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Tememos perder lo que tenemos, lo que hemos logrado como realización propia y familiar. Tememos la caída en la pobreza o en la indigencia, la irrupción de un mundo desconocido y sin precedentes referenciales, cuya sola insinuación se torna insoportable. ¿Cómo superarlo?

(Desde Montevideo) POR SU CONDICIÓN TEMPORAL, el hombre está destinado a transitar entre el pasado, el presente y el futuro. El sentido y significado de la vida depende del predominio de estas etapas en cada persona, y marca el tono existencial de cada quien.

El carácter irreversible del pasado, la fugacidad intensa y vivenciada del presente, y la expectativa de un futuro incierto, todos ellos, son concienciados únicamente en el presente.

«El futuro nos aparece como la única salida para nuestros proyectos, sueños y esperanzas» El pasado, gracias a la memoria, es vivido como recuerdo, en el presente. El futuro es imaginado, en el presente. Y el presente, pese a su incontenible vertiginosidad, es sentido y vivenciado, en el presente.

La fuerza existencial hacia lo aún no vivido es irresistible. Si miramos hacia atrás, sentimos una frustrante sensación de lo que ya fue, y que no retornará tal como fue. La inasible prisa del presente nos acucia. Sin embargo, pocas veces reflexionamos sobre su importancia. Es el único escenario donde palpita la existencia, donde la vida nos fluye realmente, donde sentimos que estamos vivos, donde puede darse nuestro contacto con lo intemporal, y donde vivenciamos la conexión con el pasado y con el porvenir.

En este contexto, el futuro nos aparece como la única salida para nuestros proyectos, sueños y esperanzas.

EL FUTURO TIENE ROSTRO DE RIESGO Y DE SORPRESA

Sin embargo, no podemos evitar la desazón y el temor por no poder saber si efectivamente el futuro llegará (para convertirse entonces en otro presente), y si llegará, no sabemos en verdad cómo habrá de ser.

«La angustia existencial es un estado de ánimo que se instala en el alma, sacude sus cimientos, y llega a cuestionar el sentido mismo de la existencia» Por tanto, futuro es posibilidad. Incertidumbre. Tiene rostro de riesgo y de sorpresa. Pero, aun así, el hombre se desespera y se aferra a la tentación de predecir cómo será. La historia está llena de augures….

Cuando el presente es tranquilo, vislumbramos el futuro como un horizonte despejado y viable. Cuando el presente es duro y sacude los cimientos de la relativa seguridad a la que podemos aspirar los humanos, el futuro nos atemoriza y puede provocarnos miedo… o pánico. Se acentúa entonces la angustia por tratar de saber de antemano cómo será y que nos habrá de deparar.

Nos estamos refiriendo a la angustia existencial, sobre la que reflexionaron filósofos de todos los tiempos, y particularmente los pensadores existencialistas del siglo veinte. Es un estado de ánimo que se instala en el alma, sacude sus cimientos, y llega a cuestionar el sentido mismo de la existencia.

 LO DESCONOCIDO

A veces, el miedo al futuro está ligado a la propia persona. Otras, a su relación con los seres cercanos. «La tecnología nos aporta infinidad de beneficios. Nos exige también que la sepamos usar para obtener mayores resultados»

Pero hay también un miedo vinculado a la naturaleza, a la sociedad, a las crisis políticas y económicas, a la agresividad crecientemente invasiva y a la violencia descontrolada, a los fundamentalismos apocalípticos religiosos e ideológicos, a la falta de adaptación a los veloces cambios y transformaciones del mundo que nos toca vivir, a un contorno, en fin, que parece más una amenaza que una promesa.

Se teme perder lo que se tiene, lo que se ha logrado como realización propia y familiar. Se teme la caída en la pobreza o en la indigencia, la irrupción de un mundo desconocido y sin precedentes referenciales, cuya sola insinuación se torna insoportable.

El mundo globalizado del que formamos parte, tiene por lo menos dos rostros. Uno, aparece como auspiciosas perspectivas y evidencias ya reales de un bienestar, antes inimaginable, y una secuela de inusitadas oportunidades de planes desafiantes, pero atractivos. El otro, nos acerca a abismos casi inevitables, que pueden arrastrarnos a todos.

EL IMPACTO TECNOLÓGICO EN NUESTRAS VIDAS

La tecnología nos aporta infinidad de beneficios. «La tecnología descontrolada acaba por embriagar. Puede terminar colocándonos a su servicio, en lugar de servirnos» Nos exige también que la sepamos usar para obtener mayores resultados.

