webpilosof.jpgEs una pena que las tecnologías queden a merced de quienes temen a la libertad de pensar, dice el autor, de quienes ambiciosos de poder o desesperados por vender productos, servicios o eslóganes, estén fomentando la masificación del hombre moderno, en lugar de utilizar de manera más fecunda la oportunidad de incrementar el proceso de personalización, donde cada individuo masificado, se resiste y se convierte en persona única e insustituible. Al fin de cuentas, esta es la base moral de la democracia, señala.

(Desde Montevideo) LA CONVERSIÓN DE LA PALABRA EN ESLOGAN es uno de los recursos contemporáneos más frecuentados para atrapar mentes desprevenidas, e imponerles subrepticiamente conceptos y conductas que convencen a fuerza de repetirse, sin pasar por el tamiz riguroso de un pensamiento serio y de acuerdo a los parámetros de la lógica. Se trata de masificar comportamientos a través de los modernos medios de comunicación, eludiendo la auténtica persuasión, que por tal, requiere el uso personalizado de la razón y el respeto al prójimo y a su derecho a discordar.

Quienes manejan este recurso piensan en términos de mercadeo. Sustituyen, con escasos recursos, la reflexión meditada, por la parálisis del pensamiento y la consecución de conductas orientadas inadvertidamente para alcanzar metas comerciales, políticas, sociales, religiosas… Quienes arman este tinglado de palabras y frases repetidas hasta el hartazgo, saben bien de antemano a dónde quieren llegar y hacia dónde quieren llevar a quienes caen en sus redes, cuidadosamente elaboradas, recurriendo a un uso indebido de las modernas técnicas de comunicación.

El HOMBRE REAL, DESTINO DE LA DEMOCRACIA

En una sociedad democrática, donde la participación de cada ciudadano tiene un valor insustituible, el pensamiento ordenado y el diálogo franco y honesto son recursos indispensables para que las mayorías hagan valer su número, cuando se trata de decisiones que así lo requieren las normas legales en vigencia. “La democracia es un sistema donde la persona concreta es la meta misma de toda la sociedad creativa” Los argumentos deben tener su fundamento y explicación. No hay que temer que el interlocutor acabe pensando diferente de la propuesta que se le plantea. Ese es un uso legítimo de la libertad de expresión y de respeto a la posición del otro.

Si así no se procede, la democracia verdadera está comprometida. Comienza a herrumbrarse. Y la herrumbre aumenta cuando las mayorías son llevadas por malabaristas de la palabra, que sustituyen el pensamiento con frases y vocablos pegajosos, cuyos destinatarios, cuando advierten la trampa en que han caído, lo único a lo que pueden apelar es a un arrepentimiento irrelevante, porque no se supo razonar a tiempo, o se los embrujó con la magia de una palabra usada sin responsabilidad. “¿Es acaso viable no cambiar? Ya Heráclito, el conocido pensador helénico, nos advertía que no nos bañamos dos veces en las aguas del mismo río

Todos nacemos normalmente con la capacidad de pensar. Pero, saber pensar es un arte que se adquiere. No funciona automáticamente. Ya lo advirtieron los grandes creadores del pensamiento filosófico. Es una pena que, en nuestro apresurado tiempo presente, las tecnologías queden a merced de quienes temen a la libertad de pensar, de quienes temen que parte de la verdad la tengan otros, de quienes ambiciosos de poder o desesperados por vender productos, servicios o lemas, estén fomentando la masificación del hombre moderno, en lugar de utilizar de manera más fecunda la oportunidad de incrementar el proceso de personalización, donde cada individuo masificado, se resiste y se convierte en persona única e insustituible. Al fin de cuentas, esta es la base moral de la democracia. Es un sistema donde la persona concreta es la meta misma de toda la sociedad creativa. Pensemos que si no hay dos rostros iguales, es porque no debe haber dos almas iguales. La democracia, como sistema de vida, está destinada al hombre real, y no a la sociedad abstracta.

EL CAMBIO, LA ESENCIA DE CUANTO ES

Estas reflexiones me vienen a la mente cuando pienso en el enfermizo uso de la palabra cambio, que está invadiendo el planeta.

“No deja de ser curioso que cuando ciertos líderes o caudillos arengan como adalides del cambio, poco o nada digan sobre qué es lo que quieren cambiar” Hay que cambiar. Preguntamos: ¿es acaso viable no cambiar? Ya Heráclito, el conocido pensador helénico, nos advertía que no nos bañamos dos veces en las aguas del mismo río. Es que el cambio está en la esencia de cuanto es. Todo cambia, permanentemente. Lo advierte la conciencia humana, porque está inserta en el tiempo. El transcurrir en el tiempo marca para el hombre un tiempo que fue, un tiempo que está aquí y ahora, y un tiempo que aún no es. Por tanto, estamos cambiando siempre, y el cambio está inscrito en el devenir del tiempo.

