Así, el pasado dos de octubre nombró al General Ashfaq Kayani, antiguo director del ISI, nuevo número dos del ejército.

NADANDO ENTRE VARIAS AGUAS

En principio, este gesto hace pensar que los soldados pueden desaparecer de la vida pública, aunque la situación en las zonas limítrofes con Afganistán es crítica. Desde el asalto de la Mezquita Roja en julio pasado, más de 250 soldados han perdido la vida y más de 300 permanecen en paradero desconocido.

A este problema hay que añadir la incertidumbre que provoca la ambivalente posición de los países occidentales, que parecen detestar y necesitar al General por partes iguales.

Por un lado, Musharraf ha sido la única garantía de lucha contra el islamismo radical imperante en Pakistán, pero, por el otro, el propio Musharraf se ha apoyado precisamente en sectores islamistas para mantenerse en el poder.

Así, lo que podemos afirmar es que Musharraf ha sido el ganador de unas elecciones poco limpias que, además, son provisionales por la inminente irrupción de Benzair Bhutto y por una decisión del Tribunal Supremo que podría anular todo el proceso electoral.

Con estas circunstancias cabe preguntarse, ¿es Musharraf presidente por un día?