violenciaenfrancia1.jpgEl presidente francés, Nicolas Sarkozy, ministro del Interior durante los mayores disturbios urbanos de la reciente historia francesa en las barriadas más marginales de las principales ciudades, quiere evitar su repetición: el vigésimo plan que se quiere aplicar a la banlieu, los barrios periféricos de las ciudades, ha sido bautizado como Esperanza. ¿Son efectivas las medidas? ¿Cuál es el origen de la violencia? ¿Se trata de una revuelta islámica? ¿Es útil la línea dura?

 

DEL 27 DE OCTUBRE AL 17 DE NOVIEMBRE de 2005, Francia conoció los mayores disturbios urbanos de su reciente historia, centrados en las barriadas más marginales de las principales ciudades del país. El desencadenante de la revuelta fue la muerte de dos jóvenes en Clichy-sous-Bois (periferia de París), electrocutados al huir de una persecución policial. Los motines se extendieron luego por toda Francia, de forma que afectaron a cerca de 300 municipios. En esos días se incendiaron cerca de 15.000 vehículos, se movilizaron cada día más de 10.000 policías y se decretaron 600 penas de prisión. Lo más chocante de todo fue la proclamación del toque de queda, conforme a una legislación desempolvada de 1955 –de la época de la guerra de Argelia–, que no llegó ni siquiera a aplicarse con las movilizaciones de mayo del 68.

«Sus críticos recriminan que, como otros planes, este tampoco cuenta con fuentes de financiación específicas o no las suficientes» El presidente francés, Nicolas Sarkozy, protagonista de alguna manera de aquellos incidentes como ministro del Interior, quiere ahora evitar su repetición con un nuevo plan. El vigésimo que se quiere aplicar a la banlieu, los barrios periféricos de las ciudades, y que por eso mismo algunos ven con escepticismo. Sarkozy ha presentado su plan, bautizado como Esperanza, en una ceremonia oficial en el palacio presidencial del Eliseo, acompañado de representantes de asociaciones implicadas en el problema de la banlieu. Su propia secretaria de Estado para la Ciudad y responsable política de la aplicación de esas medidas, Fadela Amara, es una hija de inmigrantes argelinos y fundadora de una asociación denominada Ni putas ni sumisas, de apoyo a las mujeres.

El programa, calificado también como una especie de plan Marshall para los barrios marginales franceses, ha puesto el acento en cuestiones de educación y empleo, pero también de seguridad. Sus críticos recriminan que, como otros planes, este tampoco cuenta con fuentes de financiación específicas o no las suficientes para la magnitud de cuestiones que pretende abordar. Y ese quizá sea su primer fallo, que al pretender abarcarlo todo, puede acabar como una encomiable pero irrealizable declaración de intenciones. Sobre todo, por plantearse al corto plazo de una legislatura política. El plan se suma, además, a los propuestos por al menos diecinueve ministros de la Ciudad en los últimos 17 años, sin que ninguno consiguiera erradicar el problema.

GEOGRAFÍA URBANA

Sobre la revuelta de la banlieu de 2005 –como de otros episodios esporádicos ocurridos hace unos meses o unos nuevos que pudieran producirse–, se pueden decir muchas cosas, salvo que sean una sorpresa. Toda Francia lleva más de 20 años acostumbrada a la existencia de esas zonas en las que la marginación urbana y la segregación étnica han terminado por coincidir a la perfección.

La primera revuelta de los suburbios se remonta a 1979, en Vauly-en-Velin (periferia de Lyon), seguida de los sucesos de octubre de 1980 en Marsella, cuando los jóvenes de los barrios del norte se enfrentaron a la Policía tras el asesinato por las CRS (Compagnie Republicaine de Securité, antidisturbios) de un joven marsellés de origen argelino. «Son barrios aislados, concebidos para alojar trabajadores provistos de automóvil y donde no hay espacio ni para los cabarets, las tabernas o las diversiones»

El espacio urbano de esos barrios, su arquitectura anónima y anodina, propensa a la no-relación de vecinos, tiene según algunos sociólogos parte de culpa en esos motines.

Las cités (barrios sociales de la banlieu), con sus HLM (Habitations à Loyer Modéré o apartamentos de alquiler a precio social) surgieron como concepto tras la II Guerra Mundial, propiciadas por la llegada a las ciudades de la emigración primero del campo francés, luego del sur de Europa (Italia y la península Ibérica) y posteriormente del norte de África y de las antiguas colonias francesas. La misma palabra banlieu, aunque medieval, parece sacada del verlan o argot de habla invertida que se usa en esos barrios y significa lieu de ban o lugar de destierro.

Con la V República, esos planes de urbanización llegaron a su punto culminante, de forma que entre 1960 y 1975 se construyeron el grueso de las actuales edificaciones. Son barrios aislados, concebidos para alojar trabajadores provistos de automóvil y donde no hay espacio ni para los cabarets, las tabernas o las diversiones. Apenas están conectados al centro de las ciudades y funcionan, en la práctica, más como guetos a los que no se llega por casualidad, que como inocuas ciudades-dormitorio.

En ese escenario se han producido las revueltas que ahora se tratan de evitar. Y si la geografía urbana parece ser una de sus causas, no lo son menos otras de las características sociales de sus pobladores.