Cuando políticos ambiciosos de poder proponen el cambio, es como si propusiesen respiremos. No pienso que convencerían a mucha gente si, en lugar de cambiar, les propusiesen respirar. La gente atenta sabe que todo cambia, y que no puede dejar de cambiar. No parece ser necesario que nos inviten a respirar. No deberíamos hacer concesiones, cuando se nos trata de imponer cambios, que eluden el compromiso. El cambio incluido en el discurso no se transforma por arte de magia, en cambio, en la realidad.

No deja de ser curioso que cuando ciertos líderes o caudillos arengan como adalides del cambio, poco o nada digan sobre qué es lo que quieren cambiar. Poco o nada dicen tampoco, sobre qué dirección y hacia qué metas se orientará el cambio que proponen. “El pasado es inmodificable. Y es inmodificable porque ya no tiene vida. Sólo lo puede traer la memoria como una vivencia presente, pero referida a un tiempo ya transcurrido” Usan con prisa el pasado, como una evidencia a la que se refieren con poca o ninguna ecuanimidad ni ponderación (como si todo pasado fuese malo o sea indispensable cambiar todo cuanto en él está y de donde venimos quienes ahora estamos, o que todo futuro, por ser tal, será necesariamente bueno), y la enfrentan a una posibilidad (que como tal, sólo puede ocurrir en un porvenir impredecible, al que se dirigen con ambición y sin compromiso serio). Algunos les añaden utopías fáciles, destinadas a ser el camino edulcorado de superación de realidades muchas veces duras y dolorosas.

En definitiva, más que a la razón, se dirigen a las emociones. Falta entonces mucho tiempo para que los interlocutores les pasen, desilusionados, las facturas. Lo que cuentan para los profetas del cambio son las metas a corto plazo. Después se verá. La misma razón que maneja a la gente con lemas, encontrará las justificaciones por los incumplimientos o por la aparición de cambios, ahora lamentables e indeseados, si los interlocutores hubiesen razonado a tiempo. O tal vez reclamen más tiempo adicional para prometer nuevos cambios, que conducirán a adicionales frustraciones.

PASADO, PRESENTE, FUTURO

“Tengamos siempre bien claro que nunca vamos a vivir el futuro. Cuando llegue, si llegara, será presente. El futuro sólo aparece en la conciencia del presente” Es bueno tener presente que en la propia esencia del tiempo está lo fugaz y lo permanente. Hay una relación tiempo-eternidad que se revela muchas veces a las almas atentas y seguras que todo cuanto nos acontece tiene alguna razón de ser, aunque muchas veces no nos resulte muy comprensible lógicamente. Pascal decía en el siglo XVII que los sentimientos tienen sus razones, que la razón no puede comprender.

La memoria, personal y colectiva, preserva total o parcialmente en el presente lo que ya fue. Lo que no volverá a ser, tal como fue cuando era presente. Pero, en tanto, el pasado es inmodificable. Y es inmodificable porque ya no tiene vida. Sólo lo puede traer la memoria como una vivencia presente, pero referida a un tiempo ya transcurrido. No obstante, a pesar del valioso papel de la memoria, ella no consigue nunca revivir el pasado tal como fue, cuando era presente. Sólo la memoria torna permanente lo ya incambiable. Pero es permanente si lo tornamos actual en cada tiempo presente. Es como si lo inerte pasado, cobrare nueva vida por su actualización conciente en el tiempo de ahora. “La identidad, tanto personal como colectiva, es lo que permite justamente identificar a algo o a alguien de modo indeleble”

Por ello, no estamos en un exclusivo y permanente presente, que si así fuera, carecería de todo sentido y significación. Las etapas del tiempo están entrelazadas y muchas veces parecen interactuar. Pero tengamos siempre bien claro que nunca vamos a vivir el futuro. Cuando llegue, si llegara, será presente. El futuro sólo aparece en la conciencia del presente. Es un presente aún incierto, con perfiles y contenidos que no sabemos cómo serán. Cuando ingrese en el breve puente del presente, circulará hacia su destino irremediable: el pasado. Allí quedará, si es rescatado en algún presente por la memoria activa.

Sin embargo, en esa misma permanencia del pasado, se afincan las tradiciones. Las propias de cada uno, las de los grupos sociales, las de las naciones, culturas o civilizaciones. Son las tradiciones como el lazo que engancha los eslabones de una cadena. No lo vemos, pero sabemos que está, y que ejerce una acción insustituible y fundamental de cohesión y armónico vínculo.

LA SAVIA DE NUESTRAS RAÍCES

“Hay cosas y tradiciones que no deben ser cambiadas. Son el alimento permanente de la vida. Es bueno respetar lo que otros nos legaron, y que debe transmitirse de generación en generación” La identidad, tanto personal como colectiva, es lo que permite justamente identificar a algo o a alguien de modo indeleble, que al tiempo que afirma su propia esencia de unicidad y sentido, se diferencia de otras identidades. La identidad vendría ser como lo permanente en el cambio.

