argentinaalfonsin.jpgMi recuerdo personal del ex presidente se remonta a 1991. Hoy, casi dos décadas mas tarde, con muchas menos certezas y muy lejos del país, rindo tributo a ese luchador incansable. Se ha ido el hombre, perdura su entrega sin límites y el reconocimiento sincero del pueblo argentino.

(Desde Washington) PARA QUIENES VIVIMOS la transición a la democracia en la Argentina, Raúl Alfonsín (1927-2009) ocupa siempre un lugar central, incuestionable.

«Comprometido; visceral, combativo, en ocasiones irascible; sencillo; enemigo de las autocríticas; inspirador; honesto; perseverante; ideológicamente rígido; valiente; cáustico e inflexible»El ex mandatario fue un protagonista de primer orden de ese gran salto colectivo en busca de «la Republica perdida». Y, como a tantos argentinos, su desaparición física me impacta a pesar de haber seguido desde la distancia los avatares que una quebrantada salud le impuso en el tramo final de su vida. Ello me lleva a reflexionar sobre el hombre y el momento histórico que vivió.

Siento respeto por quien dedicara su vida a luchar por el avance democrático del país. Sin embargo, debo admitir que he disentido profundamente con muchas de sus iniciativas y decisiones políticas. Y mantengo aun una mirada crítica sobre su gestión al frente del ejecutivo (1983-1989) y muchas de sus posiciones en el período post-presidencial.

TIEMPO Y CIRCUNSTANCIA

No obstante, «respeto» y «critica» pueden coexistir sin dificultad. Solo en aquellas sociedades menos evolucionadas se exige una veneración incondicional, sin fisuras, que no deja espacio alguno para diferencias.

Históricamente, en nuestras latitudes hemos sometidos en vida a nuestros hombres públicos al escrutinio mas implacable, haciéndolos blanco de criticas devastadores. Con frecuencia, hemos olvidado las enormes limitaciones impuestas por circunstancias y tiempos.

«Alfonsín vivía en carne propia el enorme rechazo que su imagen cosechaba en amplios sectores de la opinión pública»Los ex presidentes Arturo Umberto Illia y Arturo Frondizi, constituyen dos claros ejemplos de ese patrón histórico. Tras la muerte, el sentir popular los recupera, ingresándolos en panteones donde se magnifican sus trayectorias. Y al magnificarlas, se distorsionan sus verdaderas contribuciones. Bajo el manto de panegíricos innecesarios maquillamos limitaciones, ocultamos errores e incluso barremos bajo la alfombra aquellos fracasos que jalonan indefectiblemente toda vida política. Sin embargo, los grandes hombres públicos no necesitan de maquillajes póstumos. Sus luchas (incluso aquellas inconclusas), pasiones, enconos y aun «batallas perdidas» los revelan como seres de carne y hueso, terrenales.

SIN RELEVO

A mi juicio, Raúl Alfonsín es una de esas grandes figuras: comprometido; visceral, combativo, en ocasiones irascible; sencillo; enemigo de las autocríticas; inspirador; honesto; perseverante; ideológicamente rígido; valiente; cáustico e inflexible. De ese repertorio, emerge con fuerza un líder complejo de los que irrumpen en la arena política muy de tanto en tanto. Y que ahora parte, sin dejar relevo.

Mi recuerdo personal del ex presidente se remonta a 1991. Argentina tenía aun muy fresco el estrepitoso final de su presidencia y la entrega anticipada del poder al mandatario entrante, Carlos Menem. Caía la tarde en el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical, y Alfonsín recibía a este grupo de jóvenes políticos de distintas corrientes ideológicas convocadas por la Fundación Universitaria del Río de la Plata para participar de un «dialogo abierto». Desde un sillón amplio, anclado a un costado de la sala, el ex presidente proyectaba la imagen de un abuelo bonachón. Desde lejos, parecía acariciar ese retiro prematuro, forzado, profundamente ingrato.

«Sus respuestas jugosas, cargadas de relatos personales, otras cortantes y por momentos desafiantes, dejaban en claro que este león de la democracia rioplatense estaba vivo»A medida que las preguntas comenzaron a adoptar un cariz critico, esa imagen inicial se vio disipada. El abuelo bonachón fue dando paso a un político aguerrido, cuya visión de país estaba intacta. Estábamos ante un «evangelizador» esperando el momento oportuno para volver a pregonar la «buena nueva». Sus respuestas jugosas, cargadas de relatos personales, otras cortantes y por momentos desafiantes (reservadas para quienes proveníamos del centro-derecha liberal), dejaban en claro que este león de la democracia rioplatense estaba vivo. Y dispuesto a seguir dando pelea.

FASCINACIÓN ABSOLUTA

Esa tarde, Alfonsín vivía en carne propia el enorme rechazo que su imagen cosechaba en amplios sectores de la opinión pública. Sin embargo, rehusaba refugiarse en las cómodas profundidades de los libros de historia. Desde la eterna casa de la calle Tucumán, el hombre de Chascomús tampoco podía (y acaso, no debía entonces) embarcarse en excursiones autocríticas. ¿Por qué hacerlo? El desmantelamiento brutal de su proyecto histórico lo obligaba a sostener las últimas líneas de defensa. Y esa tarde, estábamos precisamente en las trincheras.

«Dotado de las certezas que me brindaban mi edad y militancia liberal, fui ingenuamente a escuchar hablar de errores de gestión, o de la necesidad de hacer ajustes drásticos al modelo»

Al concluir la reunión, me sentí contrariado, frustrado. Había sido testigo de la fascinación absoluta (para mi incomprensible) que el Mitterrand criollo ejercía sobre sus jóvenes correligionarios. Yo no podía, ni quería entonces entender porque se negaba a arriar bandera. Alfonsín seguía liderando a sus huestes. Dotado de las «certezas» que me brindaban mi edad y militancia liberal, fui ingenuamente a escuchar hablar de errores de gestión, o de la necesidad de hacer ajustes drásticos «al modelo».

«Asistí en cambio a una presentación formidable del exponente máximo de la socialdemocracia nativa»¿Esperaba acaso a un mea culpa amplio, generoso, omnicomprensivo?

Asistí en cambio a una presentación formidable del exponente máximo de la socialdemocracia nativa. Y comprobaba así, que no todo estaba dicho con Raúl Alfonsín. Dos décadas mas tarde, con muchas menos certezas y muy lejos del país, rindo tributo a ese luchador incansable. Se ha ido el hombre, perdura su entrega sin límites y el reconocimiento sincero de un pueblo.