mundoxxi.jpgEl siglo XXI ha traído un panorama muy distinto al del optimismo feliz de los años noventa del siglo pasado; se trata de una nueva fase de redistribución del poder donde existen ya puntos de posibles conflictos entre las potencias hegemónicas.

(Desde Barcelona) COMO ES SABIDO, EL SIGLO XX ha sido un período de grandes contrastes. Por un lado, es el siglo de la extensión de la democracia, de los Estados de bienestar, de la formación de la Unión Europea, de un gran desarrollo científico y tecnológico, del inicio de la emancipación de las mujeres y de algunas minorías, etc. Por otro lado, es el siglo de los sistemas totalitarios –nazismo, fascismo y comunismo–, de dos atroces guerras mundiales, además del período que ha visto la eclosión de nuevas enfermedades, una importante degradación medioambiental, la internacionalización a gran escala del crimen organizado, etcétera.

El colapso de los Estados socialistas del este europeo a finales de siglo XX propició una percepción optimista sobre el futuro de las relaciones internacionales por parte de los países occidentales. Tras el período de la guerra fría tendió a pensarse mayoritariamente que el establecimiento de unas relaciones pacíficas resultaba no solo un fenómeno conveniente sino algo muy probable. «Algunos autores incluso se atrevían a manifestar que con el triunfo del capitalismo y de las democracias liberales, la historia había terminado»

Los años 90 parecían confirmar esta situación. De la política de bloques se había pasado en pocos años a un mundo con una superpotencia americana hegemónica, en el que los antiguos estados comunistas, incluida una Rusia debilitada, iniciaban transiciones hacia sistemas políticos liberal-democráticos y hacia economías de mercado. China seguía siendo comunista, pero también había iniciado su transición hacia el capitalismo y era, además, un país atrasado. Al igual que hacían buena parte de los ilustrados del siglo XVIII (Montesquieu, Condorcet) se entendía, por un lado, que el desarrollo traería la democracia; por otro, que la imbricación económica entre los Estados conllevaría unas relaciones internacionales más consensuales. La economía pacificaría la política. Los distintos países, se decía, irían adoptando el modelo occidental. Algunos autores incluso se atrevían a manifestar que con el triunfo del capitalismo y de las democracias liberales, la historia había terminado.

TODO, MENOS UN FINAL DE LA HISTORIA

Las etapas percibidas como optimistas son proclives al economicismo. Pero es sabido que los conflictos entre potencias no se basan siempre en motivos económicos. Intervienen también factores relacionados con la seguridad, el prestigio y la hegemonía en términos de poder. Nada menos que desde los tiempos del neolítico sabemos que esto es así. Tucídides, Hobbes y Hegel lo dijeron de distintas maneras y de forma inequívoca cuando analizaron las guerras entre Estados. El progreso casi nunca es lineal. La geoestrategia y el status cuentan. Pero muchos optimistas tienden a olvidarlo. Bastantes homo sapiens son en esto bastante tontos.«La imagen final es la de un mundo con una superpotencia americana –que ya no puede actuar como líder global –, junto a un conjunto de poderes regionales dotados de sus propios valores»

El siglo XXI nos ha traído un panorama distinto al de los optimistas. De hecho estamos entrando en un nuevo estadio de las relaciones internacionales, en una nueva fase de redistribución del poder. Rusia, de la mano de Putin, parece decidida a recobrar parte de su anterior hegemonía internacional, convirtiéndose en un importante poder regional a través de una involución interna, de un renovado nacionalismo de estado y de una recentralización de los procesos de decisión. China ha venido consolidando un crecimiento económico sin precedentes y un eficaz desarrollo tecnológico que le otorga un creciente papel en el tablero de Asia oriental y central. Además, su influencia se está expandiendo por África con rapidez. La Unión Europea ha consolidado parte de sus aspiraciones (paz interna, integración económica), pero no ha resuelto su falta de consistencia y de energía como actor político global.

También han aparecido un conjunto de potencias emergentes (Brasil, India, etcétera), con las que casi no se contaba hace pocos años, que buscan su sitio y sus propias estrategias en el concierto mundial. La imagen final es la de un mundo con una superpotencia americana –que sin embargo ya no puede actuar como líder global como a veces pretende–, junto a un conjunto de poderes regionales dotados de sus propios valores, objetivos, estrategias e identidades. Básicamente, Rusia, China, la Unión Europea, India, Oriente Medio, Indonesia y Brasil, que encabezan un complicado puzzle de interrelaciones unas veces conflictivas y otras cooperativas irreducible a cualquier ensoñación sobre el final de la historia.

CONFLICTOS POSIBLES

Este cambio de panorama modifica las expectativas. «El reforzamiento de las instituciones y procesos internacionales debe partir de cómo el mundo es, no de cómo quisiéramos que fuera» La política de Estados Unidos y de la Unión Europea no puede ser la misma, por ejemplo, si Rusia quiere o no integrarse en las estructuras occidentales. Rusia sigue siendo una muy importante potencia militar y energética. Si sus prioridades, como parece, se dirigen a establecerse como potencia regional -como mínimo respecto al Caúcaso y al Asia central-, situar las fronteras de la OTAN junto a Rusia no podrá ser leído más que como una agresión al status quo (léase Georgia). La UE se juega aquí cosas básicas.

Existen ya puntos claros de posibles conflictos entre las potencias hegemónicas: Taiwán (China-Estados Unidos/Japón); Caúcaso-Ucrania-Balcanes (UE/Estados Unidos-Rusia); Pakistán y Myanmar (India-China); Oriente Medio; Irán; etcétera. Muchas veces la tendencia de las potencias occidentales es presentarse en los conflictos a la vez como parte y como juez. Una actitud poco recomendable cuando la labor de juez resulta simplemente auto-otorgada frente a países que no pueden reconocérselo por mera dignidad propia, y que controlan fuentes de energía, tecnología punta y armas nucleares.

El reforzamiento de las instituciones y procesos internacionales (horizonte 2020) debe partir de cómo el mundo es, no de cómo quisiéramos que fuera.