El nuevo presidente turco, Abdulá Güll, se define como partidario a ultranza de un país democrático, laico, social y fiel al Derecho. Hay quien afirma, sin embargo, que Güll tiene un plan oculto de islamización del país. ¿Oculto?

LA NOTICIA DE LA TOMA DE POSESIÓN del nuevo presidente de la República Turca, Abdulá Gül, quedó eclipsada, en algunos medios de comunicación occidentales, por otra información, aparentemente más frívola; el pañuelo islámico de su esposa, Hayrunissa, la mujer que comparte su vida desde la edad de 15 años. Es cierto que en al actual contexto político de la secular Turquía, el hecho de que la presidenta utilice este símbolo del Islam tradicional irrita sobremanera a los defensores de la ortodoxia kemalista: militares, catedráticos, militantes de los partidos laicos. No es menos cierto que hoy en día la mitad de las mujeres turcas se cubren con el pañuelo. Decididamente, algo ha cambiado en el país otomano en las últimas cuatro décadas.

En efecto, hace apenas unos lustros, el uso del pañuelo resultaba un tanto exótico en las grandes urbes. Mis anfitriones turcos se empeñaron en explicarme, allá por los años 90, que sólo las mujeres de clase baja, cuyas familias recibían subvenciones de los movimientos religiosos, vestían de manera anacrónica. Se trataba de un compromiso adquirido por los maridos con las prósperas y dinámicas agrupaciones islámicas. De todos modos, el pañuelo no dejaba de ser un fenómeno aislado. En aquel entonces, el voto islamista conservador representaba un escaso 4 por ciento. Diez o doce años más tarde, llegó a rondar el… 50 por ciento. Algo había cambiado…

EL AKP Y LA SENDA DE LA MODERNIZACIÓN
La inesperada victoria electoral del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en el otoño de 2002 sacudió los cimientos del edificio kemalista. La agrupación de corte islámico, liderada por el tándem Erdogan-Güll, tomó las riendas del poder el pleno proceso de renovación de las estructuras político-sociales de Turquía, de adaptación de la normativa jurídico-legal a las exigencias formuladas por la Unión Europea, de unos eurócratas empeñados en aplazar el inicio de las negociaciones sobre la adhesión de esa potencia regional emergente al club cristiano de Bruselas. El AKP decidió seguir por la senda de la modernización y la democratización trazada por los anteriores gobiernos. El propio Güll se convirtió en artífice del acercamiento de Ankara a las instituciones comunitarias. En octubre de 2005, le tocó dar el ansiado pistoletazo de salida de las consultas con la Unión Europea.

El nuevo presidente turco se define como partidario a ultranza de un país democrático, laico y social, con estructuras ancladas en el imperio del derecho, en un Estado que tiende a desempeñar un papel clave a nivel regional, desde el punto de vista político, estratégico y económico. Desde el primer momento, Güll dejó constancia de que desea mantener la separación entre el Estado y la religión, impuesta por Atatürk en 1923, que pretende ser el presidente de todos los ciudadanos, sin ningún tipo de discriminación. En este sentido, conviene señalar que el nuevo Gabinete de Recep Tayyip Erdogan cuenta con más tecnócratas y personalidades independientes que el anterior Ejecutivo.

UN INQUIETANTE ICEBERG
Por otra parte, Abdulá Güll se compromete a proseguir la lucha contra el terrorismo; una promesa que puede tener doble lectura, sabiendo positivamente que el objetivo prioritario de Ankara es la eliminación de la guerrilla kurda, que encontró refugio en el Kurdistán iraquí.

Hay quien afirma, sin embargo, que el nuevo presidente tiene un plan oculto de islamización del país. ¿Oculto? Olvidan los analistas (otomanos u occidentales) que el programa electoral del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) contemplaba claramente en 2002 la remusulmanización de Turquía y la islamización de la diáspora turca. Huelga decir que, en este contexto, el controvertido pañuelo islámico de la señora presidenta podría aparecer como la punta visible de un enorme, de un inquietante iceberg.