Ahí radica uno de los peligros que provocan los vertiginosos anunciadores modernos de cambios. Hay cambios que se producen por sí solos, hay otros que podemos ir preparando. Pero debemos tener de ellos clara conciencia, para saber hacia dónde orientamos los cambios, y para que asumamos los riesgos y beneficios de sus posibles resultados. Los cambios que se proponen deben ser claros, unidos a los métodos conducentes a ellos, y asumiendo el compromiso claro de quien los propone. Los cambios que se imponen están generalmente destinados al fracaso. Nadie quiere después asumir sus consecuencias. Los cambios impuestos corroen siempre la identidad. Nos conduce a no reconocernos a nosotros mismos o a otros. La identidad es transformación dentro de lo que subyace como hilo conductor.

“No hay cambio auténtico sin experiencia. No hay experiencia que pueda soslayar el cambio” Hay cosas y tradiciones que no deben ser cambiadas. Son el alimento permanente de la vida. Es bueno respetar lo que otros nos legaron, y que debe transmitirse de generación en generación. Los que nos anuncian cambios, borrando como un huracán devastador que no discrimina todo cuanto recibimos, por su propia actitud irrespetuosa, merecen que se sospeche de ellos y de sus verdaderas intenciones.

El sabio poeta hebreo Jaim Najman Bialik nos enseñó: No temamos ser conservadores si se trata de conservar cosas nuestras que son eternas. Los cambios auténticos no necesitan convertir en escombros todo cuanto existe. Cuidemos, respetemos y disfrutemos lo que es legado generoso y pleno de valores, que nos brinda la savia de nuestras raíces. Cambiemos lo que ya está obsoleto o no responde a renovadoras corrientes que deben traernos la brisa de nuevas experiencias y nuevos horizontes que dan protagonismo a las generaciones que llegan. Si así no fuere, estaríamos convirtiendo el presente en una eterna repetición. Hay que dejar espacio para que cada persona, cada generación, cada tiempo presente, pueda crear lo propio, e integrarlo al acervo de lo que no debe ser cambiado. La misma partitura admite y reclama nuevos y variados arreglos. Pero si se cambia la partitura se destruye la identidad que hizo de esa pieza algo propio y valioso.

LA FALSA OPOSICIÓN ENTRE EXPERIENCIA Y CAMBIO

Hay otro peligro adicional que nos están trayendo los expertos del cambio. Generan el paralogismo de falsa oposición entre experiencia y cambio. No hay cambio auténtico sin experiencia. No hay experiencia que pueda soslayar el cambio. Con superficialidad lamentable se presenta a la experiencia como sinónimo de pasado y obsolescencia. “La experiencia auténtica incluye el cambio en su propia esencia. Si así no fuere, deja de ser experiencia para ser dogma” Experiencia es fermento referencial del cual no se debe prescindir o minimizar.

Los que tratan de imponer cambios en lugar de experiencia, conducen a la gente a cometer innecesarios errores. Una sociedad sin experiencia es una sociedad sin sabiduría. ¿Qué se puede esperar de una nueva sociedad que anula la experiencia de quienes saben por haber vivido, y por haber sabido vivir? La sabiduría es el arte de saber usar lo conocido. Es saber adaptarlo a los cambios que corresponde hacer. Es saber preservar lo ya logrado por el conocimiento. El conocimiento, como uno de los bienes del espíritu, pertenece en definitiva a todos, pero no tiene un dueño que tenga el derecho de apoderase de él y usarlo de la forma que mejor se le ocurra, negándolo u ocultándolo total o parcialmente a los demás.

La experiencia auténtica incluye el cambio en su propia esencia. Si así no fuere, deja de ser experiencia para ser dogma. El cambio que no se inspira en la experiencia sabia y la respeta, es un impulso ciego que se estrellará contra un futuro imprevisible, donde las cenizas sustituirán a la llama siempre encendida de la auténtica sabiduría que, como tal, sabe conjugar lo bueno que ha sido y está vigente, con lo bueno que hay que crear y que nos invita a cooperar en su creación.

Todo cambio se proyecta hacia el futuro. Genera pues incertidumbre y riesgo. Los protagonistas del cambio tienen que tener clara conciencia de ello. Riesgo e incertidumbre atemorizan. El temor disminuye cuando uno es consciente de que quiere el cambio auténtico, se afirma en los valores permanentes, y reclama con derecho el papel de protagonista. Quienes temen ser protagonistas, están expuestos no a cambiar, sino a que los cambien. A pesar de ello, transfiriendo el papel protagónico a otros, quienes han renunciado a su lugar metafísico, no se librarán ni de la incertidumbre ni del riesgo. Por el contrario, los incrementarán, sin estar capacitados para asumirlos. Quedarán más expuestos aún. Creen eludirlos al transferir a otros lo que deberían haber asumido a conciencia. Se reduce, en verdad, el ámbito de la libertad propia.

Libertad y responsabilidad van de la mano. La tarea existencial es compromiso personal. El hombre es artífice de su propio destino.