Democracia liberal y emancipación
Cualquier reformulación actual de los sistemas políticos democráticos parte de los postulados normativos y los principios organizativos de la tradición liberal. Ello no quita, sin embargo, que resulte conveniente señalar las sombras, algunas importantes, que desde la perspectiva de la emancipación presiden dicha tradición.
Nunca se insistirá bastante en el carácter emancipador que supuso la «revolución política liberal» y sus valores de libertad, igualdad y dignidad. De hecho, la ruptura liberal, posteriormente complementada con las fases democrática y social, ha sido la más importante de todo el mundo político contemporáneo. A través de ella se han ido estableciendo y desarrollando los estados de derecho occidentales. Cualquier reformulación actual de los sistemas políticos democráticos parte de los postulados normativos y los principios organizativos de la tradición liberal. Ello no quita, sin embargo, que resulte conveniente señalar las sombras, algunas importantes, que desde la perspectiva de la emancipación presiden dicha tradición. Ser conscientes de las sombras permite enfocar mejor el paisaje. Y facilita el que la propia concepción liberal, hoy liberal-democrática, «mejore» sus propios postulados, sus prácticas y sus instituciones.
Como es sabido, el liberalismo político clásico fue, fundamentalmente, una teoría del estado. Una teoría que establece la conveniencia de un «estado limitado» capaz tanto de garantizar ciertos derechos de ciudadanía, como de evitar el uso arbitrario del poder –independientemente de que lo detente una persona, un partido o una asamblea. En contraste con la realidad jerárquica, desigualitaria y estamental del Antiguo Régimen, se entendía que los individuos, considerados en abstracto como «libres e iguales», debían moverse en dos ámbitos claramente diferenciados y dotados de sus propias reglas: el ámbito privado y el ámbito público.
Sin embargo, en la práctica, los estados liberal-democráticos excluyeron durante décadas muchas “voces” de la sociedad (los no propietarios, las mujeres, las minorías nacionales, las minorías étnicas o indígenas, etc). Los “libres e iguales” en la práctica eran unos pocos individuos. La mayoría de las corrientes liberales marginaron, también en la teoría, buena parte de las características deferenciadoras por las que los individuos nos «reconocemos» a nosotros mismos y reconocemos a los demás. Este es el caso de las diferencias nacionales y culturales que no coinciden con las de la «nación» que todo estado intenta crear desde sus instituciones. De hecho, todos los estados, incluidos los liberal-democráticos, han sido y siguen siendo entidades “nacionalistas”. Todos tratan de construir una nación al máximo de homogénea en términos nacionales.
Según la aproximación liberal estandar, el reconocimiento de unos derechos individuales de ciudadanía, que se pretenden “neutros” respecto a las identidades “privadas”, es el único que se concibe compatible con una organización liberal-democrática en la esfera pública. Y haremos bien en desconfiar, se nos dice además, de unos pretendidos «derechos colectivos»: los derechos son sólo individuales. Pero al lado de los derechos individuales de ciudadanía, en la práctica las instituciones liberal-democráticas han introducido toda una serie de derechos colectivos específicos, que conforman identidades y que afectan a los derechos individuales. En contra de lo que a veces se sostiene, los derechos e instituciones impulsados por los estados democráticos nunca ha sido «neutrales» desde el punto de vista cultural. Para algunas colectividades minoritarias (nacionales, étnicas, lingüísticas, religiosas, etc) el precio a pagar en la práctica por una ciudadanía ha sido y sigue siendo el de su desigualdad y marginación. El resultado es que a unos individuos les resulta “más caro” que a otros, en términos de identidad, ser ciudadanos de un mismo estado.
Pero la realidad suele ser más tozuda que las teorías que pretenden regularla. Uno de los aspectos que comporta la revisión del liberalismo democrático actual es, precisamente, la profundización de lo que debe entenderse por «neutralidad» liberal y por una «moral de mínimos» que resulte adecuada a las realidades políticas presididas por un elevado componente de pluralismo nacional y cultural. En este sentido, su objetivo no es tanto cambiar lo que vemos, las democracias liberales, sino cómo lo vemos, con el fin de transformarlo, de mejorarlo. Se trata de una revisión que comporta una cambio de mirada con el fin de mejorar la calidad ética e institucional de las democracias. De lo que se trata no es de romper con los derechos y con los principios organizativos del liberalismo democrático. O de terminar con lo que algunos (Walzer) han denominado su «arte de la separación», sino, precisamente, lo que se trata es de realizar aquellos principios y valores en un sentido más radical y plural que lo que hacen las versiones uniformadoras y estrechamente individualistas y estatalistas del liberalismo político tradicional.