Pero no nos enseña a asumirla en su gravitación existencial y cualitativa. No hay una sabiduría tecnológica que nos ayude a comprender hacía dónde nos conduce, y cuáles son sus metas últimas. Causa una transformación poderosa de nuestras vidas. Nos sumerge en un mundo predominantemente tecnológico. Pero es indiferente, amoral, y no se compromete en esclarecernos nuestras raíces y el significado de la condición humana.

Nos absorbe tanto en su perentoriedad, que si no estamos alertas y preparados espiritualmente, «Asisitimos a una sucesión en aumento y expansión de crisis de todo tipo»puede llegar a eclipsar nuestro acceso a la trascendencia, esto es, al mundo de los valores y de las respuestas fundamentales.

La tecnología descontrolada acaba por embriagar. Puede terminar colocándonos a su servicio, en lugar de servirnos. Puede hacernos cambiar la escala de preferencias, llevándonos a postergar o cancelar las áreas cualitativas, las cuales dan verdadero significado a la razón de ser y a comprender el puesto del hombre en el universo.

CONOCIMIENTO NO ES LO MISMO QUE SABIDURÍA

En «Si el hombre sigue creyendo que es el ser más poderoso del planeta, y hasta del universo, puede ahogarse en su soberbia» los últimos tiempos asistimos a una sucesión en aumento y expansión de crisis de todo tipo. Una escalada de miedos entrelazados. Las esferas humanas de poder parecen impotentes para frenar esta sucesión de crisis, que todo lo van abarcando.

¿Cómo enfrentar o atenuar este miedo? ¿Hay acaso fórmulas que, pese a haber logrado algunos resultados en otros tiempos sean aplicables a este tremendo ahora? ¿Quién puede responder a estas preguntas? Las respuestas no parecen divisarse como marquesinas que iluminan.

Parece evidente que estamos asistiendo a la desaparición de unos tiempos y al surgimiento de otros. «Se trata de lograr que la presencia humana en el cosmos sea asumida con humildad, clarividencia y trascendencia»

Si el hombre sigue creyendo que es el ser más poderoso del planeta, y hasta del universo, puede ahogarse en su soberbia. El incremento del conocimiento no va acompañado del crecimiento de la sabiduría. La acumulación de informaciones no conduce necesariamente a la vigencia del saber. Por su propia esencia, la sabiduría es humilde, reconoce sus limitaciones.

Son tiempos propicios para el surgimiento de mesianismos de toda naturaleza, aprovechando el clima de miedo y desesperanza. Pero, esta clase de modernos redentores agregarán nuevas decepciones.

NO HAY FÓRMULAS MÁGICAS

No se trata de salvar lo que se pueda, o a quienes puedan. Se trata de lograr que la presencia humana en el cosmos sea asumida con humildad, clarividencia y sentido de trascendencia. La comunidad interhumana debe dejar espacio a la convivencia fraternal, respetuosa, responsable y espiritual. El clima de tolerancia compartida, donde el otro sea realmente nuestro prójimo, y donde nos reencontremos con nosotros mismos, abrirá nuevas perspectivas y aportará renovadas actitudes. «Si seguimos creyendo que las respuestas vendrán a nosotros desde afuera, habremos de ahondar las crisis»

Las respuestas no están ya prefabricadas. Nadie las tiene por sí solo. Podemos sí adoptar una nueva postura existencial, que sólo será posible si dejamos renacer el espíritu adecuado a estos tiempos. Hace falta un nuevo espacio de silencio trascendente, para poder escuchar las voces que pronuncien las respuestas que necesitamos, voces ahogadas hoy por la estridencia de una modernidad caótica y con falsas orientaciones.

Las voces que podremos oír serán nuevos mensajes. Precisamos alentar la esperanza y estar preparados a comprometernos. Me refiero a un compromiso personal e intransferible.

Si seguimos creyendo que las respuestas vendrán a nosotros desde afuera, que hay fórmulas mágicas que nos serán obsequiadas como regalos que nos merecemos, que en tiempos razonables pasaremos de la crisis a la bonanza como por arte de magia, habremos de ahondar las crisis.

ASUMIR LA RESPONSABILIDAD DE CADA UNO

La verdadera transformación pensamos que puede provenir desde afuera y desde adentro, del mundo íntimo de cada uno de nosotros. Sin voluntad de cambio propio, no podrá llegar el cambio verdadero. No podemos seguir considerándonos víctimas y acusadores. ¿Nos preguntamos con autenticidad sobre la cuota de responsabilidad que nos cabe a cada uno de nosotros por todo cuanto ocurre?

Ni los éxitos ni las crisis son permanentes. Cada uno tiene su parte, por pequeña que sea, para que se prolonguen aquéllos y se reduzcan éstas. No existe ni existirá el paraíso terrenal. Pero nosotros podemos contribuir a mejorar la calidad de nuestro mundo, de nuestras vidas y del horizonte humano del hombre.