Argentina enfrenta las dificultades y la paradoja de conciliar, en una sola imagen, una cultura de primer mundo, sofisticada, europea (la más atractiva de todas las sensibilidades latinoamericanas), con el hundimiento de un país que podría estar entre las quince primeras potencias mundiales.

MÁS ALLÁ DE LA COYUNTURA ELECTORAL argentina (que otros articulistas analizan en estas páginas) tras las elecciones, sobre el país rioplatense persistirán serias dudas, que vienen de tiempo atrás. En 1930 Ortega elaboró una inquietante imagen de Argentina: hoy el problema más sustantivo de la existencia argentina es su reforma moral. Y entendía por reforma moral el llegar a ser lo que uno es. Ese enunciado acuña una primera imagen de Argentina en España: la nación que recibía al azorado filósofo madrileño no estaba en posesión de sí misma, como si se limitara a ser una impostura.

Medio siglo después, en los años ochenta, la imagen de Argentina se asociaba al presidente Alfonsín, la gran esperanza que emergía tras el horror de la dictadura y de los desaparecidos. El informe Nunca Más, y el juicio a los golpistas, revelaron dos cosas: el envilecimiento que había supuesto la dictadura, y la fortaleza política de una sociedad que permitió juzgar a los responsables de tanta maldad, cosa que no se hizo en la transición española.

Aquel Nüremberg rioplatense dignificó a Argentina ante el mundo. La época de Menem se vivió desde España como un período en el que el país parecía superar sus problemas, hacia una etapa de prosperidad, tantas veces aplazada. Y aunque nunca se entendió aquella paridad dólar-peso, tampoco se sospechó el drama que le esperaba al gobierno del presidente Fernando de la Rúa. Era una época de optimismo, en el que las inversiones de empresas españolas contribuían a formar una imagen positiva de Argentina.

LA CULTURA Y EL ARTE

Las personas ilustradas admiran la literatura argentina, y las películas argentinas tienen público asegurado. Cuando Ricardo Darín estrena película, o sube a un teatro madrileño (muchos recuerdan su interpretación en Art), hay peleas para comprar una entrada. José Luis Campanella o Adolfo Aristarain son admirados. Y cuando llegan Les Luthiers, con ese humor sofisticado, imposible de inventar en España, todas las entradas están vendidas antes de que los integrantes del mítico grupo bajen del avión en Barajas.

«La magia de lo argentino se diluye cuando se piensa en la política, para recordarnos que algo raro pasa en aquella república» Los más leídos no olvidan los días en que Cortazar les enseñó a jugar a su rayuela, conocen las páginas lúcidas y sombrías de Sabato, y guardan en su memoria la prosa impecable y perfecta de Borges.

Por aquí se pronuncia el nombre de Argentina, y se piensa en el tango y la milonga, en Borges y en Cortázar, en Mugica Lainez y en di Benedetto, y algunos recuerdan la magia de Los Chalchaleros, y la voz imprescindible de Atahualpa Yupanqui.

Por lo demás, los argentinos se hacen notar en las empresas y en la publicidad de la televisión. Los hipermercados venden dulce de leche, yerba mate y polenta, palabras que hace algunos años eran ajenas a las costumbres de los españoles.

DONDE EL HECHIZO ARGENTINO SE DILUYE

La magia de lo argentino se diluye cuando se piensa en la política, para recordarnos que algo raro pasa en aquella república. Los españoles no entienden el laberinto de su aventura política, ni la no menos laberíntica psicología de sus políticos.

«La imagen de aquellos cinco presidentes que sucedieron a de la Rúa recuerda la crónica de una Argentina que parecía una suma de torpezas»

Y en el mundo empresarial, decir que Argentina tiene buena imagen sería una mentira piadosa: los inversores hablan de una corrupción que dificulta la marcha de las empresas y pone en riesgo la inversión.

La imagen de un Perón que debía estar tan olvidado como aquí está Franco (y que es inexplicablemente venerado), es una primera señal de alerta: otros pueblos entierran a sus líderes, dicen el muerto al hoyo y el vivo al bollo, y miran al futuro, sin crear una especie de culto pueril, infantil e innecesario, a figuras perfectamente prescindibles.

Pueblos hay (más afortunados) que no viven en caudillos providenciales y en liderazgos sospechosos, y prefieren la estabilidad y la previsibilidad de las instituciones.

CONCILIAR LAS PERCEPCIONES

La imagen de aquellos cinco presidentes que sucedieron al dubitativo de la Rúa, cuando la palabra corralito y la demanda que se vayan todos, nos entregaba la imagen de un país del tercer mundo, recuerdan la crónica de una Argentina que parecía una inexplicable suma de torpezas.

Y cuando Kirchner dedicó duras palabras a los empresarios españoles, en una reunión que tuvo con ellos en Madrid, muchos se preguntaron si no pasa algo raro en Argentina, algo que ese país no se merece, desde hace demasiado tiempo.

Porque en Madrid tienen dificultades para conciliar en una sola imagen la cultura argentina (una cultura de primer mundo, sofisticada, europea, la más atractiva de todas las sensibilidades latinoamericanas), con el hundimiento de un país que podría estar entre las diez primeras potencias del mundo.

Sobre el enigma de ese hundimiento es probable que los comentaristas del foro Safe Democracy tengan algo interesante que decir.