En otras palabras y en definitiva, de lo que se trata es de «mejorar» tanto los valores liberales clásicos de libertad y dignidad individuales -de manera que incluyan las diferencias colectivas que conforman la individualidad, como el valor del pluralismo entendido desde la premisa de que la diversidad constituye una realidad valiosa en sí misma, y no, como a veces se postula, como una realidad fáctica que debe regularse con el fin de tener una mejor «convivencia» práctica, pero que tanto mejor fuera que no existiese. Las democracias liberales significan siempre una apuesta por profundizar en la emancipación de los individuos. En este sentido son siempre un proyecto inacabado. Afortunadamente.
Publicado por:
Ernesto Alvarez
fecha: 14 | 09 | 2009
hora: 12:07 pm
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Es interesante cuando Ud. habla de una revolución política liberal, y sus valores de libertad, igualdad y dignidad; teoricamente es impresionante, puede haber ecepciones en el mundo de gobiernos eficaces que practiquen esta teoria.
Un hombre un voto, un voto un Dòlar o un Euro? Las elecciones creo tampoco serian una prueva de democracia, podria considerarse como un istrumento que puede ser usado mal o bien. Los gobiernos electos pueden ser ineficientes, corruptos, irresponsables, incapaces de adoptar politicas a favor del bien comùn. La independencia de la magistratura,libertad de religiòn, libertad de prensa, la felicidad etc. se consideran dentro de una democracia y naturalmente cuando las instituciones de base protegen una sociedad libre.
Una democracia se consolida cuando el consenso de las èlites y sus proceduras acompañan a una participaciòn amplia en las elecciones y a otros procesos institucionales (Highley e Gunter,1992).
Ernesto
Publicado por:
Ana
fecha: 14 | 09 | 2009
hora: 3:19 pm
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Dr Ferrán Requejo desearía sobre todo en sus artículos ,pués he leìdo otro ,un poco más de claridad didàctica.
Pués al contestarle me siento una especie derivada del mono que no se si»dominar la tierra»como dice el mandato bìblico o considerarme solo un «accidente de la naturaleza» .
Sostengo ,en el grado de deterioro casi ridìculo en que las sucesivas generaciones hemos degradado la democracia ,que deberìamos repensarla en sus principios básicos.
Si la exclusiòn en el mundo moderno existe y se ha agravado a extremos escandalosos ,no es precisamente por los conceptos combinados que a través de los siglos han derivada de las religiones y o filosofìas y o culturas que a la larga restablecieron principios democráticos y humanistas en una civilizaciòn-que a pesar de sus tremendas caídas`-habìa tenido un florecimiento en el siglo XIX.
Lo que pasa es que las formaciones universitarias finiceculares en el XX están tratando que el siglo XXI sea una decadencia total.Ello no debido a la maldad de esas generaciones intelectuales sino simplemente a una racionalidad que pretende «confinar a lóbulos primitivos del cerebro humano»a los principios morales.
Publicado por:
Mariano Erro
fecha: 17 | 09 | 2009
hora: 9:44 pm
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Lo importante es ubicar en cada ser humano el lugar de la «glándula democrática», y saber qué extensión tiene: habrá los superdotados, y los, francamente subdesarrollados. Pero creo que esto tiene mucho más que ver con la respiración, por ejemplo, que con cualquier sistema de gobierno planetario. Justo es reconocer en primer lugar, que, en general, las seguridades que brindan las dictaduras (o al menos la fuerte ilusión de ella; la sensación térmica, dirían) no la ofrecen las Democracias, pero la diferencia entre la una y la otra es la misma que hay entre pasearse en carro blindado por la playa, o ir de toalla y chancletas, no más. El primer ejemplo, es con mucha diferencia, más seguro para circular. El segundo, es mucho más seguro para la circulación.
Publicado por:
Juan Alfonso Maeso Buenasmañanas
fecha: 30 | 09 | 2009
hora: 8:27 pm
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Me considero demócrata y liberal y su artículo me suscita un par de dudas:
.- Encuentro un difícil encaje teórico de los derechos colectivos. Lo explico con un ejemplo: si en un país dado de diez millones de habitantes existe una minoría de un millón de habitantes no existe un derecho colectivo para ese millón de habitantes, sino diez millones de derechos individuales a expresar o vivir (o a no expresar o no vivir) esa diferencia racial, religiosa, lingüística, etc. Naturalmente que es legítimo crear instrumentos colectivos como partidos políticos, iglesias, organizaciones culturales, etc. para vehicular los derechos individuales de ese colectivo de personas.
Reconozco que es cierto que los estado-nación tienden a homogeneizar la población, pero es igualmente cierto que si ese estado-nación se fragmentara en unidades soberanas más pequeñas ellas mismas tenderían a homogeneizar las poblaciones resultantes.
Por otra parte, los posibles fallos o atropellos que pueda cometer un estado liberal (nada y nadie es perfecto) tenderán a ser más limitados, menos graves y más breves en el tiempo que en un estado del Antiguo Régimen, o autoritario, o totalitario.