gardel21.jpg¿Qué le pasa a Uruguay para que miles de sus ciudadanos emigren cada año? ¿Se trata de una mera crisis de expectativas que se ceba con los jóvenes y profesionales? ¿Responde este éxodo a una mala gestión de las elites y a su incapacidad de ver las dificultades?

HACE UNOS DÍAS, SAFE DEMOCRACY nos ofreció un interesante artículo de Pablo Mieres sobre Uruguay, en el que nos decía que 25.000 ciudadanos han abandonado el paisito en 2007.

Los datos remiten a un contexto, que es el que los genera, y urge volver a situarlos en ese contexto, para que se pongan a hablar, para que abandonen su mutismo y nos cuenten su secreto.

Interpretar los datos es generar una explicación del contexto, para conocer, no sólo lo que pasa en ese país, sino algo más significativo y revelador: lo que le pasa a ese país.

EL COSTE DE LAS ELITES

El articulista afirma que esa cifra pone de manifiesto la crisis de expectativas laborales y profesionales que afecta a las generaciones jóvenes. Esos inmigrantes se suman a los más de 500.000 orientales que se han marchado en los últimos cuarenta años, en un país con baja natalidad y población envejecida. Exportar población es uno de los recursos de los que se vale la economía para autorregularse. “No son pocos los ciudadanos que se preguntan: ¿acaso el protagonismo de las elites no se limita a ocupar escaños y despachos lujosos, a salir en televisión, y a detentar los símbolos visibles de la legitimidad?” Ese excedente de mano de obra hubiera sido un potencial de protesta y de desórdenes públicos, y una probable inestabilidad institucional.

Esas 500.000 decisiones individuales suministran una información inestimable sobre otra crisis: la capacidad de las elites para afrontar los problemas. Y es que al paisito le podemos aplicar una reflexión, de la mano de Jaguaribe: ¿cuál es el coste que tienen las elites de esa sociedad?

Es decir, ¿cuál es el coste de sustentación sobre la totalidad del excedente producido por la economía del país? Y, a cambio de ese coste, ¿qué recibe de ellas la sociedad, en términos de ideas y soluciones, de auténtico servicio? En 50 años, ¿cuánto han recibido del Estado, y cuánto han dado a la sociedad?

¿ELITES FUNCIONALES O ELITES DISFUNCIONALES?

“¿Qué pasa cuando los que tienen que definir el problema son el problema?” ¿Cuánto hace que urge la reforma del Estado? ¿Por qué no se hizo antes? ¿Para qué sirve? ¿Guarda relación con la economía? ¿Coadyuva a la apertura del exiguo territorio hacia el Mercosur? ¿O es un hecho solitario, meramente administrativo, de política interior? ¿Qué visión tienen las elites del Estado? ¿El Estado trabaja para la sociedad, o es la sociedad la que trabaja para el Estado?

No son pocos los ciudadanos que se preguntan: ¿acaso el protagonismo de las elites no se limita a ocupar escaños y despachos lujosos, a salir en televisión, y a detentar los símbolos visibles de la legitimidad, al servicio de una soberanía ficticia, meramente nominal, y cuyo contenido (en plena época de globalización), es poco menos que irrisorio? “Benedetti decía: Uruguay es la única oficina pública del mundo que ha alcanzado la categoría de nación” En otras palabras: ¿se trata de elites funcionales, o de elites disfuncionales?

Si tuviera elites más dinámicas y cosmopolitas, capaces de ver en las dificultades, no un destino implacable, sino una incitación, ante la que hay que generar una respuesta inteligente (según la teoría de Toynbee) el paisito no tendría los problemas que tiene. Podríamos preguntarnos: ¿qué pasa cuando los que tienen que definir el problema son el problema?

LA EX MINISTRA DE FINANZAS NEOZELANDESA EN MONTEVIDEO

El embotamiento de las elites nativas, paralizadas durante medio siglo, atónitas y perplejas ante un país que se deshace, y por el cual no han hecho nada, es un espectáculo poco edificante, que ellas mismas se encargan de encubrir. Pero la simulación no funciona. Y lo que se ve es algo menos que un país. No en vano Benedetti decía: Uruguay es la única oficina pública del mundo que ha alcanzado la categoría de nación.

Para ilustrarlo basta una anécdota, rigurosamente histórica, aunque parezca salida de la pluma de García Márquez. La ex ministra neozelandesa de Finanzas pronunció una conferencia en el Senado oriental. El Parlamento tiene un equipo técnico de traducción simultánea. Ante su auditorio, 30 senadores, un frenético ir y venir de seis o siete personas que traen agua, y vuelven a traer agua. Pero no hay interpretación. Ruth Richardson pregunta por el equipo sofisticado de última generación. Está bajo llave. “No existe otro sitio del planeta en el que la gente escuche música popular grabada hace ochenta años” ¿El grabador? No hay. Seis mujeres toman nota por el arcaico sistema de taquigrafía… Media hora después, aparece el equipo de interpretación. Todos se ponen los auriculares… No funcionan. Ruth Richardson grita en el micrófono… Esfuerzo inútil: ¡no funciona!

