Cómo convencer, persuadir y disuadir en la era de las emociones
La importancia de la racionalidad y del arte retórico para la calidad de la democracia
En política, la retórica de la persuasión y de la disuasión que apela a nuestro fondo emocional resulta inevitable. Para aumentar la calidad democrática, los profesionales de la política y de los medios de comunicación deberían prestar más atención no sólo a su competencia técnica y a la lógica, sino también al análisis de la retórica clásica que conectaba la racionalidad al arte de la persuasión, y contribuía a discriminar entre buenos y malos argumentos, dice el autor.
(Desde Barcelona) POCOS ACTORES POLÍTICOS EN EL MUNDO prestan hoy atención a la retórica, al arte clásico de la persuasión y disuasión pública a través del lenguaje.Teniendo en cuenta, sin embargo, que la práctica política, especialmente en las democracias globalizadas y mediáticas actuales, viene siempre asociada a discursos que buscan legitimación, esta falta de atención parece sorprendente.
Una razón de esta ausencia está en la actitud desconfiada que las concepciones racionalistas modernas han tenido hacia la retórica, asociándola muchas veces, simplemente, con la manipulación, la superficialidad y el engaño.
NO ES LO MISMO RETÓRICA QUE DEMAGOGIA
Desde los tiempos de Hobbes y de los inicios del liberalismo político (s. XVII) esta sospecha antiretórica devino casi un dogma de la teoría política moderna. «Ya en la época de los sofistas clásicos, Gorgias sostuvo que el carácter persuasivo de la lógica resultaba limitado en las acciones humanas» Se construyó la ficción de que en la moralidad y en los procesos de legitimación política no se trataba de persuadir o de disuadir a los ciudadanos o a otros actores políticos, sino de convencer a través del mejor argumento, a partir de información verídica, conocimiento científico, valores universales e intereses particulares.
Apelar a las emociones y al uso técnico del lenguaje para conseguir determinados fines se asociaba a la manipulación y a la demagogia políticas. Sin embargo, teóricos como Aristóteles o Cicerón ya distinguieron hace tiempo entre retórica y demagogia. Hoy esta distinción casi se ha olvidado. El resultado es un empobrecimiento de la reflexión sobre el uso del lenguaje en política, y una pérdida de la conexión que existe entre las emociones y la racionalidad humanas.
«El riesgo práctico de la lógica reside en no prestar atención a los componentes emocionales que están en la base de las acciones humanas» Ya en la época de los sofistas clásicos, Gorgias sostuvo que el carácter persuasivo de la lógica resultaba limitado en las acciones humanas. Mientras que los racionalistas creían que el convencimiento sobre una cuestión se establecía a través del razonamiento, Gorgias sugería que más bien se basaba en el poder de las palabras empleadas en dicho razonamiento. Unas mismas razones expresadas con otras palabras suelen cambiar el grado de persuasión del argumento. Es lo que normalmente se caracteriza como el hechizo que provocan en la mente de los humanos unas palabras que nunca son neutras en términos emotivos (algo en lo que posteriormente insistirían Nietzsche y Wittgenstein).
La lógica es un recurso imprescindible en el momento de hacer teorías científicas, morales o políticas, pero su riesgo práctico está en no prestar atención a los componentes emocionales que están en la base de las acciones humanas y del uso de la misma razón. Se trata de una base heredada por nuestros cerebros a través de milenios de evolución.
LAS EMOCIONES
D. Hume y A. Smith destacaron hace más dos siglos el fondo emocional de la moralidad humana. «Las emociones también se reflejan en la importancia de la competitividad/cooperación, de la empatía y de la reciprocidad en el comportamiento humano» Las neurociencias actuales muestran como las partes que están activas en nuestro cerebro cuando tomamos decisiones en las que están implicadas las emociones propias y las ajenas son distintas a las que se activan cuando tomamos decisiones más impersonales, más racionales. Las primeras activan componentes muy antiguos de nuestro cerebro (anteriores a la existencia de los mamíferos en el planeta).
La evolución nos ha preparado mucho más para este tipo de decisiones que para las de carácter racional. Los sentimientos pueden refinarse a través del contexto cultural y de la educación, pero su emotividad de base seguirá estando presente en nuestras respuestas prácticas (cuando intuitivamente rechazamos, por ejemplo, que se le extirpen cuatro órganos vitales a una persona sana a pesar de que ello podría salvar la vida de otras cuatro personas).
«Lo que nos ha facilitado llegar hasta aquí como especie es también lo que nos impide avanzar rápido hacia sociedades más evolucionadas» Las emociones también se reflejan en la importancia de la competitividad/cooperación, de la empatía y de la reciprocidad en el comportamiento humano que nos muestran la etología y la primatología actuales.
Estos tres elementos básicos de la moralidad humana son también evolutivamente antiguos. La razón ha venido después. Mucho después. Y se nos nota, para bien y para mal. Recordemos que la racionalidad puede emplearse tanto para disminuir el dolor como para la maximización del odio y de la venganza. Y hoy sabemos, especialmente tras las experiencias del siglo XX, que cuando algunos se han empeñado en construir paraísos racionales, más bien han creado pesadillas infernales (ya sean de derechas o de izquierdas).
Ello no es fruto de que la teoría era correcta pero se ha aplicado mal. El tema es más profundo, en un sentido histórico, evolutivo, del término.
RETÓRICA PARA UNA DEMOCRACIA DE CALIDAD
El progreso moral y político es lento. Lo que nos ha facilitado llegar hasta aquí como especie, el fondo natural que conforma los circuitos integrados con los que nacemos, es también lo que muchas veces nos impide avanzar rápido hacia sociedades moral y políticamente más evolucionadas.
En política, la retórica de la persuasión y de la disuasión que apela a nuestro fondo emocional resulta inevitable. Creo que para aumentar la calidad democrática, los profesionales de la política y de los medios de comunicación deberían prestar más atención no sólo a su competencia técnica y a la lógica, sino también al análisis de la retórica clásica que conectaba la racionalidad al arte de la persuasión, y contribuía a discriminar entre buenos y malos argumentos.
Ello ayudaría a razonar mejor, y a descubrir y prevenir las demagogias populistas y los engaños mediáticos que se encuentran presentes en los discursos cada vez más simples, efímeros y fragmentados de nuestras democracias.
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