raulalfonsin.jpgRaúl Alfonsín fue el primer presidente de Argentina elegido por el pueblo luego de la feroz dictadura militar (1976-1983), impulsor de los juicios contra los ex comandantes de las Juntas Militares y el Informe Nunca Más, de la paz con Chile y los acuerdos con Brasil y la integración regional en el Mercosur.


(Desde Buenos Aires) LA MUERTE DE RAÚL RICARDO ALFONSÍN deja a Argentina y a América latina un poco más huérfana de estadistas, aquella categoría política superior a la que pocos dirigentes de este país y esta región han llegado a acceder en los tiempos contemporáneos. Ultimo representante de una estirpe en extinción, la del políticio de raza, caudillo de las tribunas, cultor del arte de la palabra, el argumento y la elocuencia del lenguaje antes que la diatriba y el denuesto, sumergido en las batallas cívicas contra el atropello y la arbirtrariedad, por el convencimiento, la pedagogía del ejercicio de la democracia desde las bases de la sociedad en la lucha por los derechos y la búsqueda permanente de comunes denominadores.

«La política práctica, las tareas de gobierno y las responsabilidades públicas no lo alejaron nunca del mundo de las ideas, de los valores y los principios»Tuvo, además, otros singulares atributos este hombre que piloteó la transición a la democracia en Argentina, el primer presidente elegido por el pueblo luego de la feroz dictadura del Proceso, impulsor de los juicios contra los ex comandantes de las Juntas Militares y el Informe Nunca Más de la Conadep, de la paz con Chile y los acuerdos con Brasil y la integración regional en el Mercosur.

EL POLÍTICO Y EL INTELECTUAL

La política práctica, las tareas de gobierno y las responsabilidades públicas no lo alejaron nunca del mundo de las ideas, de los valores y los principios. Tampoco lo alejaron de una honestidad personal e intelectual reconocida por todos, quienes lo seguían y quienes lo criticaban. La coyuntura no le hizo perder la búsqueda permanente de una comprensión de los procesos históricos. El político, solía decir, no debe ser un seguidor de encuestas, debe saber adelantarse a las opiniones y estados de ánimo de la sociedad.

«En ese panteón latinoamericano de la gran epopeya civilista que significó terminar con las dictaduras militares ingresa ahora Raúl Ricardo Alfonsín»No dejó de leer, escribir y pensar, incursionando en los grandes debates intelectuales y teóricos sobre la democracia, la relación entre la libertad y la igualdad, los desafíos del desarrollo y la globalización. Ya en sus últimos años, escribió un libro, Fundamentos de la República Democrática, en el que plantea una revisión crítica de las diferentes teorías y doctrinas filosóficas, teóricas y jurídico-políticas acerca de la naturaleza del Estado y sus distintas evoluciones desde la perspectiva de los procesos de democratización contemporáneos y latinoamericanos. Tras dejar la presidencia, ya había escrito otros dos libros en esa línea de ideas y valores: Democracia y consenso, y Memoria política, en los que buscó explicar el sentido de sus acciones y decisiones en materia de derechos humanos y la reforma constitucional.

CÓMO SUPERAR ANTAGONISMOS IRREDUCTIBLES

Raúl Alfonsín fue desde el principio hasta el final un hombre de partido, líder de la fuerza política más antigua de la Argentina, la Unión Cívica Radical. Pero fue también y sobre todas las cosas un político que sentía el pulso de esas dos Argentinas que siempre pelearon: la superficial y la profunda, peronistas y radicales, izquierdas y derechas. Concebía, por eso, que la mayor tarea a realizar era la de superar los antagonismos irreductibles y contener las diferencias en un marco de consensos mayores.

Tal vez por eso, las grandes frustraciones que también dejaron huellas en su vasta trayectoria, las que signaron los fracasos en su gestión de gobierno, y luego las derrotas y sangrías de su partido, el radicalismo, fueron proprocionales al tamaño de sus empeños y utopías.

En su última aparición pública, al inaugurarse el busto de su persona en el salón de los presidentes en la Casa de Gobierno, en octubre de 2008, dejó una reflexión que sintetiza su pensamiento y su testamento político:

«Sólo la enfermedad que, en su inexorable marcha, lo fue alejando en los últimos tiempos de un paisaje político que, de todos modos, le resultaba ya cada vez más ajeno y difícil de entender»«Un gran pensador que hemos seguido, Norberto Bobbio, escribió en su libro De Senectute: ‘somos también lo que elegimos recordar’. Toda mi actividad política buscó fortalecer la autonomía de las instituciones democráticas y fortalecer le gobierno de la ley, para que la ley y el Estado de Derecho estuvieran separados de cualquier personalismo. Nuestro país tuvo un talón de Aquiles: no podíamos garantizar la alternancia democrática del gobierno. El objetivo de toda mi vida ha sido que los hombres y mujeres que habitamos este suelo podamos vivir, amar, trabajar y morir en democracia. Para ello era y es necesario que además de instituciones democráticas haya demócratas, porque sólo así las instituciones democráticas pueden sobrevivir a sus gobernantes.

Y lo bueno de las instituciones democráticas es que no necesitan efigies que las presidan, ni estatuas que les den su investidura. Pero si en algún rincón de sus edificios públicos es posible evocar a aquellos hombres y mujeres que las han presidido o que contribuyeron a defenderlas y ponerlas en movimiento al servicio de la sociedad, bienvenido sea».

UN LUCHADOR INCANSABLE

Ninguna adversidad podía detenerlo. Sólo la enfermedad que, en su inexorable marcha, lo fue alejando en los últimos tiempos de un paisaje político que, de todos modos, le resultaba ya cada vez más ajeno y difícil de entender.

La extraordinario manifestación ciudadana durante sus honras fúnebres, velado con los honores de presidente en ejercicio en el Congreso Nacional y despedido con un multitudinario cortejo, que lo acompañó hasta su última morada, se transformó en un postrero mensaje que deja hacia el porvenir. Un bálsamo momentáneo que serenó las aguas de la encrespada política electoral en el país de kirchneristas y antikirchneristas, versión actual de otras tantas antinomias pasajeras y forzadas del pasado.

«Finalmente, el luchador incansable, descansa en paz. Y deja un enorme legado»Al cabo de este breve recordatorio a manera de merecido homenaje cabe rectificar el comienzo de esta nota. Las nuevas democracias de América latina que echaron a andar hace tres décadas tuvieron y tienen sus estadistas. Y tienen ya su galería de próceres: Tancredo Neves, Hernán Siles Suazo, Wilson Ferreira Aldunate, Fernando Belaúnde Terry. En ese panteón latinoamericano de la gran epopeya civilista que significó terminar con las dictaduras militares ingresa ahora Raúl Ricardo Alfonsín. Finalmente, el luchador incansable, descansa en paz. Y deja un enorme legado.