¿Anécdota o categoría? Algo más debió ver la ex ministra Richardson, pues espetó a los senadores esta reprimenda: No se dejen engañar, no se queden atrapados en el pasado, porque hay nuevas creencias, nuevos desafíos. Deben enamorarse del futuro así como están tan enamorados del pasado. Y el señor Tabaré Vázquez le dice a Ruth Richardson: Yo soy Frank Sinatra. Y haré las cosas a mi manera. Imaginamos la duda de la señora Richardson: ¿esto es un país, o una murga de aficionados, que actúa en sesión continua? Si estas son las elites, debió pensar, ¡cómo será el resto del país!

EPISODIO HISTÓRICO

El consultor en comunicación social Carlos Alberto Maggi cuenta una anécdota: en 1941, su compañero de estudios no fue al examen de filosofía, porque se había quedado en casa, tomando mate y escuchando a Gardel. Y Maggi escribe: la imagen de mi amigo despreciando el mundo mientras toma mate y escucha a Gardel me pareció la estampa de un gran momento nacional. Afirma que se le quedó grabado como uno de los episodios históricos de esta república.

Maggi supo convertir una anécdota en categoría. No existe otro sitio del planeta en el que la gente escuche música popular grabada hace ochenta años. En el resto del mundo el artista de Toulouse y Buenos Aires está prohibido. “La relación con el tiempo expresa cómo es una sociedad; estar enamorados del pasado instaura un cronismo patológico, que privilegia el ayer, a expensas del mañana, e impone una anomalía, o una tara: la aversión o la alergia al cambio” No por el Código Penal, sino por el Código del Buen Gusto: la terapia negativa de sus letras, y su voz cavernosa, deprimente, sórdida, lúgubre y arrastrada, invitan al desánimo, ofenden el buen gusto y arruinan al oyente, al que imponen una antropología pesimista. En el mundo moderno, la creatividad convierte en antigua la música del año pasado, y la gente busca música alegre, juvenil, optimista… Una invitación a festejar la vida, y no a lloriquear por el pasado que no vuelve.

Daniel Bell escribe: el énfasis del modernismo recae en el presente o en el futuro, pero nunca en el pasado. El paisito, cuya cultura es premoderna, provinciana, un nacionalismo de campanario, pone el énfasis en el pasado. Y vive en la ficción. Si Richardson hubiera leído “Cuando ya no importe”, de Onetti, habría encontrado: Ignoraban que la que nació para provincia nunca llega a ser país. Y si hubiera leído “Juntacadávares”, Onetti le habría dicho: Un pequeño país en broma, desde la costa hasta los rieles que limitan la Colonia, donde cada uno cree en su papel y lo juega sin gracia.

Horacio Quiroga y Roberto Ares Pons hubieran argumentado en parecido registro. Y Julio Herrera y Reissig escribía, en 1900-1903: Los uruguayos son (…) unos primitivos, pues no creo que exista pueblo en la tierra más refractario a las innovaciones, a los perfeccionamientos que todo progreso entraña, y que son la característica necesaria de una evolución (“Tratado de la imbecilidad del País por el sistema de Herbert Spencer”, pág. 138).

CRONISMO PATOLÓGICO, ANOMALÍA CULTURAL Y PROGNOSIS DEMOGRÁFICA

En la película El faro del Sur, de Eduardo Mignogna (1998), cuando los personajes llegan desde Buenos Aires a Colonia, una imagen lo dice todo: en el salón de la casona, un reloj de péndulo. El reloj está parado. Una mujer trepa una silla, mueve la aguja, y lo pone en hora. La operación se repite cada sesenta minutos. La relación con el tiempo expresa cómo es una sociedad; estar enamorados del pasado instaura un cronismo patológico, que privilegia el ayer, a expensas del mañana, e impone una anomalía, o una tara: la aversión o la alergia al cambio. La sabiduría del judaísmo está llena de enseñanzas: la mujer de Lot, cuando huyó de Sodoma, desobedeció el mandato divino, y quedó convertida en estatua de sal. Lo que miró era el pasado. Y el futuro decidió que podía prescindir de ella.

El pasado instaura su referente psicológico, que es enfermizo, blandengue, paralizante: es la nostalgia. El futuro, instaura otro referente: es la esperanza, que es dinámica y audaz. Ella genera una actividad para enfrentarse a la adversidad, y construir el destino del soñador animoso.

Ahora ya conocemos el secreto que guardan aquellas cifras. Partir es dejar una sociedad aldeana, amodorrada, ensimismada, perpleja y acomplejada, por una sociedad dinámica y abierta, en la que todo puede suceder. Es la ilusión de escribir esa novela que es cada biografía, con aventuras interesantes, desafíos dignos, y desenlace incierto. Acaso emigrar es enamorarse del futuro.

La prognosis demográfica, ¿podrá decirnos cuántos ciudadanos se irán en 2008? ¿Terminará siendo cierta aquella profecía, el último que se vaya que apague la luz? Dicho en román paladino: hay países en los que la institución más prestigiosa es el Aeropuerto Internacional.