«El sentimiento de frustración social y segregación racial que dicen experimentar los autores de las revueltas pueden ser canalizados en los próximos años por algún tipo de justificación político-religiosa»

Francia cuenta con un 9 por ciento de población inmigrante, un porcentaje similar al de España y algo inferior al de Alemania. Los autores de los motines del otoño de 2005, sin embargo, eran en su mayoría ciudadanos franceses aunque de segunda o tercera generación de inmigrantes, principalmente magrebíes. En esas familias de inmigrantes, la ruptura entre el universo cultural de unos padres nacidos en otro país y unos hijos nacidos en Francia ha ido acompañada de un debilitamiento del sistema patriarcal. Y si hasta ahora la República había logrado uniformizar a todos los que vivían en su territorio y convertirles en franceses y no en bretones, alsacianos u occitanos, en la actualidad se encuentra frente a gentes nacidas y criadas en Francia que no se reconocen en su propio Estado. En ese espacio sin raíces que son las cités, algunos tienden a construirse una identidad al nivel más elemental posible: el de la banda o el de la pandilla.

¿REVUELTA ISLÁMICA?

Con unos jóvenes de banlieu de mayoría musulmana, muchos se han preguntado por el papel que puede haber desempeñado la religión en esas revueltas. La cuestión principal es saber si los motines se pueden inscribir en la confrontación yihadista contra Occidente desatada por Al Qaeda desde los atentados del 11 de septiembre de 2001. «No parece que el Islam haya desempeñado un papel clave en los incidentes»

Las encuestas más recientes muestran, en general, un incremento de la práctica religiosa de los musulmanes franceses desde los últimos años 90 y primeros años del 2000. Según una encuesta IFOP de 2001, publicada por Le Monde, el 20 por ciento de los musulmanes franceses afirmaba visitar la mezquita todos los viernes y un 70 por ciento del total declaró respetar el Ramadán. Y a pesar de que esa tendencia es creciente, hay que hacer notar también que la práctica religiosa es menor en la segunda generación de musulmanes franceses que en la de los inmigrantes o primera generación. Sólo el 28 por ciento por ciento de los nacidos en suelo francés se declara practicante, frente al 44 por ciento de quienes habían inmigrado diez años antes. Aunque algunos intentaron justificar de ese modo las protestas, como hicieron al autor de estas líneas en esos días del otoño de 2005 algunos de los protagonistas de la quema de coches, no parece que el Islam haya desempeñado un papel clave en los incidentes.

Una circunstancia –entonces–, que no impide que el factor religioso vaya teniendo más importancia –en el futuro– y que el sentimiento de frustración social y segregación racial que dicen experimentar los autores de las revueltas no vayan a ser canalizados en los próximos años por algún tipo de justificación político-religiosa.

La religión –el Islam, principalmente– tiende a ocupar por tanto y cada vez más esas áreas de marginación que son las barriadas de los suburbios. Pero hay que decir que lo hace en competencia con otro fenómeno: el consumo de drogas, que como la práctica religiosa, ha ido creciendo también en los últimos años.

 

CONSECUENCIAS POLÍTICAS

¿A qué se debieron entonces los disturbios de 2005 y qué factores hay que tener en cuenta para evitarlos? Sin duda, alguno de los ya mencionados, pero también otros de índole mediática e, incluso, directamente política.

«La revuelta de 2005 tuvo también, con su carácter desesperado, furioso y desorganizado, consecuencias en el reforzamiento político de aquellos que como el entonces ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, se mostraron desde el principio partidarios de una línea dura»Como tuve ocasión de comprobar en el otoño de 2005 en la banlieu parisina, las revueltas no fueron tanto una protesta de masas, como de sectores concretos de esos barrios. Apenas se produjeron un par de enfrentamientos directos y colectivos contra la Policía. Hubo, sin embargo, numerosos incidentes aislados difíciles de prever, sin convocatoria alguna y sin que fueran anunciados salvo para aquellos miembros del círculo delictivo que provocaba el altercado. Alrededor de unos 10.000 jóvenes, 15.000 según otras estimaciones, participaron entonces en aquellos incidentes. Actuaron por lo general en pequeños grupos de entre diez y quince miembros. Los incendios de coches adquirieron entonces un carácter de competición entre los distintos grupos o bandas implicadas en los diferentes barrios de las periferias francesas. Fueron una especie de copycat riots, según la expresión acuñada por la prensa británica en el verano de 1981, cuando a los motines en el barrio obrero de Toxteth, en Liverpool, le siguieron otros parecidos en otras ciudades por puro y simple mimetismo.

Los jóvenes franceses que veían en televisión los coches que ellos quemaban retroalimentaban su comportamiento y el de otros jóvenes que como ellos expresaban de esa manera su malestar en toda Francia. La presencia de medios de comunicación internacionales en sus barrios contribuyó al mismo efecto. Tuve la oportunidad de encontrarme entonces en la misma avenida de Clichy-sous-Bois donde se iniciaron los incidentes, a compañeros de otros países y de otras andanzas informativas con los que había coincidido en Kosovo-Macedonia y en Palestina.

Todo eso en una noche cerrada, en la que no ocurría nada, en un lugar perdido de la periferia de París y sin convocatoria ninguna, lo que no dejó de sorprenderme, dando cuenta de la importancia mediática que había cobrado el fenómeno.

La revuelta de 2005 tuvo también, con su carácter desesperado, furioso y desorganizado, consecuencias en el reforzamiento político de aquellos que como el entonces ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, se mostraron desde el principio partidarios de una línea dura. Con cada coche que ardía, salía reforzada la imagen del entonces ministro y hoy presidente a ojos del francés atónito, que no lograba comprender un fenómeno que estaba ocurriendo a las puertas de sus ciudades. Las medidas que ahora propone el presidente francés pueden ser efectivas en tanto en cuanto gocen del consenso suficiente para prolongarse en el tiempo y solucionar un problema que viene de las últimas décadas y no sólo de los últimos años. No lo serán, sin embargo, si con ellas pretende sólo seguir reforzando esa línea dura de buenos réditos electorales, pero capaz de activar esa cadena de acción-reacción y de incendiar, por tanto, el descontento de los barrios.